Detrás de esa “masacre de Boston” —de tres víctimas mortales— que ignora las verdaderas masacres que se suceden continuamente en otros rincones del mundo, pero las cuales no merecen eslóganes ni espacios destacados en los medios, y mucho menos espacios monográficos ornados con músicas emocionales o banderas flameantes, se han celebrado maratones atléticas de conmovidos corredores que han apoyado con su participación a aquellas tres víctimas y al centenar —dudoso— de heridos de aquel infausto acontecimientos que tanto huele a la naftalina de falsas banderas organizadas.
Los atletas, en su mayoría ciudadanos de a pie, no solamente se han sumado a la convocatoria blandiendo el símbolo satánico del 666 en el ritual de salida, sino que han aceptado de grado, casi felices, que hubiera más policías que participantes, en un ensayo avanzado de lo que es el porvenir seguro del Estado Policial a que estamos abocados de forma muy bien planificada. Los mismos que venden el terror, venden la seguridad. Más allá de esto, queda bien claro que las mentiras muy repetidas terminan haciéndose verdad para las mentes poco críticas —la mayoría—, y para esa mayoría es incuestionable que las víctimas de Occidente tienen más valor y peso que las que el propio Occidente produce en lo que considera su trastienda, ese Tercer Mundo al que pueden invadir y aplastar sin cargo de conciencia, causar miles, cientos de miles o millones de víctimas, robar, timar o apropiarse de sus haberes, reducirlos a la miseria y, como colofón, ignorar los daños que han provocado por codicia. Un muerto en Boston vale algunos millones de cualquier otro país del Tercer Mundo. Aquellos no son nadie, no existen. Es la marcha imparable de la Historia hacia un futuro programado.
Mismo suceso que se ha visto reflejado como un sórdido eco en el hundimiento de una fábrica textil en Bangladesh, donde unas mil trescientas personas —cuatrocientas víctimas confirmadas y unas novecientas aún desparecidas entre los escombros— han sucumbido produciendo en condiciones extremas productos de bajo precio para los mercados de Occidente. 26 euros al mes de salario medio, bien han valido sus vidas para las multinacionales de la explotación. Son víctimas insignificantes, sin relevancia humana. A nadie, salvo a sus propias familias, les importaba su existencia o su sufrimiento, y esas mismas familias no tienen carácter de humano para el prepotente Occidente y sus empresarios, esos mismos que se llevan el trabajo desde sus naciones a estos muladares del planeta para aumentar sus beneficios y poder gastar estos dineros tintos en sangres inútiles en los placeres de una humanidad a su servicio, preferiblemente en los ámbitos de la opulencia occidental en la que ellos mismos condenan al desempleo y a la desesperación a sus propias poblaciones.
Desesperación extrema de millones de seres humanos condenados a morir frecuentemente por su propia mano, como esa mujer de Córdoba, España, que anteayer se arrojó al río Guadalquivir junto con su hijo de cuatro años porque ya no podía soportar por más tiempo el sufrimiento de una sociedad injusta gobernada por chorizos y sinvergüenzas impunes ante la justicia, que están convirtiendo la sociedad en un albañal repulsivo. Mismo albañal en el que miles, millones de personas, están siendo condenadas a seguir rutas parecidas, porque a los casi 6.5 millones de desempleados y casi 4 millones de personas con hambre en este rincón olvidado de la mano de Dios del opulento Occidente que es España, han de sumarse, según las previsiones del gobierno este de pinpón que tenemos al servicio de El Club, otros 1.3 millones de venideros desempleados —que ya serán más— a producirse de aquí a 2016, según dice. Mi pronóstico de que alcanzaríamos los 8 millones de desempleados —exagerado me dijeron algunos, y loco, otros—, que anuncié en 2006, parece que va ajustándose como un guante.
Un plan que avanza inexorable hacia su destino previsto, como lo hace el doble lenguaje políticamente correcto, mediante el cual los programadores sociales propician que el populacho se subleve ante el deseo de independencia de ciertas regiones nacionales —como Cataluña, actualmente, y, próximamente, Euskadi—, empujándoles a que invoquen indignados el Artículo 1 de la Constitución para negarse a ceder soberanía a una región y exigiendo que voten todos para concederla o no, entretanto el presidente del gobierno cede sin referéndum alguno de esos “todos” la soberanía nacional a potencias extranjeras, sin que nadie se rasgue las vestiduras.
