No son los ochenta, pero un par de cadáveres pálidos que arrastran los pies y están enfundados en chándales de tactel recorren mi barrio. No se sabe a ciencia cierta qué edad pueden tener. Tal vez, estos pobres desgraciados emprendieron su singladura en compañía de las drogas un par de décadas atrás. No es difícil imaginar con estos rasgos a los protagonistas de Trainspotting y de su secuela, Porno; ambas novelas del escocés Irvine Welsh. Quizás, todo empezó como en alguna de esas películas de cine quinqui de Eloy de la Iglesia. No obstante, las veces que las historias no acabaron en las tumbas o en largas torturas fisiológicas en centros desintoxicación, acabaron como estos dos cadáveres en vida.
La Policía alertó hace varios meses —casi un año— de la resurrección de la heroína. No son pocos los barrios que recuerdan el paso trepidante de esta maldita mierda. ¿Cómo puede suceder esto si los jóvenes se supone que estamos concienciados con las malas consecuencias que nos depara el jaco? Pues sucede.
Los datos advierten que no ha habido un repunte. Sin embargo, son cada vez más las organizaciones vecinales de barrios concretos —San Diego en Madrid o el Raval en Barcelona— las que denuncian que estamos en una situación de retorno en lo que a la heroína se refiere. Solo en el Raval, los vecinos calculan que operan un mínimo de setenta narcopisos en el barrio. Sin embargo, estos vergeles de caballo no se verán en los barrios más adinerados de las ciudades; sino que los sufrirán los vecinos de los enclaves más deprimidos.
¿Qué recetas pueden ayudar a terminar con esta lacra que amaga con asomarse en los barrios obreros? En primer lugar, tomárselo en serio. No estamos ante un chiste o ante una alarma vacía. Estamos ante una situación real, que está todavía en nuestras manos; pero que puede ponerse en nuestra contra. En segundo lugar, desde la sociedad tenemos que hacernos un planteamiento más profundo: hacia qué modelo social queremos avanzar; ¿hacia uno en el que se mantenga esa bicefalia entre perdedores y ganadores, en la que los perdedores solo puedan ganar en mundos imaginarios, creados a través de la heroína o similares?, ¿o hacia otro modelo más constructivo? En tercer lugar, cambiar los formatos de prevención de drogas: no vale con una charla protocolaria o un testimonio escalofriante; la respuesta está en la Literatura —leer al mencionado Welsh— o en el Cine —en España gozamos de un genial elenco de cine quinqui—, que tienen que comenzar a adentrarse en nuestra cultura.
La heroína, vieja pesadilla de tantos barrios, no está muerta. Está como ese toro agonizante que sigue dando cornadas y llevándose vidas —por muy pocas que sean—. Está en manos de todos que el toro muera al fin, y el caballo sea una un capítulo negro de la Historia de España —pasado—, o que se levante y embista a una nueva generación de exiliados por el sistema. No queremos otro Jaro; ni otros Jaros. Queremos a Rents o Sick Boy, ésos sí, porque no salen de las hojas de la novela.
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