Mariano Rajoy prometió, el sábado 15 de junio, dar “la batalla del crédito”, en España y en Europa. Por más que los medios traten de corregir la expresión y, algunos, cambien los titulares por aquella otra de la “batalla por el crédito”, lo cierto es que el presidente del gobierno utilizó una frase con mucha tradición política.
La batalla del trigo
En 1925, el régimen fascista de Benito Mussolini lanzó la “batalla del trigo”. Según rezaba la campaña publicitaria que la precedió, el objetivo consistía en “liberar a Italia de la esclavitud del pan extranjero”. Más allá de la propaganda, se trataba de aumentar en un 50% la producción de trigo, a través de la extensión de la superficie cultivada y de la utilización de técnicas de cultivo más eficientes y, de paso, ahorrar las divisas que se utilizaban en su importación.
Con este objeto, el ejecutivo diseñó una política basada en altos aranceles para las importaciones de trigo y, por otro lado, fuertes subvenciones para la tecnología agraria de dicho cereal. El resultado fue tan notable como previsible. Las importaciones de trigo se redujeron casi a cero y la producción italiana pasó de 5,39 a 7,27 millones de toneladas.
Hasta aquí, lo notable. Lo previsible consistió en que, al calor de la subvención, se comenzaron a dedicar al trigo terrenos que antes se utilizaban como pastos para la ganadería y se abandonaron de forma parcial cultivos más competitivos internacionalmente, como la vid o el olivo.
La batalla de la lira
Todavía en marcha la también llamada “batalla del grano”, en 1927 el gobierno de Mussolini se embarcó en la “batalla de la lira”. Esta nueva cruzada, acometida por motivos económicos, pero también políticos, consistió en la reevaluación de la moneda italiana hasta lo que se llamó la “cuota noventa”. Es decir, la paridad con la libra esterlina (la moneda de referencia en aquella época) pasó de 150 a 90 liras italianas.
Al mismo tiempo, el gobierno elevó los tipos de interés, restringió la circulación monetaria y decretó un descenso general de los salarios de un 20%. En compensación, sin embargo, se redujo la jornada laboral y se introdujeron beneficios sociales, como los seguros de enfermedad y accidente, las vacaciones pagadas y la paga extra de Navidad.
La batalla de la lira consiguió acabar con la inflación en Italia. De hecho, se estima que el coste real de la vida descendió un 16% entre 1927 y 1932. Por lo demás, significó una perdida terrible de competitividad exterior, que se tradujo en una reducción del comercio, que acentuó el aislamiento exterior de Italia.
No obstante, estas medidas, que habrían sido insostenibles y altamente perjudiciales para Italia en un contexto político y económico “normal”, en realidad beneficiaron al país, en un contexto económico marcado por la crisis de 1929 y en un entorno político claramente prebélico, circunstancias ambas que beneficiaron a los países más preparados para autoabastecerse.
La batalla de la bonificación
La “batalla de la bonificación”, en 1928, precedida también de una gran campaña de propaganda, consistía en el plan de desecación de cinco millones de hectáreas de zonas pantanosas de la Toscana y el Pontino, para su utilización agrícola y su reparto a cien mil jornaleros sin tierras. Todo ello, con la correspondiente creación de asentamientos y construcción de infraestructuras.
En este caso, el régimen de las fasces fracasó incluso según sus propios parámetros. Sólo fueron desecadas doscientas cincuenta mil hectáreas, repartidas, en esta ocasión, entre diez mil familias.
La batalla de los nacimientos
Volviendo al año 1927, el Consejo Fascista había lanzado también la “batalla de los nacimientos”, consistente en la implantación del subsidio público a las familias numerosas y en continuas campañas de propaganda en las que se hacía depender la fuerza de una nación de la tasa de natalidad.
El crecimiento económico y el apoyo público provocaron un rápido aumento de la población, por el que Italia sobrepasó los sesenta millones de habitantes. Sin embargo, este fuerte crecimiento demográfico chocó con el descenso de productividad producido por la batalla del trigo y con la concentración sobre el norte del país de la batalla de la bonificación. Fue así que, entre 1921 y 1941, más de dos millones de italianos se vieron obligados a emigrar con destino a Francia, Estados Unidos o Argentina, entre otros países.
Los políticos y sus batallas
En resumen, las diversas “batallas” políticas y económicas emprendidas por el gobierno fascista de Benito Mussolini resultaron en ocasiones acertadas y, en otras ocasiones, fracasaron estrepitosamente. Pero, en cualquier caso, debido al crecimiento económico sostenido, al gran aumento de los servicios asistenciales por parte del Estado y a la eliminación, física, social o económica (a través de la cárcel o la emigración) de toda oposición posible, las batallas del fascismo generaron, junto con las empresas militares coloniales en Abisinia (y el bloqueo internacional consiguiente), un gran consenso nacional. Un consenso nacional que Mussolini utilizó para entrar en la Segunda Guerra Mundial del lado de Adolf Hitler.
La batalla del crédito
Espero que ahora me entienda un poco mejor, paciente lector, si confieso que sentí un escalofrío cuando leí que nuestro presidente, pretendía dar “la batalla del crédito”. Y que siento un escalofrío aun mayor, solo con pensar que Don Mariano, finalmente, triunfe en su empeño y, durante un tiempo, la economía comience a crecer, se reduzca el paro, las cuentas públicas se equilibren, España consiga el aprobado de los políticos alemanes y de los periódicos ingleses. Y los españoles olvidemos, una vez más, la calaña de los políticos que nos gobiernan. Hasta que nos conduzcan, directamente, al siguiente desastre.
[ Mientras nuestra clase política, la de los doscientos casos de corrupción (y cinco mil detenidos), la que juega a los reinos de taifas mientras nos expolian con nuevos impuestos, la que defiende su impunidad legal sin ninguna vergüenza, la que lleva a gala su ignorancia, su torpeza y su falta de criterio, la que engaña a los liberales diciendo que es liberal, o a los socialistas diciendo que es socialista, la que ha defendido su sillón (sin distinción de color) sobre cualquier otra consideración, mientras nuestros gobernantes sean de tal cariz, mejor harían en abstenerse de batallas. E, incluso, en abstenerse de hacer nada en absoluto.]
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