El desengaño social dejó caer unas lágrimas sobre el Sistema-Gizmo que se venía presentando como muy de peluche merced a la celebrada (ya no tanto) Transición Democrática. Y, mira por dónde, resultaron ser más de las doce de la noche, con lo que se empezaron a multiplicar los partidos como gremlins prestos a marear más la perdiz, siendo nuevas reproducciones de lo ya sufrido por la mayoría silenciosa (pues se le aplica mediático Hemoal, “p’aquello” de las molestias anorrectales).
De modo similar a cómo la liaban pardísimo los congéneres de Gizmo en las dos partes de la saga cinematográfica, hacen lo propio los nuevos congéneres de los antes instalados en la poltrona. El Parlamento es como el hotel en que los bichejos montaban jaleo. Con conciencia de pertenencia a una especie al margen del común se lanzan andanadas entre sí, se burlan unos de otros, pero, al fin, son una unidad de intestino en el evacuar.
Cierto que el Sistema les otorga grandes prerrogativas para hacer lo que les plazca, por más displacer que reporten al común la mayor parte de sus actos e iniciativas (casi todas fruto de su sumisión a otras instancias más pujantes), pero si tuvieran verdadera voluntad de servicio, se molestarían un ápice en agacharse, “motu proprio”, a escuchar qué sucede por allá abajo, con objeto de hacer por una vez su trabajo con arreglo a lo que en puridad es: una actividad consistente en articular los intereses generales de la manera más certera, cosa que no sucede porque acuden a dicho oficio con muy otros presupuestos asidos a su intención de fondo.
Parecen muchas veces sus señorías personajes escapados de alguna novela de Boris Vian, no en vano ni haciendo el más chusco casting se podría obtener el material que se mueve por esos entornos aparte, pero archipresentes mediáticamente de manera fragmentaria en la tele y en redes, o sea.
Al ser unos “elegidos” se sienten muy guay y despliegan sus egos en tecnicolor expresando el favorazo que nos hacen viviendo de narices en esa selva narcisista solo rigurosamente analizable desde un punto de vista zoológico.
Queda claro que mientras haya gentes que se acaben diferenciado de aquellos cuyos intereses supuestamente articulan, ya tenemos la ley de hierro campando por doquier. Está hiperdemostrado tal extremo.
La política no es un oficio, sino un privilegio, pero un privilegio lamentablemente malversado. Ya esa diferenciación del resto, que como decimos es una alta e insigne prerrogativa, deja de serlo cuando dicho privilegio esencial (por la honorabilidad que habría de comportar) es desviado hacia otros estadios de exención, que son los que reportan sinecuras a unos pocos a costa del resto.
Como ocurre con la peli de los Gremlins, la actual política que nos asiste cotidianamente también es de un terror demodé que más produce hilaridad porque ya quedan muy evidenciados los “efectos especiales”.
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