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El Perfecto Idiota Indigenista

Incluso el Vaticano se ha referido peyorativamente a las ONG, afirmando que la decadencia de la iglesia podría llevarla a convertirse en una de ellas
Luis Agüero Wagner
miércoles, 20 de marzo de 2013, 07:49 h (CET)
Dijo Voltaire que la idiotez es una enfermedad extraordinaria, dado que no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás, y es el caso de los indígenas paraguayos condenados a un infortunio perpetuo por las ONG que dicen defender su causa.

El Premio Nóbel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, recordaba divertido sobre su obra “Pantaleón y las visitadoras”- una deliciosa sátira sobre la vida sexual en el ejército peruano- que un militar de la amazonía peruana declaró en una oportunidad que el libro en cuestión no mencionaba ni la milésima parte de lo que realmente sucedía en dichos cuarteles.

Algo similar podríamos decir sobre las idioteces que describen su hijo Álvaro junto a Plinio Apuleyo y Carlos Alberto Montaner en su libro humorístico “El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” y en su segunda parte “El regreso del idiota”, donde se omiten sinnúmero de categorías con las que también quienes creen en los indigenistas paraguayos enriquecen la biodiversidad de la idiotez en el subcontinente.

Debe decirse a favor de la dinastía Vargas Llosa que en varios de sus textos, ya sea sobre la realidad o de ficción, el primer Vargas ha abordado con bastante profundidad el tema del indigenismo como utopía arcaica, lírica, anti-histórica y poco realista, sugiriendo que la asimilación a la modernidad es la única vía para los pueblos originarios, a quienes intereses creados impiden convertirse en hombres de nuestro tiempo. Abogan en favor de las tesis de Vargas Llosa realidades concretas que son fáciles de advertir en las “espontáneas” protestas de indígenas en Paraguay. Hace poco se leía la palabra “Etnocidio” en un cartel que indígenas sostenían al tiempo que cortaban una ruta, vocablo que requiere una elaboración mental ajena al alcance de los manifestantes. Se hace evidente la “ficción política” de la que habla Vargas en estas paradojas que, como sabemos, solo son verdades que se ponen patas para arriba para llamar la atención.

En Paraguay el indigenismo de las ONG no solo se apropia del sufrimiento indígena para instrumentarlo en beneficio de sus objetivos políticos, también lo hace por puros intereses crematísticos.

Basta mencionar el caso del ex director del INDI bajo el gobierno de Lugo, Oscar Ayala, cabeza visible de la ONG Tierra Viva, la cual es conocida por recibir fondos de Diakonía, Acción Ecuménica Sueca, Organización Inter eclesiástica de Cooperación y Desarrollo-ICCO de Holanda, Programa Noruego para los Pueblos Indígenas, Pan para el Mundo de Alemania y de otros organismos para proyectos específicos como de Intermon-Oxfam de España e Internacional Work Group for Indigenous Affairs de Dinamarca, Fondo de Desarrollo de Canadá, Misereor de Alemania y Embajada británica de Asunción. En años anteriores, Tierra Viva reportó gastos por valor de casi 300.000 dólares en su funcionamiento, aunque su actividad se reducía a “asesorar” a grupos indígenas para recuperar sus tierras, proceso en el cual terminaba siempre pagando el estado paraguayo sumas multimillonarias. Lo que es peor, documentos prueban de manera inequívoca sobrefacturaciones de tierras por varios millones de dólares en apenas una transacción.

Vargas Llosa también indica lo absurdo de considerar a los nativos latinoamericanos de ascendencia europea, que hace cinco siglos son parte importante de la población americana, como extraños a su propia realidad. Ello no le impide reconocer la confusión y falta de armonía implícitas en la hibridación. Señala que la reconstrucción de un paraíso perdido por los indígenas a la llegada de los europeos a América no es histórica, sino mítica e ideológica. En su obra, el Nóbel nos recuerda que el Perú con el que se encontró Pizarro no fue la arcadia descrita por los indigenistas, sino un país desgarrado por sangrientas guerras civiles debido a las disputas por la sucesión del trono. Vargas Llosa trata de demostrar que, independientemente de lo bienintencionado e inspirador que pueda ser el discurso indigenista para la gente indígena que ha sido oprimida y marginada durante siglos, uno no debería romantizar la historia precolombina ni crear falsas fantasías sobre un mundo que, desde la perspectiva ética de hoy en día, no fue ni tan pacífico ni tan idílico.

Vargas Llosa reconoce el positivo en la revaloración de las culturas indígenas que implica el indigenismo honesto, pero condena el extremismo que, cuando se usa como instrumento de poder, puede acercarlo al racismo y a la intolerancia democrática. En último término, para él, el indigenismo sigue siendo un mero producto de mitificaciones e idealizaciones a-históricas. Sindica sin ambigüedades a los indigenistas como peligrosos fundamentalistas, dado que pueden acabar creyéndose las propias ficciones y utopías ideológicas que fabrican para justificar sus crímenes. El desorden político y social puede crearse a partir de esas ideas, como algunos brotes incipientes de violencia lo han demostrado en Paraguay. En lo que respecta a su descripción del indigenismo como ficción ideológica para justificar crímenes, la realidad del indigenismo en Paraguay aboga en su favor. En este medio se trata de una simple coartada para justificar sobrefacturaciones, sobre valuaciones y malversaciones de fondos por parte de ONG tan desprestigiadas, que una institución tan conservadora y decadente como la iglesia católica se ha referido a ellas en clave peyorativa. Francisco, el primer papa latinoamericano de la historia, advirtió ya en su primer día de pontificado, que la Iglesia corre el riesgo de convertirse en una ONG si se aleja de los preceptos de Jesús. No cabe duda que sus orígenes han ayudado al pontífice a conocer no sólo la realidad latinoamericana, sino la realidad de las ONG que se dedican a captar fondos con supuestos fines altruistas y contribuyen así a sumar la “inmoral, injusta e ilegítima” deuda social. Poco dirán estas sutilezas para personajes convencidos de sus “nobles” motivaciones, como las auto-nominadas autoridades de la “sociedad civil”.

Como alguna vez lo expresa el escritor e historiador inglés Tony Judt: La mayor ventaja de la acción pública es su capacidad para satisfacer esa vaga necesidad de una meta y un significado más altos en las vidas de hombres y mujeres. Pero abducidos por el anhelo de interés y provecho propio, se oscurecen las razones para el altruismo o incluso el buen comportamiento.

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