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El analfabetismo funcional está mermando el español

Me reconstruyo en las palabras
Abel Pérez Rojas
lunes, 17 de junio de 2019, 13:24 h (CET)

Son varios los factores y las situaciones que están provocando el empobrecimiento de nuestra comunicación lingüística y con ello la desaparición de muchas palabras del español, sin embargo, en esta ocasión quiero atraer la atención en torno a una de las causas: el analfabetismo funcional.

Recordemos que el analfabetismo funcional es aquella situación en el que las personas han aprendido a leer y a escribir, sin embargo, no tienen los elementos y recursos para desenvolverse con suficiencia y amplitud en entornos que requieren ciertas habilidades y competencias en lectoescritura y en aspectos matemáticos.

Al respecto te comparto estas líneas de un breve, pero claro artículo titulado Analfabetismo funcional publicado en el sitio web euston96.com:


“Las personas que poseen un analfabetismo funcional pueden haber cursado estudios escolares y aun así, no tener la capacidad de discurrir y comprender lo que lee y escucha. Siendo así, un analfabeto funcional tendrá por ejemplo, dificultad para leer un periódico, un libro o un contrato…”.

De lo anterior se desprende que, en cierta forma, todos somos en mayor o menor medida analfabetas funcionales, sin embargo, hay elementos que nos llevan a pensar que cada vez se agudiza más.

Por ejemplo, según los profesores Alba Valencia y Max Echeverría, citados en el artículo “El hablante español utiliza cada vez menos palabras” (Cinco Días. 2005), bastan 307 para que un adolescente chileno se comunique con el mundo y 254 palabras si se trata de un joven de la República Dominicana. 

Lo más seguro es que la situación haya empeorado con la amplia aceptación en los recientes cinco años del uso de memes y emoticones.

Aunado lo anterior a la incorporación de anglicismos, estamos frente a un panorama en el cual cada vez más se está abandonando la riqueza del español.

Estamos frente al empobrecimiento de un idioma muy bello.


Pienso todo esto después de leer una noticia referente a la exposición titulada: 1914 – 2014 de la artista y filólofa Marta PCampos.

1914 – 2014 es una muestra recién inaugurada en La Caja de las Letras del Instituto Cervantes en Madrid, la cual exhibe en cajas de madera y gavetas, las 2793 palabras que en cien años han sido retiradas del Diccionario de la Lengua Española.


La falta de uso y la valoración –a mi parecer a veces equivocada- de la Real Academia Española (RAE) han jubilado de sus diccionarios palabras como: ahogaviejas, churruscarse, durindaina, cocotriz, cuñadez, entre otras.


Por cierto, me llamó la atención que también han quitado del diccionario una palabra que hace poco leí en Lujuria en la Sotana (Amazon. 2019), la más reciente novela de mi afamado amigo Joe Barcala, me refiero a titilante.


Sí, leíste bien, titilante, la palabra que significa “centellar con ligero temblor un cuerpo luminoso” (WordReference. 2019), ya no está en el diccionario de la RAE.


Así que toma como regalo este párrafo de Lujuria en la Sotana:

“El balcón, de un metro de ancho por tres de largo, se iluminó con la luz de la luna, esplendorosa, casi llena, acompañada de sus eternas estrellas titilantes. El reflejo sobre las crestas del mar a un costado de las copas de las palmeras, eran el sitio perfecto para elevar a Dios una plegaria lastimera, derramando infinidad de lágrimas que humedecieron el rostro de Andrés completamente. Sus ojos se cansaron de llorar”.


De realizarse otra exposición dentro de algunos años como la de Marta PCampos, seguramente veremos muchos vocablos nuestros en el panteón de las palabras.


Después de esta breve reflexión me asumo con más firmeza como aprendiz de la amplia riqueza del idioma español.

Al ver este panorama me duele más pensar en lo que está sucediendo con nuestras sesenta y ocho lenguas originarias que se hablan en México, pues todos los días sufren la acometida del desprecio de las mayorías.

Es de vital importancia que nos comprometamos con la lectura y escritura a profundidad, que gocemos con ello y que ese amor lo compartamos con quienes nos rodean, pues solo de esa manera podremos conservar y ampliar la riqueza lingüística que nos rodea. ¿O no?


Vale la pena intentarlo. Vale la pena darse cuenta.

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