Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político. En relación con ello, pienso que está por hacer una historia bien fundamentada de la invención de enemigos, aunque parece que fue en el siglo XX, según Giorgio Agamben, filósofo italiano, cuando el procedimiento, ligado a la actividad política, adquirió la apariencia que ahora conocemos. Según él, desde el pasado siglo, la creación del enemigo se ha ido convirtiendo en un aspecto casi consustancial al Poder, y se han utilizado, y se utilizan, medios de todo tipo para trazar líneas divisorias entre la ortodoxia y la herejía, tanto dentro como fuera de las fronteras de cada Estado. Esos enemigos externos o internos tendrían la función estratégica de “capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos”.
Contaba Umberto Eco, en “Construir al enemigo” (Lumen, 2012), que un taxista pakistaní, en Nueva York, para entender lo que era Italia, le preguntó cuáles eran sus enemigos. Y escribió el piamontés, en relación con ello: “tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por la tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”. Y así, nuestra historia es la de la creación de enemigos, bien ideándolos desde la nada o bien exacerbando las ruindades y peligros de los rivales hallados en el camino. Desde que nació la institución estatal hasta los haters u odiadores de hogaño, subyace esa necesidad. El propio Eco pone el ejemplo de Cicerón y las “catalinarias”, pero el procedimiento parece universal. El enemigo maléfico y dañino es la justificación de todo poder, civil o militar, que se precie. A partir de ahí, entramos en una compleja variedad de posibilidades, pues se puede tratar de enemigos concretos o enemigos abstractos, sin descartar ambas cosas a la vez. Las redes y los medios se llenan de calificativos en los que el término “fobia” se añade, como sufijo, a cualquier otra palabra. Pero, claro, hasta no hace mucho, los enemigos, en cada contexto, se contaban con los dedos de la mano, incluso con uno de ellos: los judíos, los masones, el comunismo o el fascismo. Y de la impresión de que se nos está yendo el asunto de las manos y, cada vez más, el pequeño universo de cada cual, en su vida concreta y en las redes o medios que frecuenta, se llena de enemigos que flotan y se concretan según el contexto y las aversiones en cada caso. Así, la ultraderecha, el racismo, el fascismo, la Agenda 2030, el comunismo, el neoliberalismo, la guerra o el heteropatriarcado, en un buffet del que el comensal se va sirviendo lo que mejor le viene para la ocasión.
Al final, esa inflación de malos en lontananza nos lleva a correr, figuradamente, como pollos sin cabeza, para huir de algo o para embestirlo, con la confusión como guía. De pronto, los que antes eran enemigos de la guerra, se presienten partidarios de esta, o de aumentar el gasto militar, y el repudiado Estado belicista de otro tiempo, frente al que se entonaba el “no a la guerra”, es calificado como “primo de Zumosol” (sic), cuya deserción nos obliga a dejar el pacifismo que hasta ahora profesábamos.
En Europa, verbigracia, corremos a determinar quiénes son los enemigos, pero nos falta preguntarnos dónde están, si dentro o fuera. Igual pensamos que están más allá de las fronteras, lo que tiene su lógica, pero no podemos descartar que se encuentren de este lado. En el maremágnum de estas fechas, todo es posible y no debemos descartar nada. Qué tiempos aquellos en que todo parecía claro y diáfano, con los malos en su sitio y los buenos en el nuestro, sin dudas posibles. Pero ya ni siquiera sabemos de qué lado estamos ni donde reside alguna dosis de verdad. Sí a la guerra, no a la guerra, he ahí la cuestión. Igual es necesario ir quitando de la lista los enemigos imposibles y los que queden, o el que quede, sea el verdadero. Si nos dejan.
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