Sorprende comprobar tanto buen hacer en un autor relativamente joven (35 años) y más en la que es hasta ahora su primera novela, ya que con anterioridad solo había publicado un libro de relatos (Fricciones, EDA, 2011).
Pablo Martín Sánchez nace en 1977 cerca de Reus (Tarragona). Y a poco que indaguemos en su vida nos damos cuenta de que siempre ha estado ligado al mundo editorial (pese a que también hiciera sus incursiones como atleta o actor). De hecho, ha trabajado como lector, corrector, traductor y librero. Y su formación es totalmente literaria: Graduado superior en Arte Dramático, licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y con un Master en su haber en Humanidades. Además, fue fundador de la revista Verbigracia, redactor en la revista digital La Siega y colaborador habitual en la revista Rinconete (del Centro Virtual Cervantes). Y como anécdota pasó un año completo de su vida en París, siguiendo los pasos de su admirado escritor Georges Perec. Por todo ello, podemos considerar a Pablo Martín Sánchez un joven de formación humanista, con un amplio bagaje cultural a sus espaldas, lo que explica que esta novela, de corte histórico, publicada por primera vez en noviembre del año pasado (o sea en noviembre de 2012), en Acantilado, vaya ya por su tercera edición.
Y por si no fuera suficiente con lo anterior la avala una sólida editorial. Acantilado nació en 1999 gracias al profesor de literatura de la Universidad Pompeu Fabra, Jaume Vallcorba (que acumulaba tras de sí veinte años en la editorial catalana Quaderns Crema), quien enseguida inició la publicación de obras imprescindibles de la literatura como ‘Memorias de Ultratumba’ de Chateaubriand o ‘Las Conversaciones con Goethe’ de Eckermann o Los ensayos de Montaigne.
Así que no es tan extraño que esta novela haya recibido ya un premio, el premio a la mejor ópera prima 2012, otorgado por la revista El Cultural. Y es que son, además, muchos los factores que han influido en ello.
Por ejemplo, este libro posee una cuidada estructura. Consta de un prólogo en el que se nos cuenta que la historia se creó a partir de una coincidencia onomástica, ya que al autor se le ocurrió un día teclear su nombre completo en el Google y entonces se dio cuenta de que había habido un militante anarquista vasco con su mismo nombre, el cual había participado en una incursión revolucionaria (en 1924), gestada en París por los exiliados españoles, promovida a fin de derrocar a Primo de Rivera, pero que al final fracasó. En aquellos sucesos de Vera murieron dos guardias civiles y algún rebelde y terminó con el apresamiento de la mayor parte de los insurrectos y la condena a muerte de tres de los inculpados, uno de ellos era Pablo Martín Sánchez y los otros dos: Julián Santillán Rodríguez y Enrique Gil Galar, no obstante, Pablo nunca llegó a pisar el patíbulo porque justo antes de ser ejecutado se precipitó por una ventana al vacío.
Luego viene el cuerpo central de la historia que se divide en tres partes y, finalmente, cerrarán el libro el epílogo que (junto al prólogo y la adenda) volverá a sorprendernos. Y es que el escritor habla en todos ellos con un lenguaje muy directo y confidencial, haciéndonos partícipes de sus dudas y de sus esfuerzos a la hora de realizar este trabajo. Y, concretamente, en la adenda aprovecha incluso para advertirnos de que el final de la historia podría haber sido otro al recogido por la versión oficial.
Otro gran acierto es que la historia esté contada a dos tiempos, ya que este hecho la dotará de un gran dinamismo y agilidad. Ya desde el principio se alternan siempre y hasta el final dos historias (que en realidad son diferentes momentos de la misma). Los capítulos más históricos o de trama tienen numeración arábiga y suelen ir precedidos por unas entradillas que son citas textuales, extraídas de diarios o textos de la época, lo que otorga mayor verosimilitud en general a todos los hechos que aquí se recogen, y los capítulos de biografía tienen numeración romana y son más personales correspondiéndose con la infancia, adolescencia o juventud del protagonista.
