El parlamentario autonómico Borja Sémper se desmarcaba el pasado martes 6 de noviembre con un artículo en “El País” enmarcable en uno de esos discursos formulares y vacíos a que nos tienen acostumbrados nuestro apócrifos representantes. Sí, apócrifos. Desde el debido respeto me permito el uso de tal calificativo porque, en puridad, es lo que hacen: fingir que nos representan mientras se blindan en sus cargos. Así las cosas (a mi entender), el artículo de Sémper no manifestaba tener otro objeto que reivindicar el orden vigente arrogándose, de una manera demagógica, la autoridad moral e intelectual para dictaminar qué vías convienen al conjunto, ya no de la ciudanía española, sino de la global. Revisemos algunos pasajes de dicho artículo.
Por una parte, Sémper redescubre el concepto de “partido atrápalo-todo” cuando afirma que ante la inmediatez de los tiempos el “armazón ideológico y discursivo” de otrora, hoy habría devenido en el “‘Amazon’ aplicado a la inmediatez política”, cosa que más allá del paronomásico juego no aporta mucho, toda vez que la “yenka” programática la llevan bailando unos y otros desde que advino el sistema actual de partidos, y lo que ahora ocurre es que hay más medios informativos y de comunicación. O sea, que se ha superfetado nuestro día a día con más de lo mismo, y quizá, sí, en formatos más inelegantes.
Un poco más adelante ya comienza a tornarse, don Borja, un tanto maniqueo, distinguiendo entre “quienes defienden una sociedad abierta u otra iliberal y cerrada” (los buenos son los primeros). También se refiere a la ausencia de cabezas (valga la sinécdoque) que acoplar al “cuerpo vulgar de la Europa Central” (valga la metáfora) en aras de salvaguardar “las democracias representativas liberales”, como si no fuesen estas, a través de las políticas desarrolladas por las oligarquías instaladas en ellas, las que nos hacen infelices. Defiende en definitiva, nuestro parlamentario, el “statu quo” por encima del ciudadano. ¿No habría de preguntarse el señor Sémper si, por ejemplo, eso a lo que llamamos representación lo es en realidad? Votamos aquí y en otras democracias continentales cada cuatro años sin opción de ejercer mandato imperativo alguno, ni de revocar al elegido por más que actúe indecentemente, resignados a confiar en una justicia cuyos altos tribunales no elegimos los ciudadanos directamente, pues nos los eligen. Tampoco el pueblo elige al Defensor del Pueblo… ¿De verdad quiere usted que nos batamos el cobre en defender un sistema que nos ignora y repudia? No es consuelo, ni justo, que se nos diga que la alternativa es la dictadura o el caos. A lo mejor estas palabras que enuncio pudieran ser enmarcables en eso que llama populismo. Le refuto desde la independencia librepensadora, créame.
Continúa en otro pasaje Sémper afirmando la irremediabilidad del sistema capitalista: “el sistema que más libertad y riqueza ha creado y repartido en la historia de la humanidad”. Se olvida de añadir el adjetivo “económico”, y no es insignificante el olvido, porque lo que en verdad es el capitalismo en la actualidad es el sistema todo, de ahí esa “crisis de confianza” de que habla nuestro articulista, a la cual atribuye la ausencia de una “gobernanza” que lo atenúe por ser dicha confianza “uno de los pilares de la democracia”.
Enarbolando esa profiláctica empatía de los altos cargos políticos a lo largo de todo el texto, en un momento dado se desmarca Sémper con una nueva metáfora: “Aunque el terreno de juego esté embarrado, no debemos aceptar el marco populista…”, una vez atraídos tales nuevos argumentos maniqueos, sigue abogando por el apuntalamiento del “statu quo”: “La estabilidad y el equilibrio que proporcionan los partidos políticos defensores de la democracia liberal representativa les obliga a un ejercicio de responsabilidad pública esencial”. Y para ello habremos de tener fe los demás, porque eso es lo único que puede tener el ciudadano en este tipo de sistemas oligárquicos, fe en que los que dicen representarnos (sin hacerlo realmente) se comporten honorablemente. Esa es la estabilidad que Sémper insta a asentar, cuando, quizá, desde la responsabilidad política habría que buscar consensos para acometer una reforma institucional que articulase mecanismos de democracia directa y de ágil sanción para el defraudador, y no solo a nivel nacional, sino globalmente, ya que habla nuestro parlamentario del nuevo orden global, que lo es básicamente en un sentido comercial.
También apunta Sémper que hay que hacer uso del “sentido de Estado”, pero pensando en más global, cuando precisamente el Estado es lo que nos está acarreando tantos y tantos problemas, ya que es un artefacto técnico-político, en principio ni bueno ni malo (ideado para salvaguardar ciertas esencias hoy molturadas), que ha ido siendo malversado por una serie de elites a nivel global para apoderarse de los países de y las soberanías nacionales dotándolo de un nivel competencial que ha redundado en el afianzamiento de oligarquías cada vez más poderosas que operan de espaldas al pueblo, detalle este que se le escapa a Sémper, tal vez porque habla desde el Aparato, ese que hoy genera brotes de eso que llama “populismo”.
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