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La última tragedia de la guerra civil española

El esfuerzo por recordar las atrocidades del conflicto está sólo en su primera fase
Johari Gautier Carmona
jueves, 23 de mayo de 2013, 07:49 h (CET)
Ocurrió en nuestras tierras, en la España que hoy defendemos como territorio exento de conflictos armados. No fue ni en los Balcanes ni en el este Europa, lugares conocidos por su inestabilidad étnica, sino a las puertas de las grandes democracias que hoy lideran a la Unión Europea.

Hay que reconocer que, en los últimos años, se ha realizado un cierto esfuerzo para recordar las atrocidades acaecidas durante la Guerra Civil española, pero este esfuerzo sólo está en su primera fase. Y no lo digo yo, periodista y narrador deseoso de indagar sobre estas cuestiones, sino historiadores de primera mano que se indignan de los obstáculos políticos o comunicativos existentes para que la verdad surja con su rostro más auténtico.


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Uno de estos historiadores es Miquel Izard (1934), un profesor universitario radicado en Barcelona que, además de dedicar una gran parte de sus investigaciones a la conquista de América, ha hurgado en un sinfín de estudios y testimonios para exponer la realidad de la España Franquista.

En su más reciente investigación, 'Entre la ira, la inquietud y el pánico' (Plataforma Editorial, 2013), Miquel Izard se centra en la Guerra Civil y, más específicamente, las últimas semanas del conflicto, cuando la caída de Barcelona dejaba entrever una derrota inminente del campo republicano.

A partir del 27 de enero de 1939 y hasta el 13 de febrero (poco después de que fuera promulgada la Ley de Responsabilidades que condenaba como criminales a los defensores de la República), aconteció el mayor movimiento de personas que haya conocido la Europa moderna. Más de 500.000 personas –militares, policías, políticos, campesinos y ciudadanos de a pie– se lanzaron hacia la salida más cercana y segura: la frontera francesa, bajo los bombardeos incesantes de los aviones franquistas.

Las imágenes son quizás difíciles de reconstruir. Nada nos hará sentir integralmente el terror, el dolor y la miseria que caracterizan esa época y, sin embargo, la obra de Miquel Izard arroja una luz inédita sobre una fecha clave para entender lo inhumana y desazonadora que fue la guerra civil.

Desde los primeros instantes, el estudio nos ubica en el tiempo y en las dificultades del conflicto. Un bando dividido y desorientado (los republicanos) se enfrenta a otro pujante, confiado y más determinado que nunca a terminar con el enemigo (los nacionales). La guerra ha sido larga, demasiado larga, y con ella han desvanecido la ilusión y los ideales.

Dentro de las fuerzas oficialistas, el malestar se explaya con un recelo inmenso. Los comunistas mandan a controlar los movimientos de anarquistas y otros grupos cercanos para evitar deserciones. En algunos pueblos donde el control permanece en manos de los republicanos, se ordena que todos los varones de 18 a 55 años se presenten para combatir y la respuesta no puede ser más desalentadora para el poder central: unas manifestaciones populares que ilustran el abandono y la resignación (ejemplo de Súria, página 71). Sin hablar de algunos fusilamientos entre tropas republicanas que recuerdan las purgas de Moscú (p.74).

Pero a todo esto hay que añadir el aspecto material y el contexto exterior. Mientras las fuerzas nacionales de Franco se benefician de una tecnología de punta entregada por Alemania e Italia, el bando republicano se enfrenta a la indiferencia de las democracias europeas y de la URSS. Y ése es uno de los aspectos más llamativos para el que estudia la Guerra Civil española: comprobar que, de entrada, los factores se aliaron para que el proyecto republicano –un proyecto legítimo nacido en las urnas– fracasara. “El proyecto popular [español] no era utópico; sí lo fue que los poderes tradicionales –centralismo hispánico, democracias liberales o estalinismo– permitirían ni siquiera su ensayo” expresa el autor (p.60).

Ante esta imagen de desamparo, la retirada final brilla por su atrocidad y desesperanza. Es la cereza sobre un pastel de amarguras. Francia –el país que siempre se ha reconocido por sus valores republicanos– cierra tajantemente la frontera a las familias que acuden a su ayuda y que han luchado hasta entonces para preservar el sueño de una república en suelo ibérico. El portazo es magistral, y más cuando se sabe que la aviación de los países que conforman el Eje ronda cerca de la frontera para debilitar el ánimo de 500.000 personas en plena huída. Pero eso no es todo: también se instala una denigración constante y humillante del emigrante español que ha logrado refugiarse en Francia antes del cierre de la frontera.

Para los españoles que ansían escapar de la crueldad de las fuerzas nacionales, el viaje se convierte en un calvario. Es cierto que algunos logran pasar al territorio francés gracias a un salvoconducto o un trato de favor (se trata de una minoría de republicanos con relaciones diplomáticas), sin embargo, la gran mayoría huye a pie por las carreteras y sin saber qué les espera al final del camino.

“La gente huía con una expresión en la cara entre la rabia, la desesperación y el miedo” (p.90), explica el autor antes de pormenorizar el sufrimiento que acompaña esa ola humana interminable (parecida a “un gusano gigantesco” y compuesto de ancianos, soldados, familias, viudas y niños).

El estudio que nos brinda Miquel Izard con 'Entre la ira, la inquietud y el pánico' resulta de un gran valor informativo e histórico. Pocos estudios abordan esta faceta del conflicto y menos con ese claro enfoque en el sufrimiento y el desencanto humano. Al integrar centenares de testimonios de personas que vivieron el drama en primera persona y combinarlos con las investigaciones de sociólogos e historiadores especializados en ese campo, el autor logra recrear una imagen casi fotográfica de la tragedia humana y exponer la complejidad de un conflicto que abrió la puerta de par en par a la Segunda Guerra Mundial.

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