Las fiestas navideñas son un periodo festivo repleto de tradiciones. Unas costumbres, en determinados casos, que afectan a toda la sociedad y en otros a familias concretas.
En protocolo la consideración de la costumbre como fuente de ordenamiento jurídico tiene una importancia vital, sobre todo en un país como España donde protegemos nuestras tradiciones ancestrales. Pero, al margen de dicha consideración jurídica, una costumbre perdura en el tiempo porque así lo decide el pueblo, garante del futuro de una tradición.
Y las fechas en las que nos encontramos es un período temporal donde las tradiciones están presentes tanto a nivel comunitario como familiar, oficial o privado. Encendido de luces, inauguración del Belén, recepción de los Reyes Magos, certámenes de villancicos, las campanadas y, por supuesto, las doce uvas.
La tradición de las doce uvas Tenemos que recurrir a la prensa histórica para conocer el origen de la costumbre española de tomar las doce uvas al repique de las campanadas de Nochevieja.
El 2 de enero del año 1894 en el diario católico El siglo futuro se lee: «La costumbre ha sido importada de Francia pero ha adquirido entre nosotros carta de naturaleza. Hasta hace pocos años eran muy contadas las personas que comían uvas el 31 de Diciembre al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Hoy se ha generalizado esta práctica salvadora, y en cuanto las manecillas del reloj señalan las doce, comienza el consumo de uvas más o menos lozanas». Las citadas «muy contadas» personas hacen referencia a la alta sociedad, tal y como conocemos gracias a una publicación del 1 de enero de 1896 del diario político y de noticias La Correspondencia de España: «En la hermosa residencia particular de ilustre presidente del Consejo de ministros se reunieron anoche casi todos sus compañeros de gabinete y algunos otros distinguidos personajes. A las doce en punto de la noche saludaron los ministros la entrada del nuevo año comiendo ricas uvas y bebiendo Champagne».
Un año más tarde, otro artículo nos descubre que la costumbre de acompañar las campanadas con la ingesta de las uvas es una acción generalizada en toda España. Y así lo leemos en el diario liberal El Imparcial del 31 de diciembre de 1897 bajo la firma de Luis Taboada y con el título «Las uvas milagrosas»: «Para obtener la dicha de un año entero es preciso comer doce uvas el 31 de Diciembre, al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Dicho se está que la baratura del artículo coloca el amuleto al alcance de todas las fortunas, y por consiguiente, son contadas las personas que dejan de verificar la sencilla y grata operación».
Por consiguiente, a finales del siglo XIX las doce uvas de Nochevieja ya es una práctica generalizada en nuestro país. Una costumbre de la burguesía francesa adquirida por la aristocracia española y que empezó a extenderse a todo el pueblo a partir de 1882. Año en el que el alcalde de Madrid, José Abascal y Carredano, emitió un bando en detrimento de la fiesta madrileña de la recepción de los Reyes Magos. Una tradición que acabó desapareciendo pero que el pueblo español sustituyó por una nueva, las doce uvas. Pero esto es otra historia.
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