Dijo Gandhi que no existen los planes de paz, sino que la misma paz es el plan, idea que evidentemente no concuerda con aquellos que encuentran en la guerra un gran negocio y se dedican a financiarlas para potenciar complejos militares-industriales, redirigir cuentas bancarias y reconstruir las ruinas que dejan a su paso los interminables conflictos que alimentan.
Ayer como hoy, las aventuras de los amos de las finanzas y los traficantes de armamentos, así como caza fortunas, acaparadores y protectores de materias primas, superaban con su egolatría los planes de paz de los pacificadores, y lo demuestra la experiencia de la guerra del Chaco, un ensayo imperialista alejado de los centros prósperos y de los títulos de propiedad.
Basta un episodio, hoy comprobable, de la diplomacia secreta que manejaba los planes de paz entre Bolivia y Paraguay, que llevaban año y medio enfrentándose en un inhóspito territorio olvidado del planeta, donde las inexistentes fronteras no eran la única causa invisible.
El mismo año de 1933, en cuyo transcurso el presidente Franklin Delano Roosevelt decidió disolver una comisión de Neutrales de Washington que trabajaba por la paz entre Paraguay y Bolivia, fue enviado como diplomático a la capital paraguaya por el gobierno norteamericano un celebrado escritor de best seller de alcance nacional en Estados Unidos, el novelista de Indiana Meredith Nicholson.
En parte por haberse declarado partidario y militante de la “Política del bueno Vecino” instalada por Roosevelt en reemplazo del “Gran Garrote” durante aquellos años de la Gran Depresión, Nicholson legó reveladores documentos sobre la guerra del Chaco, condimentados por las agudas observaciones propias de un escritor genial.
El 4 de diciembre de 1933 a la hora 15, el representante diplomático de Estados Unidos en Paraguay Meredith Nicholson, escribe a la delegación norteamericana que se encuentra en Montevideo, participando de la Conferencia panamericana. Informa de esta comunicación a Cordel Hull al día siguiente, 5 de diciembre al mediodía.
Nicholson informa que esa misma mañana tuvo una conversación con el Presidente Ayala, durante la cual se refirió a despachos de prensa de Montevideo que sugerían la posibilidad de que la Conferencia examinara la cuestión del Chaco.
Ayala dijo que acogería con agrado cualquier apoyo que la Conferencia pudiera brindar a la Comisión de la Sociedad de las Naciones, pero que esperaba fervientemente que la Conferencia no hiciera nada que dificulte más la tarea de la Comisión.
Añade que el personal y los métodos rápidos y prácticos de la Comisión causaron una excelente impresión en el Gobierno paraguayo.
Sigue diciendo que sería muy desafortunado que la Conferencia panamericana hiciera algo para desviar la atención de los esfuerzos de la Comisión de la Liga o para debilitar su autoridad. Sin embargo, añade, algún gesto de la Conferencia que indicara confianza en un arreglo por medio de la Liga podría ser útil.
Nicholson acota que aunque el presidente Eusebio Ayala Ayala está claramente satisfecho con la situación militar paraguaya, no hay duda de su deseo de paz ni de la sinceridad de su disposición a someter la cuestión a arbitraje. Con esta información, el Departamento de Estado urdirá un polémico armisticio luego de la victoria paraguaya de Campo Vía, que se atribuye en los documentos oficiales del Departamento de Estado.
A pesar del alto el fuego, que se autoadjudicó en sus comunicaciones Cordell Hull, los planes de guerra superaron a los planes de paz y la guerra prosiguió a principios del año siguiente.
Doce meses más tarde, por las mismas fechas de diciembre pero del año 1934, el secretario de estado norteamericano Cordell Hull envió a su representante en Brasil instrucciones relacionadas con las últimas negociaciones para pacificar el Chaco que se realizaban en Ginebra.
El 12 de noviembre la Sociedad de las Naciones había hecho sus recomendaciones a Paraguay y Bolivia que llegaron a La Paz en muy mal momento. El presidente Daniel Salamanca ya había sido derrocado, y Bolivia se encontraba en una situación militar en extremo comprometida.
En el ánimo paraguayo tampoco había predisposición para escuchar consejos pacifistas, pues había logrado expulsar a Bolivia del Chaco y se preparaba para invadir su territorio.
En esa circunstancia, el Departamento de Estado se decidió finalmente por participar de la comedia y aceptó integrar una comisión pacificadora a solicitud de la Sociedad de las Naciones, y en sus directivas a su representante en Brasil explicaba su cambio de actitud.
Allí señalaba que las recomendaciones de la Asamblea de la Liga, es el primer documento que aprobaron todos los países americanos que eran miembros de la Liga. Justificaba la participación, según Cordell Hull , el hecho que si los Estados Unidos no cooperaban, aunque fácilmente podría negarse pues no era miembro de la Liga, podría atraer las culpas del fracaso sobre Washington.
Un rechazo de Bolivia o Paraguay al Informe, que el departamento de estado estaba seguro se produciría, en alguna medida podría ser interpretado como responsabilidad de los Estados Unidos. En caso de participar testimonialmente del esfuerzo, luego del seguro fracaso, tanto Brasil como Estados Unidos se encontrarán en una posición más sólida para realizar nuevos esfuerzos de paz e incluso podrían encabezarlos.
El plan norteamericano esbozado en la comunicación de Hull era proponer, luego del fracaso previsto, conjuntamente con otras naciones americanas, la fórmula de un organismo de paz continental, lo cual finalmente se dio.
Cuando en mayo de 1935 la sociedad de las naciones quiso acompañar las negociaciones de Buenos Aires que derivaron en el cese del fuego el 14 de junio, Saavedra Lamas se negó rotundamente a recibir a sus Delegados. El primer premio Nóbel argentino ya no consideraba necesaria la presencia de representantes de la Sociedad de las Naciones en Buenos Aires.
Los planes de paz se habían originado en los mismos despachos de quienes habían decidido antes continuarla. LAW
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