No es que nos extrañe en absoluto, porque cada cual lleva en la sangre el colágeno que mamó de su madre y todo sabemos la importancia que tiene para una persona la cuna en la que fue depositada cuando nació. Difícilmente, aquella persona que proceda de una familia humilde, por muchos estudios que tenga, por muy inteligente que sea y por mucho que intente esforzarse en ocupar con la debida dignidad, solvencia, eficiencia, desparpajo y naturalidad un lugar entre las personas de la realeza, de modo que no se le note su procedencia, sus reacciones plebeyas, su falta de savoire faire y de saber estar, precisamente cuando sería más necesario mostrar su verdadera clase, para no desentonar en un ambiente en el que es muy difícil que, una persona que no pertenezca o haya pertenecido a este exquisito círculo de la aristocracia, pueda desenvolverse de modo que no se le note en algún detalle, incorrección o vulgaridad, por imperceptible que pudiera parecer; algo que, sin embargo, no representa ningún esfuerzo y forma parte de la vida habitual de aquellos privilegiados de los que vulgarmente se dice, tienen sangre azul en sus venas.
Como sucede en el caso de aquellos que se han enriquecido rápidamente, los que venidos de la clase popular y, de pronto, se encuentran en una posición económicamente envidiable que les permite darse toda clase de lujos, vivir holgadamente y codearse con aquellas personas para los que la riqueza no es una novedad y están acostumbrados a ella a través de varias generaciones de antepasados que ya disfrutaron de una posición en la que el dinero nunca fue su preocupación principal; es muy corriente que les cueste adaptarse a aquellos círculos sociales que ya aprendieron a que el presumir de riqueza o hacer ostentación de ella es lo más cutre que se pueda hacer. En mis tiempos de juventud, a aquellos que se enriquecían especulando, haciendo el famoso “estraperlo” o dedicándose a negocios de dudosa legalidad, se los calificaba de “nuevos ricos”. Sus salidas de tono, la ostentación de su riqueza, su falta de cultura, sus modos groseros y su estrafalaria forma de vestir, hicieron de ellos blanco de las críticas del resto de la sociedad que, si bien los aguantaba, difícilmente los toleraba en sus círculos de amistades y eran el hazmerreír de todas aquellas publicaciones satíricas, entre ellas aquella famosa revista, “La Codorniz”, dirigida por aquel formidable escritor, cómico y extraordinariamente inteligente, Álvaro de la Iglesia.; que se cebó contra ellos.
No es la primera vez que nos hemos tenido que referir al comportamiento de nuestra primera dama, la reina consorte Leticia, de apellidos Ortiz y Rocasolano, de los Rocasolano de siempre o sea, de aquellos que nunca se distinguieron por nada que no fuera pertenecer al vulgo de los españoles, como somos casi todos los que no hemos tenido grandes personajes que nos precedieran y nos trasmitieran algún título de nobleza. Lo que sucede es que, ninguno o ninguna, de estos españoles de a pie, ha sido elegido para formar parte de la familia real, esta familia que gracias a la reina Leticia, el rey Felipe VI ha dejado reducida al mínimo, prescindiendo de sus hermanas, cuñados y tías, lo que dejada limitada a la categoría de miembros reales aforados al Rey, la reina consorte y las dos infantas, perdón, a la princesa Leonor y la infanta Sofía. En realidad, todo indica que quien ha organizado este defenestramiento de la familia del Rey ha sido, precisamente, la reina consorte que, al parecer nunca se ha sentido integrada entre todos ellos lo que nos hace sospechar que los rumores que se dice han corrido respeto a los malentendidos entre el rey y la reina, provengan precisamente de este empeño, manifestado en numerosas ocasiones, de apartar a las infantas del contacto con el resto de familiares, incluida la reina Sofía, cuya enemistad y falta de entendimiento con Leticia ha llegado a trances en los que les ha sido imposible ocultar la animadversión que existe entre ambas. Últimamente parece que también ha entrado en el club de los que no soportan a Leticia S.M Juan Carlos I, que parece que ya se ha manifestado en varias ocasiones contrario al comportamiento de la actual reina de España.
