Hacía mucho tiempo que no escribía una columna aquí. Y juro por Bertín Osborne (a quién mi madre adora, y seguro que también vota a derechas a mis espaldas), que tenía intención de escribir sobre su entrevista a Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. Pero no ha podido ser. Así que para la gran mayoría que no me conoce, y espero que quiera hacerlo de ahora en adelante, diré que soy un gran fan de las columnas de Juan José Millás, por lo que permítanme imitarlo, en la medida de lo posible, con una experiencia parecida a lo sucedido.
El domingo, pasadas las 9 de la mañana, yo salía a tomar un café al bar porque decidí dejar de comprar café pero aún no he decidido del todo dejar de tomarlo. Ella intentaba abrir o forzar la puerta de la entrada y no me dio tiempo a ayudarle hasta que por fin lo consiguió.
Nos cruzamos la mirada, los alientos, y un saludo cortés mutuo junto a una sonrisa que no olvidé. Evité girarme parar ver si ella también había sentido lo mismo, porque me dio miedo que estuviera mirando mi culo y terminara acusándome de machista. Pero reconozco que en su mirada, sinceramente, vi una conexión. No sé qué fue, nunca lo sabré.
Mientras caminaba hacía el bar para tomar mi café pensaba en ella. Y pensaba si ella estaba pensando también en mí. Sentí en esa clase de ilusiones que solo sentimos los tipos feos.
Cuando llegué a casa con todos los periódicos digitales, por aquello de contrastar las noticias del día, me fui a dormir. Al poco rato tocó a la puerta mi casero, y con mucha vehemencia me preguntó qué había hecho.
Me disculpé, por si acaso me había seguido, y le dije que no volvería a tomar café. Él puso cara de circunstancias, y me dijo que me estaban buscando en la comunidad y no sabía el motivo. Yo, confuso, le dije que tampoco lo sabía pero accedí a una rueda de reconocimiento en el pasillo del portal, no sin miedo, por si había hecho algo que desconocía mientras soñaba con ella y lo había trasladado sin querer al mundo real.
Cuando llegué me encontré a todo el vecindario observándome, como se observa a un desconocido (quién conoce hoy en día a sus vecinos). Y al final de todo el mundo estaba ella, la mujer que no podía abrir la puerta de la entrada, señalándome.
-Es él, quién me ha robado el corazón – me acusó.
Una señora mayor, con poco oído ya, quiso llamar a la policía por si acaso. El resto del vecindario no entendía nada, sobre todo mi casero que me veía incapaz de enamorar a esa mujer.
Después sonó la puerta de casa y era mi casero.
Cuando la abrí, tenía a su lado a esa chica que no sabía abrir la puerta de la entrada. Ella estaba muy tímida, él tomó la voz cantante. Me explicó que era mi vecina de (más) arriba que la mía, que había llamado al presidente de la comunidad para saber de mí y me estaba buscando. Éste acabó dando con él y mi casero, muy cabreado vino a verme.
-¿Es éste el chico que estabas buscando?
-Sí… -Pues iros a follar ya y dejadme en paz, joder. Que es domingo.
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