Los malos cómicos, en una España ya desaparecida, eran recibidos o despedidos con una lluvia de hortalizas. Si al respetable público de una España a veces demasiado atrasada, rural y empobrecida hasta el hambre no le había complacido lo suficiente lo que había visto solía desembarazarse de su mala leche arrojando sobre el escenario aquello que previamente había llevado para acompañar el espectáculo, haciendo del pobre cómico la víctima de su frustración, ignorancia y tristeza vital. Grandes cosechas de fruta y hortalizas eran recogidas por los artistas, paliando quizá su hambre y su indignación. Hablo, qué más da la fecha, de la España de los años 30 ó 40.
Pero era aquello en una España, ya digo, atrasada. En cambio, en la España actual, infinitamente más culta, más desarrollada y más moderna, tan infantilmente apegada a lo que entiende por moderno, los personajes más nefastos, más negativos y más zarrapastrosos son recibidos con alborozo por las capas populares. Y lo llamamos progreso: Vuelve a la televisión Javier Sardá, la mega estrella de la telebasura, el híper representante de la miseria moral, de la bajeza cultural y de esa modernidad que entiende que lo grotesco, lo sanchopancesco o lo zafio es avance social, progreso y mejora. Es lo que ha cambiado España en casi un siglo. Y el popular ¿artista? vuelve, como debe ser obvio para el lector, a la cadena apropiada, Telecinco, el basurero en el que todas las noches se alimenta media España.
Que a nadie se le ocurra pensar que estoy negando el evidentísimo avance cultural, social, económico y de otros tipos habidos en nuestro país, pero es claro que padecemos alguna enfermedad social cuando tantos millones de espectadores siguen en una u otra cadena, casi siempre son las mismas, alimentando su espíritu y su mente con productos dañinos, culturalmente caducados, cancerígenos para el ánima. Algún día un afortunado sociólogo realizará un estudio sobre la bajeza moral de estos presentadores, sus programas, las televisiones y sus contenidos. Y en las conclusiones hallará una clara relación entre ellos y la podredumbre moral que nos envuelve. Ah, una última cosa, déjenme aclarar que no, que tampoco pido que todos los programas sean documentales de la Dos o aquel vetusto “Cesta y puntos”.
Somos lo que comemos, somos lo que leemos, somos lo que vemos por televisión, somos aquello de lo que nos alimentamos, bien física, anímica o espiritualmente. En este caso somos... eso que están ustedes imaginando. Progreso lo llaman algunos.
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