"Si algo ha caracterizado durante décadas a las alucinadas alimañas etarras, como hoy caracteriza a quienes defienden su presencia en las instituciones, es su cobardía".
4 de agosto de 2002. Silvia acaba de regresar de la piscina, donde ha jugado con sus amiguitos. Es una niña feliz. Muy feliz. En el ecuador de las vacaciones de verano, la pequeña no piensa en septiembre y en la vuelta al cole. Es lo que tiene su corta edad. Seis añitos. Poco después de lo que sería su último baño, la banda terrorista ETA la asesinaba en su casa, mientras bailaba junto a su primo en su habitación infantil. Eso es el terrorismo que exige imponer la “Euskalherria socialista”. Siempre lo fue.
Hoy dicen algunos políticos, periodistas, tertulianos y ciudadanos, miembros de una sociedad moralmente enferma, que debemos de integrar entre nosotros a quienes jaleaban asesinatos como el de Silvia, a quien consideran, en el mejor de los casos, un daño colateral; que su democracia –palabra vacía de contenido, como ya denunciara en su día Ortega y Gasset, y que se invoca para perpetrar acciones antidemocráticas- consiste en sentar a los asesinos en las instituciones, en ceder ante las reivindicaciones políticas de los criminales. Que Silvia, como tantos otros, murió en vano.
Si algo ha caracterizado durante décadas a las alucinadas alimañas etarras, como hoy caracteriza a quienes defienden su presencia en las instituciones, es su cobardía. Cuando los detenían, porque hubo un tiempo –los gobiernos de José María Aznar después del fracaso de las conversaciones organizadas por el PNV entre gobierno y ETA- en que a los asesinos se los perseguía con la fuerza de la democracia y se los encarcelaba, se hacían sus necesidades encima.
Dicen los que creen que hay que dar voz a los asesinos de Silvia, casi exigiendo que les demos las gracias, que debido a la rendición, a su rendición, ya no hay muertos. Para qué. Si ahora tienen lo que piden sin necesidad de matar y, sobre todo, de arriesgarse. En eso consistió lo que Rodríguez Zapatero, el plan del PSOE era integrar a ETA en el consenso socialdemócrata y expulsar del mismo al Partido Popular que se deshacía en súplicas por poder formar parte del mismo, llamó “proceso de paz”. Un proceso que sigue en marcha. La hoja de ruta etarra se va cumpliendo milimétricamente.
Mientras, unos padres, lloran un año más la muerte injusta, salvaje y cruel de su pequeña. Casi 1.000 familias de otras víctimas, así como miles de españoles de bien lloramos con ellos.
Silvia, siempre en nuestra memoria. Memoria, Dignidad y Justicia.
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