Ayer 7 de noviembre acudí al Centro Cultural La Casona, en Villanueva del Pardillo, con mis alumnos de Primero de ESO a ver la obra “Un Selfie con El Lazarillo”, una función magistralmente interpretada por dos únicos actores: Isabel Di Llobet y David Z. Vaquero, este último asimismo director de la pieza. Ambos pertenecen a la compañía Un Pingüino, desde la que construyen variopintas obras del tenor de la que aquí nos ocupa.
Sin perder un ápice de profundidad, “Un Selfie con El Lazarillo” está dotada de una considerable y consistente amenidad. Aderezada con espontáneos guiños humorísticos de la más feliz posmodernidad que quedan magistralmente ligados en un conjunto que sabe salvaguardar lo esencial de la obra matriz, mediante una diestra inserción de pasajes de la célebre y anónima obra (inteligibles por un público amplio), que, al fin, generan una atmósfera de hilarante comicidad cuando son contrastados con rasgos propios de nuestros días, si bien en las dosis justas para no chirriar ni devenir burdo pastiche.
La protagonista, Sara, es una joven a la que su padre castiga en su cuarto hasta que lea “El Lazarillo de Tormes” y haga una redacción acerca del volumen, pues había suspendido dicho encargo escolar, con el resultado de que, mientras en su encierro doméstico renegaba de la lectura, en un momento dado, sucede algo tan insólito como fascinante, a partir de lo cual revisita (y el público con ella) los más célebres pasajes de una obra genial e imperecedera pero con el aliciente de haber sido dotada con una serie de claves dramatúrgicas que la actualizan sin desnaturalizarla, no en vano saben nuestros cómicos armonizar el tono jocoso del “Lazarillo” con su no menos relevante fondo social y existencial. Además sacan aquellas lecturas positivas de las que los jóvenes escolares se pueden beneficiar, como son el tesón, la sobreposición a la adversidad, la importancia de la formación cuando de progresar en la vida se trata…
Son muy interesantes y pertinentes, como decimos, los guiños de actualidad que los actores entreveran por entre las escenas a fuer de surtir notable efecto cómico, no en vano todo está muy bien medido y dosificado, adivinándose un serio trabajo precedente, pues no es fácil hacer tan gratamente digerible (y de un modo tan legítimo) tan enjundioso material, producto de nuestro más entronizado acervo lingüístico.
Destacable también es el número de personajes y registros que llevan a cabo los actores, quedando la sensación en el espectador de que la escenografía es mucho más que el parco mobiliario que sobre las tablas se puede atisbar, y es que con escasos mimbres obran un profundo y profuso espectáculo, el cual está destinado a suscitar grande fruición en el patio de butacas. De hecho, en el pase al que asistí los jóvenes alumnos disfrutaron de lo lindo, cosa que pude constatar durante la representación y en el coloquio que los actores tuvieron a bien desarrollar con ellos, ya que los escolares pujaban brazo en alto por preguntar y preguntar acerca de los más impensados detalles, no solo de la obra sino del universo teatral.
Tras tan gratos momentos compartidos en La Casona, solo queda felicitar a Isabel Di Llobet y a David Z. Vaquero por tan prodigioso remozamiento del Clásico, al que han contribuido a hacer más imperecedero si cabe.
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