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Las manías del incivismo

Soy un maniático, lo confieso. Y con los años procuro hacer méritos para convertirme en un auténtico cascarrabias, aunque espero conservar la sonrisa sarcástica
Eduardo Cassano
jueves, 16 de mayo de 2019, 16:16 h (CET)

Ayer la noticia era que Whatsapp ha dejado de ser seguro, como si alguna vez lo hubiera sido. Desde que se ha conocido que somos vulnerables muchas personas han descargado la actualización para estar a salvo, en lugar de desinstalar la aplicación. Otras personas, las más solitarias, han aprovechado la oportunidad para mantener su versión vulnerable con la esperanza de que alguien le llame para instalar el spyware y tener un poco de compañía.

Hay manías antiguas que se heredarán de generación en generación, mientras nos van implantando otras nuevas casi sin darnos cuenta. Para los que vivimos en ciudades como Barcelona o Madrid, el metro es el mejor ejemplo. Es habitual ver a personas que no ceden los asientos reservados mientras sonríen cabizbajas a una pantalla, que a menudo emite además música a todo volumen, tosen sin taparse la boca frente a tu cara, empujan sin disculparse o consideran imprescindible compartir sus conversaciones telefónicas a viva voz, entre otras manías que por lo visto he adoptado.

Y mientras tanto te encuentro en este vagón al menos dos o tres veces por semana; nunca eres la misma persona pero siempre conservas la mirada cómplice. Ésa que, a través del reflejo del cristal que tenemos delante, hace que nos comprendamos con una media sonrisa y sin mediar palabra, nos preguntamos: ¿En qué momento el incivismo de los demás pasó a convertirse en nuestras manías?

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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