Los hay que tienen cociente, como el intelectual, y los hay que tienen un cocido en las meninges bien adobado con el unto, como los presuntos que reciben valores por los favores legislativos hechos a los directivos del asunto de los untos. “¡No a la independencia catalana o vasca!”, claman desencajados políticos presuntos, presuntos periodistas y juristas presuntos, invocando la constitución nacional de esta presunta nación soberana, a la vez que ignoran que los presuntamente traidores y llevadores regalan la presunta soberanía nacional, independizando a España de España. En esto todos se dan punto en boca, así el constitucional como la presunta neolítica política general, porque es lo que toca, aunque el presuntamente presidente obsequie obediente a Alemania esa misma soberanía española y catalana y vasca. Bien se puede apreciar con asiduidad, que la hipocresía es la poesía de la modernidad. Al presunto pueblo, presunto soberano de la soberanía presunta, según dice presuntamente la Constitución, le han salido presuntos salvapatrias de la misma presunta nación que los presuntos patricidas descuartizan. Cosa que queda clara si se considera que el presunto es la pata trasera del cochino, y que el unto es la grasa del cerdo, sea extranjero o vecino.
Ni jamás hubo en la misérrima Tierra presunta constitución de nacionalidad alguna que recogiera la presunta posibilidad de que una región de su consideración se independizara con suplicatorios rogatorios, ni hay en la Historia presunta memoria de que una nación que se desgajara aconsejara con un “sí” a la presunta nueva nación su escisión soberana. Presuntamente parece mejor que sea el reloj el que marque las horas y los agoras, pues que presuntamente puestos a regalar presuntas soberanías a la Alemania unionista, estaría bien vista un reparto de independencia previo a los predios regionales que quieren ser nacionales independientes. Presuntamente entre no-ser y no-ser, es preferible ser generoso antes con los de casa que un cabrón sin tasa y un presunto imbécil de turno regalando a las potencias extranjeras la soberanía a quien únicamente nos trajo miseria, tristeza, desempleo y pelonía.
El problema, a lo mejor, no está en la soberanía nacional o en la independencia local, sino que radique en el dique del exceso de presuntos que aceptan el unto como forma de vida liberticida. Presuntos coronados o adláteres de los váteres que, presuntamente usando los contactos sin tacto, presuntamente se sirven de la presunta barra libre de los millones que presuntamente se llevan a paletones a Suiza o las Caimán, donde apilarán los presuntos pillos los montos de sus latrocinios. Políticos que presuntamente reciben sobres a trasmano, ostentosos regalos que presuntamente a cambio de licitaciones de miles de millones obsequian los corruptores a los presuntos legisladores que se hacen merecedores de óbolos, dádivas y caridades. Presuntos todos que, amigos del unto, pululan por doquier con la presunta impunidad de una presunta justicia que se tapa un solo ojo para ver de reojo a quién encadena a una pena lastimosa y a quién mimosa libera de una condena, no sea que presuntamente sea una nena presuntamente intocable de la presunta soberanía que presuntamente controla el presunto poder del querer y no-poder que presuntamente hace caja desde la presunta baraja.
Demasiados presuntos ministros presuntamente incompetentes hay, que presuntamente se esfuerzan con afán por liquidar y tal la soberanía de la presunta España; demasiados presuntos chorizos padres e hijos de presuntos cantimpalos de los malos que han dejado el asunto con un hedor de unto de lo peor, aunque no importa lo que se sea ni cómo se obtiene lo que se tiene, sino la cantidad de pasta que nunca basta y que presuntamente se amontona desde cada poltrona. Demasiados presuntos sin condena presuntamente nos gobiernan con presunto desatino y presuntas enormes cantidades de mentiras que, presuntamente a escondidas, presuntamente reparten comisiones, favores e inquinas, según y cómo a qué vecina, que si son del rebaño le hacen daño, y si son del chiringuito les toca a repartir presuntamente un poquito.
Mi enhorabuena, pues, a los presuntos patriotas de la compota de este desaguisado cenizo, pues que callan sobre el unto y aplauden furibundos cuando liberan a los más infames presuntos chorizos. Buena gente, presuntamente inocente y buenos chicos para morderse los labios cuando los presuntos sabios de presunto unto liquidan el asunto soberano, presuntamente regalando la independencia de la nación, aunque son presuntamente boceras cuando desde las aceras de una región piden la independencia.
Pero es que esta tierra es de cochinos, de presuntos y de untos desde Estaca de Vares a Gibraltar y desde Cap del Pinar a Cáceres, presuntamente chorreando desde lo más alto del mando a los presuntos concejales de las cosas locales. Presuntos, presuntos, presuntos que, me pregunto, si las presuntas justicias y los presuntos justicieros pondrán alguna vez en el fuero de condenarlos en algún siglo inmediato, o si así como presuntamente ato, libero a los presuntos chorizos, presuntamente consintiéndolos que tengan recreos con los dineros que presuntamente siendo de los ciudadanos han tomado bajo su cuidado para presuntamente hacer turismo isleño por los paraísos fiscales caribeños o ponerlo a salvo del fisco al calor del cisco suizo.
Bien está que haya tantos presuntos nacionales que emocionales se rasguen las vestiduras porque algunos presuntos caraduras desean independizarse de España, aunque resulta bastante extraña esta presunta manía de la picardía de gritar como violado cuando al lado alguien tiene una mota, mientras que rota, agusanada y en pedazos por los presuntos del unto entregan la nación entera, sin consultar siquiera al pueblo soberano, a los infamantes “mercados” que traen presuntamente los recados de las corruptelas, con sus beneplácitos y sus telas. Mismos presuntos nacionales que callan como presuntos bellacos cuando los cacos de acuquí y acullá montan bases militares en el presunto sagrado suelo patrio, presuntamente nos llevan al patio de sus guerras injustas, y no se disgustan cuando los presuntos traidores y llevadores presuntamente entregan este país desolado, presuntamente a plazos o más presuntamente al contado.
|