Pero ha sucedido, recientemente, un hecho que estimamos de suma gravedad y que demuestra el grado de autosuficiencia, engolamiento, fatuidad y engreimiento de Leticia que no ha tenido inconveniente en demostrar, en público y ante una multitud de personas, su incontinencia verbal, su abuso de autoridad, su falta de respeto por sus subordinados y su nulo autodominio al no saber reprimir su cólera ante una situación en la que la única culpable era ella misma, al caminar sin mirar por donde pisaba lo que motivó que tropezara y estuviera a punto de caer, aunque no llegó a tocar el suelo con su pérdida de equilibrio. Hecha una furia se dirigió al guardaespaldas que tenía más próximo, lo cogió del brazo y le espetó en voz alta: “No me has avisado del escalón y casi me mato ¿Es que no has visto que aquí hay un escalón? ¿Eso es posible?”
Bien, no creo que sea preciso insistir en este comportamiento, completamente reprobable de la reina Leticia, no sólo por lo injusto de la bronca, por haber regañado a su subordinado en público en lugar de hacerlo en privado y por su falta de dominio sobre si misma lo que demuestra la vanidad de esta mujer, convertida en modelo oficial de la moda española, trabajo que se toma tan en serio que resulta ridículo ver el envaramiento con el que se mueve con motivo de los encuentros oficiales con los mandatarios y sus esposas que nos visitan desde sus respectivas naciones. Verán, si el rey Felipe VI, intenta mantener con dignidad su puesto de Jefe del Estado español, no ocurre lo mismo con la reina que, al parecer hace más caso a los consejos de su madre y amigas, que a lo que seguramente intentan que comprenda los asesores de la casa real.
No debiera olvidar que estamos en una situación en la que España, desgraciadamente, empieza tomar una deriva de izquierdas que no favorece en nada a la institución monárquica. Debiera de tomar en cuenta que la petición de ir a una república ya se ha escuchado tanto en el Parlamento como en algunos de los de autonomías españolas, lo que significa que, si en algún momento llegaran a tener las riendas del país y pudieran modificar la Constitución, es muy posible que una de las reformas que intentarían tomar podría ser cambiar el régimen monárquico, para instaurar una república, algo así como le sucedió al abuelo del Rey, Alfonso XIII, cuando en Abril del año 1931, tuvo que hacer el petate y exiliarse a Italia.
No estamos en momentos propicios para que un miembro de la familia real de un espectáculo semejante, ante una multitud de españoles, que habían acudido a verla. Por si la reina no se ha enterado o sus consejeros no le han advertido de la difícil situación en la que se encuentra nuestra nación, sería conveniente que se la instruyera respeto a que procurara moderar su comportamiento en estos actos oficiales ya que, en cuanto a sus relaciones con la reina Sofia, de puertas de palacio para fuera, es evidente que se le han fijado límites a sus posible expansiones de mal humor en contra de su suegra.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que nuestra reina morganática, no es consciente de que en España, al menos desde hace unos años, desde el inicio de la crisis del 2008, las simpatías hacia la corona se han indo menguando a medida de que la política del país ha ido virando hacia partidos de izquierdas que, al menos hoy en día, son los que tienen más posibilidades de gobernar nuestra nación, por un tiempo de cuatro años. Tiempo suficiente para que tengan lugar importantes cambios si, como es muy posible, los que apoyaran a los socialistas fueran estos comunistas bolivarianos que el señor Maduro nos envió para que acabasen con nuestra democracia. Y, desgraciadamente, parece que lo van consiguiendo. No estamos en situación de cometer ligerezas ni de dar espectáculos tan denigrantes como el que nos ha proporcionado Leticia.
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