Afrontando las navidades, fiestas intemporales que van más allá, desde el punto de vista religioso y cultural, de su actual avatar cristiano, vuelvo, mucho tiempo después, a las cuevas del Castillo, en Cantabria; allí, inmortalizadas en las paredes cavernarias, me encuentro de nuevo con aquellas manos que otros humanos inmortalizaron hace decenas de miles de años. Desconocemos el motivo, pero se afanaban, seguramente, como todos los demás, desde entonces al presente, en buscar sentido a la vida y al entorno. Su contemplación, y la reflexión consecuente, le hace a uno sentirse como habitante de un período breve e insignificante, y asimismo preguntarse la razón por la que nos enzarzamos, faltos de lucidez, en asuntos y cuestiones secundarios y banales. Y da la impresión de que, ahora, más que nunca, se percibe un tiempo confuso en relación con otros procedentes.
Cuentan los mitos que el mundo surgió del Caos e incluso, desde una perspectiva ya científica, habría emergido el Big Bang, en su detonación inicial, a partir de ese caldo de cultivo. Lo traigo a colación porque una especie de caos se va extendiendo en esta era actual y distópica en la que se impone, poco a poco, el desorden conceptual.
Sin duda que la confusión nos anega, en el pensamiento como en los hechos, en forma de “totum revolutum” conceptual y fáctico. Nos afecta a todos y, de manera especial, al orbe de las ideologías. El ejemplo de la Izquierda, o de las Izquierdas, lo pone negro sobre blanco. Como ocurrió con el cristianismo durante el siglo IV, que pasó de perseguido a religión oficial del Imperio, los antisistema, que no hace mucho eran la muestra de las izquierdas más izquierdas, se han convertido, si no en el Sistema mismo, sí en los guardianes de sus esencias.
En relación con ello, publicaba, en 2023, Josep Burgaya, profesor y ensayista, un libro titulado “TIEMPOS DE CONFUSIÓN. De la clase adscriptiva a la identidad electiva”, editado por el Viejo Topo, en el que se describe como el progresismo ha sucumbido, según el autor, a la trampa de la diversidad. Explica Burgaya que “la sociedad se ha convertido así en un agregado de subjetividades que piden ser reconocidas en su singularidad mientras la izquierda, que se pretendía emancipadora, ha dejado de lado temas fundamentales, particularmente los que tienen su punto de arranque en políticas económicas que generan polaridad de rentas y mayor empobrecimiento”, añadiendo que “la confusión, en definitiva, se ha adueñado de la izquierda, que debería priorizar lo material y su estructuración social –las clases–, estableciendo objetivos liberadores de todo tipo de subyugaciones económicas, sociales y culturales”.
La crítica está realizada desde el izquierdismo clásico y canónico, que solo es una de sus versiones, pero aquellos izquierdistas se tenían por pensadores y admiraban la reflexión como antecesora de la praxis. Ahora, la confusión se va adueñando de la Izquierda (y no solo de ella, pero es la que nos ocupa en estas líneas), configurada, cada vez más, como izquierda indefinida y genérica, que se expresa a través de lugares comunes, salsa de cualquier argumentario que se precie, como herederos de los “topoi” medievales. Y, así, esos lugares comunes, se dicen o se escriben sin rubor ni remordimiento intelectual alguno, al tiempo que se lanzan a los cuatro vientos, como cuando, hace un par de meses, un artista premiado, no hace falta transcribir el nombre, en el discurso de aceptación del galardón, pone al mercado como origen de todos los males sin que nadie le contradiga; en realidad, el origen de nuestros males ha sido siempre la ausencia de mercado (los guerreros oprimiendo a los mercaderes) pero el tópico es el tópico y muy útil para la pereza intelectual. Es lo que tiene la falta de introspección cuando uno atesora, o cree atesorar, verdades absolutas. Y eso sin entrar en el detalle de otros anacolutos, incluidos en frases que parecen tener calado, pero que solo lo parecen.
Dejó dicho Don Antonio Escohotado que “es increíble que hayan ensayado la vía de Marx fácil 60-70 países, y algunos durante 80 años, como la URSS. Y que a todos les haya ido no mal: lo siguiente. Y sin embargo, ahí están (...). Es que es una religión. Es la religión del no ser. La religión de que parece que hay sustancia, parece que hay naturaleza... Grave error. No hay nada. Es la nada lo que reina”. Y, sin embargo, puede alguien, y solo traigo aquí el ejemplo más cercano en el tiempo, permitirse el lujo de culpar al mercado, lo que hace suponer que, a juicio de quien lo hace, es preferible ese otro modelo que condujo, y esto es ironía, a la felicidad y opulencia de tantos humanos. Pongo el ejemplo de Cuba, pero solo es eso, un ejemplo, entre otros muchos, que nos muestra cuál no es el camino.
En fin, que la Navidad nos sea leve.
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