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Marx contra Bakunin | |||
El anarquismo enfrentado sin tregua, en todas las épocas de la Historia, terminó casi extinguido | |||
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Podemos situar la primera versión del problema, dentro del contexto del movimiento socialista en general, en la polémica entre Marx y Bakunin en el V Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores (más conocida como I Internacional). En esta ocasión, Marx ejerció el papel de reformista, aceptando la participación de los partidos comunistas en el juego político “burgués”, frente a un revolucionario Bakunin, que rechazaba de plano presentarse a las elecciones en un sistema político en el que no creía, y que apostaba, como forma fundamental de lucha contra la explotación, por la fundación de sindicatos y la acción de estos. Más allá de las diferencias tácticas sobre la organización y las acciones más convenientes para la destrucción del sistema político y económico burgués, la cuestión que Marx y Bakunin debatían, y que significó, en la práctica, la escisión entre socialismo y anarquismo, estribaba en si el sistema económico capitalista era “reformable” desde dentro. Bien es verdad que este “dentro”, para los marxistas, significaba la participación en las elecciones democráticas burguesas allá donde el partido fuera legalizado (y, por tanto, adaptar su programa para cumplir las condiciones burguesas para la legalización), en un intento por hacerse con los resortes políticos del Estado, con el fin de poder utilizar su poder para planificar la economía, mejorar en lo posible la condición del obrero y, en general, avanzar hacia el socialismo. Por su parte, Bakunin y los anarquistas se situaron de partida en una marginalidad absoluta y en una total negativa a participar en un juego político engendrado directamente por el sistema económico capitalista y a conformarse con mejoras parciales en la condición de la clase obrera, mejoras que solo redundarían en que el trabajador fuera aceptando poco a poco el sistema del capital y, por tanto, en que, a la larga, aceptara su propia esclavitud y, en caso de necesidad, incluso la pidiera a cambio de una mejora en su condición. Es conocido, no entraremos en detalles, que el socialismo y el anarquismo, una vez separados, siguieron, desde entonces, caminos diferentes. Y que el anarquismo, enfrentado sin tregua, en todas las épocas de la Historia, con los escuadrones de caballería, terminó casi extinguido (aunque ahora disfruta de cierto renacimiento, incluso en su versión ultraliberal). Marx contra Lasalle: Critica del Programa de Gotha En cuanto al socialismo, poco tiempo después de la disolución de la I Internacional, Marx y Engel, ironías de la Historia, tuvieron que ejercer de revolucionarios con respecto al Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania (cuyas siglas en alemán son SDAP). El SDAP había sido fundado en 1869 por Wilhelm Liebknecht, entre otros, y había adoptado el llamado Programa de Eisenach, afín a las tesis de Marx. En cualquier de los casos, en la Alemania de Bismarck, el programa proponía medidas reformistas como la separación Iglesia Estado, el sufragio universal masculino, la creación de una milicia popular que sustituyera al ejército, la abolición del trabajo infantil, el establecimiento de un límite a la jornada laboral, el desarrollo de un modelo fiscal progresivo y el apoyo estatal al cooperativismo. Por supuesto, Bismarck proscribió el partido en 1878, más por su rechazo a la monarquía que por el resto de las propuestas que figuraban en el programa. Unos años antes, en 1875, había tenido lugar el célebre Congreso de Gotha, en el que el SDAP se unificaría con la “asociación lassalleana”, pasando a denominarse Partido Socialista de los Trabajadores Alemanes (siglas en su idioma: SAPD). La unificación se realizó bajo los principios del llamado “Programa de Gotha”, cuya crítica motivó un famoso escrito, tan breve como incisivo, del propio Marx, escrito que circuló entre los miembros del partido y que no vería la luz pública hasta la muerte de su autor. Marx había aceptado la participación en el juego político burgués como forma táctica de acelerar una revolución que, de todos modos, se produciría necesariamente. Por ello, había aceptado incluir, en el programa del partido, reivindicaciones que, en el fondo y en la forma, consideraba burguesas, como la petición del sufragio universal masculino o la del modelo fiscal progresivo. Sin embargo, lo había aceptado a cambio de no perder de vista los principios del socialismo y su objetivo final: una sociedad sin clases y sin Estado, en la que los medios de producción fuesen propiedad de todos. Por el contrario, Lasalle y los lasalleanos abogaban, en realidad, por el mantenimiento del orden social, siempre y cuando, claro está, el “fruto del trabajo” fuese repartido de modo igualitario entre todos. Se trataba, desde luego, del antecedente directo de lo que la socialdemocracia de hoy, con menos ambición, defiende bajo la advocación de “redistribución de la riqueza”. Quizá esto pueda sonar sorprendente a algunos, pero lo cierto es que Karl Marx se mostró siempre radicalmente en contra de esa “redistribución de la riqueza”. En la Critica del Programa de Gotha, escribe: “< Aun más, “el fruto del trabajo colectivo será la totalidad del producto social. Ahora, de aquí hay que deducir: Primero: una parte para reponer los medios de producción consumidos. Segundo: una parte suplementaria para ampliar la producción. Tercero: el fondo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos debidos a fenómenos naturales, etc. Estas deducciones del "fruto íntegro del trabajo" constituyen una necesidad económica, y su magnitud se determinará según los medios y fuerzas existentes, y en parte, por medio del cálculo de probabilidades, pero de ningún modo puede calcularse partiendo de la equidad”. Con respecto al partido que posteriormente se convertiría en el SPD alemán, Marx ejerció, pues, el papel de elemento revolucionario, contrario al compromiso con unas reformas parciales que significaban perder de vista la radical injusticia del sistema para con el trabajador. Un ejemplo más, también de la obra citada y también sorprendente para el comunismo de hoy, nos indica que Marx era también contrario a la educación pública: “Eso de "educación popular a cargo del Estado" es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y, como se hace en los Estados Unidos, velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, y otra cosa completamente distinta es nombrar al Estado educador del pueblo! Lo que hay que hacer es más bien substraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno y de la Iglesia”. (Continuará….) Primera parte Segunda parte |
Políticos. Demócratas por más señas. Antes de la riada, existían. Ahora aparecen sobre el barro. Chapoteando. Como personajes podrían evocar la novela ‘Cañas y barro’ del valenciano Blasco Ibáñez en la Albufera. Y merecerían afecto. Pero son personas, en democracia y ante la riada, responsables. No son unas personas extraordinarias, ni siquiera las mejores.
El envejecimiento de la población en nuestro país es una realidad. Según los últimos informes del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), para 2050 las personas mayores de 60 años representarán más de un tercio de la población total del país. Este escenario nos plantea importantes desafíos como sociedad, especialmente en lo que respecta a garantizar una buena calidad de vida para nuestros adultos mayores.
El triunfo de Donald Trump colocó al Viejo Continente en un tenso compás de espera silencioso e incierto. Resuenan las palabras que escribiera Friedrich Nietzsche cuando nos hablara del nihilismo: “un fantasma recorre Europa…”, y este “nihilismo” entendido como una “transvaloración de todos los valores” puede que tenga efectos globales.
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