Un mal menor, cuando uno compara todo esto con las pretensiones de control demográfico que ha publicado un medio de tirada mensual en estos días, haciéndose eco de lo que piensan al respecto cien de los más prominentes hombres de la sociedad y la política internacional, quienes ven en las guerras, las epidemias y el hambre, la mano salvadora que regularice el control de la población, y quienes no se cortan un pelo al afirmar en medios públicos y privados que en el planeta sobran entre los 6000 millones de almas —para los más progresistas— a los 7400 millones de personas —para los más radicales—, suponiendo, en conclusión, que ven con excelentes ojos que un mal cualquiera (natural o provocado) elimine de facto a esa parte de la población, dejando la Tierra para el uso y disfrute en exclusiva de entre 100 y 1000 millones de personas. Algo en lo que no es descartable que pueda ser auxiliada la naturaleza con virus o manipulaciones de virus, como ese H7N9 que parece que ya es resistente a cualquier remedio farmacológico y que, iniciado en China, ha afectado ya a un considerable número de personas, porque ya se transmite de humano a humano.
Todo un avance de la Ciencia al servicio de la muerte, como lo es el uso de la química al servicio de la guerra —uno de los caballos del Apocalipsis que invocan los partidarios del control demográfico—, a cuyo jinete parece ser que se le quiere liberar en Siria, o al menos se pretende dar la impresión de que lo hará en breve el gobierno legítimo de aquel país, y justificar así una entrada en la contienda de Occidente a sangre y fuego. Tal vez por eso ha autorizado el gobierno de España la presencia de tropas norteamericanas en España, y tal vez por eso ha llegado a España inopinadamente el rey de Jordania a ver al rey de nuestro país, probablemente para suplicar cierta misericordia, porque puede ser que el siguiente peón en ser comido por el hambrón Occidente sea la misma Jordania.
Y es que, como dice Rajoy, “la gente está frustrada, pero sabemos lo que hacemos.” Y lo saben, de eso no hay la menor duda. Así, mientras estabilizan la macroeconomía, el hambre en crudo asalta los hogares españoles, se empuja a la población al exilio económico, se consagran los hurtos oficiales y el desempleo y la marginación social avanzan imparables, acorralando a la ciudadanía en un redil de desolación en la que la mera supervivencia está ya por encima de vivencia a secas, y en la que la pérdida de derechos y de expectativas de futuro es aceptado como un signo de los tiempos. Al fin y al cabo, las personas han ido siendo cosificadas, convertidas en nada más que objetos de compraventa con las que se comercia, de modo que nada es puro ni sagrado.
No se trata solamente de que por todas partes se vaya inoculando a la sociedad con simbología pagana o directamente satánica —desde la moda a los eventos sociales, pasando por las programaciones infantiles— sino que las mismas legislaciones empujan en la misma dirección a las ciudadanías, convirtiendo en derechos lo que no son sino sacrificios rituales, como el aborto, y hasta proyectando como sacrosanto el “haz lo que quieras” de Antón Lavey y su Biblia Satánica, merced a lo cual, y con el propósito de respetar sus derechos inalienables de personas con libertad para disfrutar su propia sexualidad, se legalizan por doquier, ahora en Bélgica, a partidos o asociaciones pedófilas que han visto en la infancia más tierna un consuelo sexual a sus apetencias más depravadas. Cosas veredes que antes no creyeres.
Todo en la ruta, camino hacia al futuro programado. Nada extraño, si consideramos que los timoneles de Occidente, en un rango de 8 de cada 10, pertenecen al mismo grupo secreto-discreto adorador de los mimos principios, los cuales, curiosamente (o no tanto) están por encima de los intereses no solamente personales, sino también nacionales o legales. Pueden militar en distintos partidos (para controlarlos todos), pero pertenecen a las mismas “obediencias”, de modo que pocos hay que no estén trabajando con los mismos fines y objetivos. Y los van cubriendo.
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