Yo no entiendo apenas nada de fútbol. Personalmente, puedo llegar a comprender que el deporte interese de manera primordial a quien lo practica o a quien vive del negocio que genera. Soy capaz, también, de ponerme en el lugar de quien aprecia el arte desplegado por Leo Messi o por Roger Federer. Incluso en muchas ocasiones soy presa, lo confieso, del sentimiento patriotero que prefiere que gane un español a que gane el mejor. En cambio, me resulta radicalmente ajeno ese partidismo que antepone los colores de un equipo, sobre todo en el caso del fútbol, a la calidad e, incluso, a la sostenibilidad de un deporte.
El futbol es el opio del pueblo Por lo demás, no puedo menos que sentirme absolutamente perplejo ante la inmensa capacidad de análisis y de matiz desplegada por buena parte de los españoles, en lo que respecta al fútbol, en contraste con la inmensa torpeza, ignorancia e ingenuidad exhibida por los mismos españoles en otras cuestiones, cuya importancia objetiva para su vida diaria es claramente superior a la de la victoria o derrota de un equipo con el que, en realidad, no tienen nada que ver.
Quizá haya algo de verdad en el dicho de que “El fútbol es el opio del pueblo”. Y quizá por ello, yo, que vivo en la capital de España, siento cierta alegría malsana, lo confieso, cuando pierde (o, mejor, cuando fracasa) el Real Madrid. Cierta alegría que no procede de ningún prejuicio, que no tengo, contra esta gran entidad que es el equipo blanco, sino de una cierta esperanza, ingenua, utópica e ignorante por mi parte, de que el considerable porcentaje de energía intelectual que dedican sus aficionados, que son una inmensa mayoría, a diseñar tácticas y equipos alternativos se “desvíe” hacia objetivos más útiles y ello redunde en un entorno mejor para todos. Cada cual tenemos nuestras rarezas…
El futbol y los valores En fin, aparte del negocio económico que genera y del beneficio físico para quien lo practica (aunque, a estos niveles, el “beneficio físico” resulta más que dudoso), lo único objetivamente interesante del deporte reside en los valores que transmite. En la perseverancia y la precisión de Fernando Alonso, en el valor para sobreponerse a la adversidad de Rafa Nadal; pero, también, en la construcción firme de aquel que queremos ser, en Cristiano Ronaldo, o en la permanente referencia a las raíces que te permitieron llegar a tu lugar, de Andrés Iniesta; en los valores, en general, de la colaboración del juego en equipo, de la superación individual de uno mismo y en el respeto por el rival deportivo.
Valores de la contratación de Mourinho La contratación de José Mourinho, hace tres temporadas, por el Real Madrid estuvo presidida, también, por una escala de valores, instituida en parte y en parte continuada por su presidente. El mismo presidente que se deshizo de Vicente del Bosque, cuando había ganado todo, alegando que pretendía iniciar un “cambio de ciclo” (y vaya si lo inició). Se contrató a Don José sobre la base de una escala de valores que priorizaba la destrucción del adversario presente, sobre la construcción del propio equipo. O, si se prefiere traducirlo todo a título, el presidente del Real Madrid prefirió la posibilidad de ganar un título de forma inmediata a la de preparar, con paciencia, un equipo que dominara el fútbol europeo en los próximos años (dominio en el que la situación económica del club más rico del mundo permite pensar).
Si el fichaje de Mou era la elección óptima, es una cuestión técnica, en la que no me considero competente para emitir un juicio informado. Sin embargo, si de conseguir ganar títulos de trataba, no parece absurdo, a primera vista, contratar a uno de los entrenadores más expertos y laureados de los últimos años. En cualquier caso, tres temporadas después, no se han cumplido ni las más mínimas expectativas del club y el entrenador portugués abandona la institución reconociendo un fracaso en primera persona. Lo cual, a mi juicio, le honra.
