Hoy me quiero referir a la obsesión por el peso, que sufrimos de forma inducida o de “motu propio”. Todo el mundo recurre a la báscula para descubrir que no es que le haya encogido la ropa; es que han engordado una media de tres kilos en las navidades.
Inmediatamente surgen los diversos planes de alimentación alternativa, sustentados en “especialistas” de todo tipo, que te indican una serie de alimentos milagrosos con los que se llega al final del primer mes de seguimiento con una respuesta lacónica a la pregunta clave: ¿Qué has perdido? Treinta días.
Un servidor está a régimen desde que nació. Primero la dictadura y después la democracia alternativa. Y de comidas también. La alcachofa, la ausencia de pan y azúcar, el Atkins, las barritas alimenticias, el Modifast, el Biomanán, la dieta del cartucho, etc.
Lo peor estriba en las alternativas que nos ofrecen los dietistas: Hoy dicen una cosa… para mañana decir lo contrario. Azúcar mala, sacarina buena… o viceversa. Aceite oliva sí, aceite oliva no. Pan si, pan no. Patatas sí, patatas no. “Pa” volverse loco. Al final lo más acertado es lo que decía el doctor Grande Covián: “Lo que adelgaza es lo que se queda en el plato”.
La última recomendación, que he recibido con alegría, reconoce que no es tan importante el peso ideal para los miembros del segmento de plata. Con no pasarse demasiado es suficiente. Los años te hacen descubrir que necesitas comer menos e hidratarte más. Y, sobre todo, para que nos sirva de consuelo, podemos observar que tenemos mejor aspecto cuando pesamos un poquito más de la cuenta que cuando estamos “chupados”.
Para terminar, una máxima que he descubierto por mí solito. “Los alimentos no engordan; los que engordamos somos nosotros”.
Suerte con las dietas… y poco caso a la báscula.
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