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Aquellas y aquellos que venimos trayendo una idea, pero no cualquier idea: venimos con la senda nombrada en la boca. Nombrada por la ola desde el primer día, escrito lo que venimos a decir en la verde hoja que en este mismo instante brota y en la primera que abrió bajo el Sol en esta tierra.
Somos conscientes.
Y, siendo conscientes, por primera vez abriendo los ojos en nuestros ojos, una minoría evolucionada de humanos, estamos atentos a que lo que nosotros hagamos repercutirá grave, relevantemente, en el mañana, que será o no será según nuestro paso.
Hemos crecido en la imposibilidad del parlamento oscuro de nuestros vecinos. En el No a todo. Pero no hemos claudicado ante ese verbo agorero de desgracias para un mundo que consideramos hermoso, profundamente herido, injustamente acosado, y al que queremos honrar con nuestra lucha.
Somos aquellas que ahora nacemos dudando de todo, sobre todo de aquello que representa sumar para unos a costa de restar para otros. Las que rechazamos que para que un humano pueda tener tres casas con más habitaciones de las que puede contar de memoria, 300 humanos con iguales derechos que ese rico, vivan en casas construidas con barro y deban andar cada día diez kilómetros para traerle el agua a sus familias.
Rechazamos toda desigualdad generada en este juego de tronos que lleva librándose desde el inicio de los tiempos, en que el humano escribió en los libros la palabra propiedad y se acuñaron las primeras monedas. Porque no es cierto que todo el que tiene mucho es porque se lo ha ganado. Es más cierto que este mundo tiene recursos limitados, y hay una ética natural que debe impedir que ciertos individuos vivan como pachás, porque en general tales traidores al Clan han heredado sus mansiones y riquezas de otros que, a su vez, las han heredado. Hay, al fin, hijos de ricos que eran hijos de ricos, e hijos de pobres que son hijos de pobres. La riqueza en el mercado del mundo ya sabemos bien cómo se consigue, el capital no es ético. Consiste en una carrera de traiciones y juegos sucios en la que, el que deja más cadáveres en el camino, gana.
Somos aquellos que comienzan a considerar que este mundo en que hemos nacido no sólo es posible cambiarlo, sino que es necesario, es de urgencia. Y de no hacerlo, no habrá otros que lo consigan.
Porque somos obreros y obreras. Primero traemos la semilla. A paletadas, vamos abriendo el camino. No veremos nuestro sueño, pero lo veremos en aquellas y aquellos que nos proseguirán, porque todos somos un inmenso Clan, eso lo hemos comprendido, donde todo lo acontecido queda reflejado en cada pupila. Hemos visto nuestra misma Visión, aún no vencida, en el gato callejero que cruza la calle así como en el bebé que ahora está dando a luz una mujer, y llora, como lloran, hablan, todos los animales de este lugar vivo y honrado por la belleza.
Somos las y los llamados a derribar todas las mentiras, a ver con tranquilidad en la gran estafa del lenguaje sus trampas.
Los que entendemos que todas y todos somos animales, humanos y no humanos. Incluso personas. La persona orca, la persona elefante, la persona pez espada, las personas que ahora piden auxilio por ser zombis en vida en Haití, la persona cisne, la persona nube, donde se ven también nuestros sueños, que son los mismos que los que tienen los que han nacido tras rejas, en zoos, en circos, en ganaderías de explotación industrial. El oso blanco que zozobra al andar buscando alimento, en un mundo que ya no reconoce, en su anhelo nos busca a nosotras.
Venimos a luchar contra todo privilegio. Sólo lo que requiramos para existir, para ser. Tomamos conciencia y queremos divulgar nuestro hallazgo de que en estas ciudades y en esta vida ficticia sobran dos tercios de los objetos que se fabrican. Evitamos el consumismo. Evitamos las festividades y tradiciones, que son cuentos para mediante la flauta del mago llevar a la obsesión de comprar y a la degradación del pensamiento crítico y lo auténticamente creativo, a las masas.
La Fiesta, ahora, será la de cada día que veamos que hemos avanzado ciertos pasos hacia el sueño común. Todo tiene cadenas, eso lo hemos visto. No obstante, también sabemos intuir dónde la llave de cada candado. Venimos cargados de martillos y de cizallas.
De cultura de la de verdad, a destruir todos los clichés y dogmas que convierten al humano moderno en un engranaje de la gran maquinaria que pone en movimiento cada alba la horrorosa y ciclópea Fábrica del mundo, que mueve sus motores con gasolina de sangre de millones de caídos al día: su combustible es la sangre. Queremos detener el motor de esa máquina y despedir al maquinista.
Nuestra lucha es más ambiciosa, más dotada de amor, que las anteriores luchas, porque abarcamos a todos los seres vivos y a la tierra como un organismo vivo por entero, al que hay que desencadenar de los 500 grandes amos y terratenientes que la zahieren hasta el atardecer, y de los billones de reos de esos amos que la riegan con su hiel y lágrima de la noche hasta la mañana siguiente.
Nos temen los que todavía quieren proseguir con sus privilegios, aquellos y aquellas que llaman cosas a los trozos que fueron vivos de esta tierra, cuyo límite en recursos está llegando a su fin.
Nos guardan pavor, ya indisimulado, los que quieren que todo sea una gran cosa usable, y no les importa dejar un desierto de desolación a su paso vital egoísta, cruel y demoledor para todo lo inocente.
Traemos la mayor canción, y más bella, nunca construida. Superadora del canto principal de los más grandes popes de la vida, el alto pino, la preciosa ballena hablando, el golpe al suelo al correr del rinoceronte. Porque nosotras ya no somos nosotras sino una esperanza hecha Paso.
Algo nuevo. Nunca visto. Avanzamos contra el horror que todo el mundo acepta como lo menos malo en esta gris prisión, con cubos de pinturas de todos los colores, sin miedo, sonriendo.
Estas paredes van a ser repintadas.
No nos hemos creído desde el principio vuestro cuento del mundo. Ni, por supuesto, vuestro epílogo de la actualidad. Vednos llegar, ya estamos entrando, tocamos a tu puerta.
Canta con nosotras al fuego de nuestras antorchas.
Nos llamamos Mañana.
Y hasta en la noche trabajamos.
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