José Mourinho, el entrenador He de decir, por lo demás, que a mí tampoco “me cae bien” José Mourinho. No comparto la actitud de culpar directamente a los jugadores cuando se pierde y, en cambio, arrogarse los títulos a sí mismo cuando se gana. Ni coincido con la manía persecutoria con respecto a los medios de comunicación ni con el hecho de convertir toda cuestión deportiva en una cuestión personal.
No obstante, creo que, sin discusión, Don José Mourinho ha demostrado compromiso con su trabajo. No se ha dejado influir por factores externos, ha tomado las decisiones que, acertadas o no, ha creído más convenientes para cumplir con su trabajo. En fin, ha hecho gala de ese valor tan ausente de la España actual: la profesionalidad. Aunque, a veces, la haya confundido con la personalidad.
Adicionalmente, aunque no me considere, insisto, técnicamente competente para decidirlo, del hecho de que haya ganado tantos títulos y de que haya mostrado su compromiso, de modo acertado o erróneo, contra viento y marea, se puede deducir fácilmente que José Mourinho es, sin lugar a dudas, uno de los mejores profesionales del mundo en su sector. Y, como ocurre con frecuencia, cuando los mejores del mundo pasan por España (o nacen en Ella), Don José no ha tenido más opción que marcharse del país.
Mourinho en España Porque el entrenador luso ha tenido que enfrentarse contra las dos fuerzas que, en España, convierten en un infierno la vida de los que destacan en cualquier ámbito. En primer lugar, la envidia del mediocre; esa envidia que se traduce en las legiones de “expertos” criticando el tenis de Rafa Nadal o la técnica de pilotaje de Fernando Alonso. Y, en segundo lugar, con la faceta de “cabeza de turco”, que desvía la atención de aquello que de verdad importa. Del mismo modo que, por ejemplo, se toma como cabeza de turco a Fernando Alonso por vivir y tributar en Suiza, en lugar de plantearse cómo es posible que aun tengamos en España un sistema tributario que no solo permite, sino que hace más ventajoso para el piloto asturiano marcharse a Suiza, o que hace más ventajoso para Nadal tributar en Guipúzcoa.
En fin, y una vez más, entre las múltiples lecturas que caben de la marcha de José Mourinho, está la inveterada incapacidad española para mantener en su tierra a los mejores, la inveterada inquina española contra todo el que destaque en su ámbito, la infinita autocomplacencia en la mediocridad de nuestro país. Como decía Heráclito, “los efesios harían bien en ahorcarse todos los que son ya adultos y dejar la ciudad a los muchachos que aun no tienen bozo; pues expulsaron a Hermodoro, el mejor entre ellos, diciendo: Ninguno de nosotros ha de ser mejor que los demás; si alguien los es, váyase a otro lugar y con otros”.
Adiós, Don José. Yo lamento que se marche.
Más valores del fútbol Antes de que alguien me interprete al revés, permítanme aclarar que no pretendo sostener que los españoles “merezcamos la horca” por dejar marchar a un entrenador de fútbol. Todo lo contrario: uno de los mejores entrenadores de fútbol del mundo ha tenido que marcharse, porque cometió el error de venir a un país que no soporta a “uno de los mejores” de nada.
Por lo demás, si de fútbol se trata, yo veo más valor en un club que se decide a esperar a su entrenador enfermo, aun a riesgo de perder las competiciones en las que está embarcado. Por más que, ahora, se empeñe en desvalorizarse, echando a un jugador enfermo.
Y, sobre todo, veo más valor en la fe de un Atlético de Madrid, en la Copa del Rey. En el coraje de unos hombres que se enfrentaban a un equipo claramente superior, a un equipo que jugó infinitamente mejor que ellos y al que solo detuvo la mala suerte. En la valentía de unos jugadores, enfrentándose a unas circunstancias claramente adversas y, ante las cuales, lo más fácil habría sido pensar que no se podía hacer nada, del mismo modo que, en estos tiempos, los españoles nos dejamos llevar porque “no podemos hacer nada”. Esa fe sin la que el Atleti, por muy mal que lo hubiera hecho el Real Madrid, habría perdido la Copa.
Esa fe que ya no existe en España, y sin la cual seguiremos perdiendo partido tras partido.
|