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Las bicicletas no son para El Cairo

El golpe de estado en Egipto ha desvelado el proceso de instigación del ejército
Pedro Luis Ibáñez Lérida
viernes, 16 de agosto de 2013, 08:15 h (CET)
Emilio Ferrín -Profesor Titular de Pensamiento Árabe e Islámico de la Universidad de Sevilla-, hace apenas un año publicaba la primera novela de una trilogía, bajo el título Las bicicletas no son para El cairo. Esta expresión es un juego de palabras en dialecto egipcio -al-aagalat mesh maamula li-l-Qahira- que viene a significar tanto lo que implica la traducción como el propio dicho, ¿adónde vas con las prisas? Esto es El Cairo. Las prisas, que en egipcio se dice como bicicletas. La trama se centra en la primavera árabe y entorna una mirada pesimista sobre los pretendidos cambios revolucionarios que han derivado en la sangrienta situación actual. Una realidad de la que es conocedor al haber transcurrido parte de su vida en aquella sociedad. La portada del libro es ilustrativa de cuanto acontece. Se inspira en una pintada callejera del barrio de Zamalek. Un ciclista pedalea al encuentro de un tanque: un tiempo nuevo, sin prisas frente a un tiempo viejo enrocado también sin prisas.

El autor de Historia General de al-Andalus no reduce su visión a la dinámica de los hechos grandilocuentes del proceso de transición desde la destitución de Mubarak. Recrea la intrahistoria de unos personajes que se ven envueltos en el rebufo de los acontecimientos. Nos habla de la necesidad de transformación desde dentro, desde el propio individuo, en una apuesta por las personas, antes que por otro tipo de circunstancias más o menos impuestas. En este país en el que no existe lugar para la prisa, hace especial hincapié, a través de su obra, en la deuda pendiente de cualquier revolución: la mujer.

El golpe de estado en Egipto del 3 de julio, ha desvelado el proceso de instigación del ejército y su papel protagonista en la restauración de la democracia. La concentración en la plaza de Tharir, y la voluntad de no intervenir, propiciando la destitución y el encarcelamiento de Hosni Mubarak, fue un espejismo. El ejercito viene gestionando el día a día en Egipto y lo hace con la represión como herramienta discrecional con la que pule la superficie de la mesa del escenario político. Su sangrienta intervención para desalojar las acampadas de los Hermanos Musulmanes, ha determinado que los acontecimientos, a partir de ahora, sean realmente imprevisibles en su magnitud e irradiación más allá de sus fronteras. Con evidente repercusión en el diálogo que acaban de reanudar Palestina e Israel. Establece un antes y un después. Si bien es el punto culminante de una trayectoria que disfrazada de actitud democrática, se inició con el secuestró del presidente electo Mohamed Morsi y el nombramiento de una especie de gobierno de salvación que parece conducir al país a la catástrofe. Y con él a una acentuada tensión en la región y en todo el Mediterráneo.

En estos meses precedentes, y tras las elecciones, la desvinculación del ejército en el influjo político no ha sido real. Ha participado en la represión de los manifestantes islamistas y laicos, en el empeoramiento de los suministros de electricidad y agua, incluso confabulados con la policía y los servicios secretos, menospreciaron la contienda civil que se venía gestando. Tras la masiva manifestación del 30 de junio, la sombra dejó de velar la actitud del ejército y su puesta en escena recordó otros episodios que nada se corresponden con la causa democrática y sí con el autoritarismo que ahora descubre su hiriente y violento rostro dictatorial presente desde 1952.

En la polarización y radicalización de los sucesos y autores, no hay que desentenderse del peculiar sentido de la gobernación de los Hermanos Musulmanes. Baste señalar el decreto que pretendía el propio presidente Morsi, para erigirse en autoridad suprema del poder judicial. Así como la prevención ofensiva ante los tímidos avances de la implantación de la mujer en la esfera pública. Todo ello tras haber ganado las elecciones con no excesivo margen. Lo que indefectiblemente, caso que hubiera sido su prioridad evitar fracturas, debía de haber llevado a consensuar la acción de gobierno con el resto de fuerzas políticas, no exentas ciertamente de división. Hay que recordar que la masiva manifestación, previa al golpe de estado, fue promovida por el grupo Tamarod, que significa rebelión. Un colectivo de jóvenes sin adscripción política. Tampoco podemos olvidar el nexo que aún pueda existir entre los correligionarios del anterior presidente y el propio ejército. En cuanto a que la caída de Mubarak fuera, simplemente, la sustitución de una pieza desgastada.

La coherencia de su dimisión tras la cruenta represión en el desalojo de la acampada de los Hermanos Musulmanes, no despeja las dudas sobre la incorporación al gobierno de Mohamed El Baradei en calidad de Vicepresidente. En este gobierno provisional, 19 de los 25 gobernadores regionales son militares con el empleo de general. De los 6 restantes, 2 estaban directamente relacionados con el régimen anterior. Qué podía esperarse teniendo en cuenta los acompañantes de este viaje.

Sus declaraciones contrastan con las inquietantes que realizó hace unos días el secretario de estado estadounidense, Jhon Kerry, cuando manifestaba que: "Al ejercito le pidieron que interviniera millones y millones de personas. Los militares no tomaron el control, según nuestra interpretación, hasta este momento. Hay un gobierno civil que rige el país. De hecho, restauraron la democracia". ¿Son imaginables estas declaraciones, por ejemplo, en el caso de España, y otros países europeos con creciente y masiva oposición y manifestación de los ciudadanos frente a los ajustes económicos y la corrupció...? Tras las muertes provocadas por el ejército, el exvicepresidente indicaba. "Creo que la estabilidad y prosperidad sólo se lograrán mediante un consenso nacional y, la paz social, a través de la creación de un estado civil, en el que no se implique la religión en política". Mientras el ejército gestione la capacidad de diálogo éste no existirá. Ha volado todos los puentes de entendimiento.

Las bicicletas no son para El Cairo, pero el vertiginoso ritmo de los acontecimientos, la violencia inducida desde el poder, la asfixia política, el abrupto descenso a la brutalidad nos remite irremisiblemente a la portada de esta novela. Bicicleta y tanque frente a frente. No caben dudas de quién acabará bajo el peso del otro. Pero, aunque sólo sea para cambiar minimamente su rumbo, ¿quién no recuerda la sobrecogedora imagen del estudiante chino poniendo en jaque a la columna de carros blindados que se dirigía a la Plaza de Tian´anmen?. La locura parece haberse asentado en Egipto. Los asesinatos, el estado de excepción y el toque de queda no son herramientas políticas. Pero cuando son utilizadas por el propio estado para mantener el control de las calles y plazas, entonces el terror se ha instalado en el gobierno y se convierte en el mayor enemigo de su propio pueblo.

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