En cuanto al tema, arranca el libro con la historia principal, que es la que da comienzo en 1924 cuando Pablo tiene 25 años y se encuentra trabajando en la imprenta La Fraternelle de París. Hasta allí se desplaza su amigo, Robinsón, para convencerle de que participe activamente en una conspiración que se está fraguando para derrocar al general Primo de Rivera. Pese a que Pablo se muestre al principio reticente, acabará participando en los sucesos de Vera de Bidasoa (Navarra), junto a otros compañeros, como Robinsón, que terminarán con una condena a muerte para él y otros dos de sus compañeros. Y en la otra parte de la línea argumental que corre paralela se nos narran los orígenes de su familia y el nacimiento del protagonista en 1890 en Baracaldo, además de su infancia, adolescencia y juventud, como decíamos antes.
Pero lo mejor de todo va llegando conforme va acercándose el final del libro cuando ambas líneas argumentales convergen en el último capítulo. Y es que estamos llegando a uno de los puntos culminantes de libro y se llegan incluso a repetir párrafos enteros, lo que contribuye a acentuar más si cabe ese dramatismo final.
Es un hecho encomiable que el escritor Pablo Martín a partir de un personaje casi desconocido ha dado vida a toda una historia. Lo más fascinante es el despliegue de datos históricos que ha sabido manejar. Y es que detrás de este libro se esconde una ardua labor de investigación que duró casi cinco años. Una de las primeras cosas que hizo fue consultar el ‘Diccionario Internacional de Militantes Anarquistas’, pero aún no había llegado a la letra que andaba buscando, por otro lado, consultó los diarios de la época en la Biblioteca Nacional y viajó a Vera de Bidasoa y a París, y leyó con atención ‘La familia de Errotacho’ de Pío Baroja que se hacía eco de los sucesos de Vera y donde aparecían ya Pablo y Robinsón, y visitó una residencia de ancianos en Durango a la sobrina de Pablo Martín Sánchez, todo ello en busca de la información necesaria para sentar las bases reales de este libro.
La acción principal transcurre en el París de los años veinte porque París en esos momentos era un hervidero de exiliados, sobre todo españoles. Gracias a este retrato de época, asistimos a los pilares y posterior desarrollo del movimiento anarquista y no solo en España sino también en Francia, EE.UU. y Argentina:
“(…) París es ahora mismo el epicentro del anarquismo español, pero también había gran número de comunistas, de republicanos y de catalanistas, de sindicalistas y de intelectuales, incluso de prófugos y de desertores; en definitiva, de todos aquellos que por un motivo u otro han tenido que refugiarse en Francia, huyendo de las palizas y las torturas de la Guardia Civil española. No faltaron algunas de las grandes figuras políticas del momento, como Marcelino Domingo o Francesc Macià; o incluso Rodrigo Soriano (…)” (Pág. 21).
Pero, no será este el único paisaje, sino que serán muchos y muy variados los escenarios que desfilarán por estas páginas, reflejando momentos capitales del devenir de las primeras décadas del siglo veinte, en España y en el resto del mundo, con el nacimiento del cine de los hermanos Lumière; el movimiento anarquista en París o Buenos Aires; la vida de intelectuales de renombre como José Ortega y Gasset, Unamuno o el propio Blasco Ibáñez, exiliados en Francia; la Semana Trágica de Barcelona; la batalla de Verdún durante la I Guerra Mundial (en la que nuestro protagonista trabajó como corresponsal); la guerra de estado; la olimpiada, y otros escenarios menos importantes pero que aportan su granito de arena a la hora de dotar de colorido costumbrista a toda la novela como son Béjar, Salamanca, Baracaldo y Vera.
Los personajes son otro elemento importantísimo de esta obra porque están muy bien construidos. Uno de los mejor logrados es Robinsón (es a través de él, su mejor amigo, que conoceremos mejor a Pablo). Además, lo encontraremos al igual que a Pablo en ambas líneas argumentales, de hecho, de estos dos personajes acabaremos sabiéndolo prácticamente casi todo, que Robinsón es vegetariano, que le gusta llevar el pelo largo, que le gustan los perros y es naturista. Y de Pablo que no lloraba casi de pequeño o al menos eso decían, que aprendió a hablar tarde, que no podía oler nada (porque padecía anosmia), que tenía el corazón en el lado derecho en vez de en el izquierdo (situs inversus), que su primer y gran amor fue Ángela. Y todos y cada uno de estos detalles nos los harán sentir como cercanos y entrañables.
