No hay duda de que el estadounidense Terrence Malick es uno de los cineastas más personales del panorama actual. El cine de Malick es como una cascada de sentimientos servidos a ritmo pausado, reflexivo, con una narración de los personajes profunda, mística, con un uso de la cámara que logra transmitir poesía en imágenes con sus planos detalle, sus caricias, su silencioso acercamiento a los personajes.
Como no podía ser de otra manera, en To the wonder tenemos buenas dosis de todo eso pero, por alguna razón, lo que funcionaba muy bien en otras cintas del director como La delgada línea roja o El árbol de la vida en esta se hace excesivamente monótono, aburrido y ciertamente poco interesante. Será que no hay rastro aquí de la épica trascendencia de la Segunda Guerra Mundial o del origen de la vida en el planeta. En To the wonder todo es más convencional y menos ambicioso, lo cual lastra el conjunto.
To the wonder nos cuenta la historia de amor entre el personaje interpretado por Ben Affleck (el hombre de moda en Hollywood) y la guapa actriz rusa y ex chica Bond Olga Kurylenko. Se conocen en Francia y se enamoran, todo es hermoso, maravilloso, la vida les da una segunda oportunidad en el amor y patatín patatán y se trasladan, junto a la hija adolescente de ella, a Estados Unidos. Al principio todo va muy bien, pero pronto la cosa cambia. Los típicos problemas de la gente corriente: compromiso, confianza, dudas, nuevos padres, padres antiguos, miedo a la pérdida, discusiones y reconciliaciones…. las diversas dificultades a las que hay que enfrentarse en el día a día.
En realidad la película carece de un argumento propiamente dicho, es más bien una sucesión de escenas, la mayoría de ellas desde una perspectiva introspectiva, en las que los principales personajes de la función ponen de manifiesto las eternas dudas del ser humano acerca del amor, las relaciones y el sentido de la vida. Por supuesto también tiene cabida Dios en esta ecuación, representado sobre todo por el personaje que interpreta Javier Bardem, un cura católico en constante búsqueda del rastro divino, de la divinidad que hay dentro de las personas o allá a dónde va, en la tierra o en el cielo. El film presenta una búsqueda constante de sus personajes, en el caso del de Kurylenko es la búsqueda del amor, en el de Bardem de la fe. Una búsqueda que se antoja condenada a no acabar nunca, pues todo genera preguntas, más dudas y un general desconcierto dada la naturaleza humana.
Como digo, nada que no hayamos visto ya antes en otras películas de Malick, solo que aquí, para mi gusto, se pasa un poquito abusando de aquellos momentos de profunda ensoñación que tanto emocionaban antes. No sé, To the wonder me ha dejado una fría sensación, como si asistiera a una mera repetición de cosas ya vistas antes, solo que con menor intensidad emocional. Todo lo que me emocionaba en El árbol de la vida aquí me produce cierto sopor, esa sensación de que no me llega a enganchar, de no entrar en la película. No quiero decir con esto que me parezca una mala película, la cámara de Malick vuelve a situarse en los lugares más insospechados para darnos esa célebre atmósfera de ensoñación que solo él sabe ofrecer. El tema central de la película es el amor, ese don abstracto y esquivo del que han corrido, corren y correrán litros y litros de tinta. Para Malick el amor es un personaje más de la película, no tiene voz ni presencia, pero está siempre presente en las inquietudes de los personajes, en sus miradas y en los fascinantes paisajes que se nos muestra (precioso el castillo de St. Michel). En eso Malick sigue siendo único, lo que ocurre es que ya suena a gastado. Quizás una pequeña renovación de temas, que no de estilo, le vendría bien en el futuro.
Estamos ante un tipo de cine muy peculiar, no apto para todos los paladares. Como ya dije en una reseña sobre El árbol de la vida, esta clase de películas requieren de un momento concreto y un estado de ánimo preciso para su visionado. Con todo y con eso, mientras aquel film me fascinaba y me transportaba a un lugar mágico, To the wonder solo me causa indiferencia. Es bonita, sí, tiene ese aura especial, pero la sensación final es de ni fu ni fa.
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