El siguiente fragmento es una buena muestra de cómo cada uno de estos detalles por insignificante que sea cumple su cometido, en este caso, adelantarnos que era diferente al resto, que era valiente, que era poco o nada creyente, etc.
“Ya al día siguiente, sin tiempo que perder, Pablo Martín Sánchez era bautizado en la iglesia de San Vicente Mártir, la misma donde sus padres se habían casado nueve meses antes. Y tampoco le dio por llorar esta vez, ni siquiera cuando el joven párroco don Ignacio Beláustegui le echó en la cabeza el agua purificadora, acompañando el gesto de tres inoportunos y sustanciosos estornudos que vinieron a consolidar la ceremonia bautismal” (Págs. 32 y 33).
Por otra parte, resulta interesante comprobar cómo el autor ha sabido plasmar los dos tipos de revolucionarios que existían en la época, los de pistola y acción como pueden ser Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti y los de discurso y salón como eran más bien Ortega y Gasset y Vicente Blasco Ibáñez, y también las diferencias y suspicacias que existían entre los dos grupos.
En realidad, son muchos los personajes y actúan como una especie de mosaico para recrear toda una época y nuestro autor lo hace con gran acierto consiguiendo a la vez una mezcla entre novela histórica (ya que, por una parte, es muy rigurosa y fiel a los hechos) y novela de aventuras (ya que los huecos históricos son complementados por las historias humanas, que al fin y al cabo son quizá las más importantes y con las que al final nos quedamos todos).
Y a medida que vamos avanzando en nuestra lectura, nuestro interés como lectores va in crescendo, ya que vamos conociendo mejor a los personajes y a los hechos en los que estuvieron involucrados, por lo que vamos implicándonos nosotros también cada vez más en los acontecimientos y en sus destinos, además, todo nos llega a través de un lenguaje sencillo, fluido y de una alta calidad literaria. Y es en los momentos más emotivos cuando el lenguaje alcanza su mayor esplendor. Es sobre todo cuando se enlazan las dos historias, porque han llegado al mismo punto y tenemos próximo el dramático final, cuando tenemos el lenguaje más poético:
“—Disculpe —paró un anciano que pasaba por la calle—, ¿podría decirme la hora?
El hombre le miró a través de unos gruesos anteojos y se limitó a decir, antes de continuar su camino:
—Ahí en el fondo del reloj está la muerte. Pero no tenga miedo, joven.
Entonces sonó un trueno y comenzó a llover a gritos todo el cielo” (Pág. 561).
O tan solo unas páginas más adelante tenemos este otro fragmento de increíble belleza:
“Era un domingo lluvioso y triste, de esos domingos que parecen estar hechos para los suicidas y los sepultureros” (Pág. 568).
Por último, esta novela nos recuerda a las grandes novelas de otros tiempos, de hecho, no le falta ninguno de los ingredientes de las grandes novelas realistas y naturalistas de la segunda mitad del siglo XIX, tenemos una novela muy extensa, como aquellas, de seiscientas y pico páginas, un amor imposible y folletinesco con duelo y todo incluido, una infancia y una juventud bastante duras del protagonista, guerras, revueltas, luchas de los sindicatos por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores… Y el narrador es, como también solía ocurrir en aquellas grandes novelas, un narrador omnisciente.
Con todos estos ingredientes: emoción, suspense, intriga, guerra, amor… y un estilo narrativo claro, sencillo y conciso, la novela tiene la virtud de ir conquistando, poco a poco, al lector. Una obra que nos sorprenderá sobremanera porque parece casi salida de otra época en algunos aspectos y de esta, por supuesto, en otros muchos. Y lo más importante y destacable es que consigue a todas luces dos objetivos fundamentales en cualquier escrito: entretenernos y emocionarnos.
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