Liliana Aguilar nació el 24 de septiembre de 1944 en la ciudad de San Juan, capital de la provincia homónima, la Argentina, radicándose en 1960 en la capital de la provincia de Mendoza. Desde 1966 reside en la ciudad capital de la provincia de Córdoba. Es médico-cirujana por la Universidad Nacional de Córdoba, y egresada de cursos de formación en Psiquiatría y Psicopatología. Dictó seminarios y presentó ponencias en diversas instituciones, y creó “La Casa de Liliana”, espacio destinado a Talleres para adultos y niños. Organizó muestras artísticas, condujo programas radiales, cuentos suyos fueron adaptados (y algunos, representados) para teatro infantil, etc. Fundó y dirigió las revistas “Entrega”, “El Taller”, “Boletín Mensual de la Sociedad Argentina de Escritores” y “La Polilla”. Colaboró, entre otras revistas y diarios, en “Texturas” de España, “Sr. Neón” de la ciudad de Buenos Aires, “Los Andes” de la ciudad de Mendoza. Obtuvo primeros premios y otras distinciones en su país y fue finalista en concursos efectuados en España. Integró los volúmenes colectivos “El libro de los naranjos” (y con el mismo título los numerados 2 y 3), “Cuenterío”, “Los jardines secretos” y las antologías “Cuentos”, “Cuentos de amor para niños de 8 a 10 años”, “Cuentos regionales argentinos – Zona Cuyo”, “Antología literaria sanjuanina. Siglo XX”, “Quince líneas” (Editorial Tusquets, Barcelona, España, 1997), “Antología del empedrado II”, “Leer la Argentina”, etc. Publicó los libros de lecturas pedagógicas “Mi corazón canta de alegría”, “Diario de un niño de la época”, “Diario bajo el colchón”; los libros de cuentos “Juanete con hombre no caza violines”, “Las aventuras urbanas del Sr. Guestos”, “Hombrecito de la botella”, “Hipoc y otros cuentos”, “Partes de guerra”, “Selección de textos. Antología personal”, “Sin mí”; los de ensayo e investigación “Cada cosa en su sitio”, “Aprendizaje y comunicación. Teoría y práctica de taller literario”, “El cuento breve y de cómo el espacio se fugó de la hoja” y los poemarios “De San Juan y otros poemas”, “Cantos y poesías”, “El Olimpo de Ludo”, “Clases de lenguaje”, “Ella, la del alba”, “Tratado y fallido” y “Poesía crónica” (volumen conformado por los poemarios inéditos del lapso 1975-2005 cuyos títulos son “Poemas de brasa y ceniza”, “El ángel de los fuegos”, “O hablemos del tiempo”, “Pasaje a Candelas”, “Historisquetas” y “Los días”).
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
LA: Podrá parecer fanfarronería pero bien puede ser un magro intento de comprender lo incomprensible, porque nacer en medio de una ciudad destruida por un terremoto —ocurrió el 15 de enero de 1944 y destruyó el 80% de la ciudad de San Juan— ya es un acto de creación, aunque yo no tuviera mucha conciencia entonces. De ahí en más y hasta el presente, todo para mí serían actos de creación: la muñeca de trapo, los muñecos de lana, sus vestidos, comiditas, bailes, viajes, paisajes, monstruos, sillas, piedras, palabras, todo. Todo cuanto me rodeaba sería y es hasta el presente, el germen de una historia que me permite construir sobre los “escombros” que devienen del crecimiento personal.
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
LA: Con la lluvia, poco. Con las tormentas, de terror. Con la sangre, depende el origen. Con la velocidad así así. Con las contrariedades… sigo intentando.
“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
LA: Lo que está en el afuera, es lo que alguna vez se tuvo dentro, lo hayas visto o no. Pero también deben mediar las circunstancias de espacio, tiempo y modo, además de los recursos técnicos para que “esto” que tengo adentro pueda mostrarse en el afuera ya sea como poema, obra arquitectónica o gol de media cancha. ¿Me preguntás si creo en el trabajo laborioso de la escritura? Sí, absolutamente. Pero aclaro que el mismo no garantiza la creación y cada quién llega hasta donde tiene que llegar, ni un metro de más o de menos.
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
LA: Valoro la obra en sí misma y los factores vitales, es decir, dónde y cuándo fueron escritas. Reconozco que hay vidas de algunos artistas y autores que son geniales, pero me quedo con sus obras.
¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
LA: Los aprendíamos en la escuela primaria; lo aplicábamos en la secundaria; los olvidábamos en la juventud y con el primer hijo o hija, volvían a nuestra memoria de un modo sorprendente. Después de los sesenta nos damos cuenta de que todo nuestro sistema ético y de creencias se soportan en aquellos primeros postulados.
“No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti”, por ejemplo: ¿te imaginás un mundo en donde cada uno de nosotros siguiera este lema a rajatabla? Y sigo. “No hay mal que por bien no venga”; “Más vale malo conocido que bueno por conocer”; “La peor batalla es aquella que no se pelea”; “Haz el bien y no mires a quien”… y muchísimos más. Lo curioso es ver cómo se contradicen unos con otros aunque todos aciertan en el momento justo.
¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
LA: Hasta los diez, doce años, devoraba las historietas de Superman (el original) y Superpiba, admiración que más tarde derivó en una especie de fanatismo por los relatos y novelas de ciencia ficción y literatura fantástica. Rendida ante los mitos de H. P. Lovecraft; de Ray Bradbury, en especial “Crónicas marcianas”; Philip K. Dick, Fredric Brown, Ursula K. Le Guin y más cerca nuestro, Macedonio Fernández; el uruguayo Mario Levrero; Jorge Luis Borges, Angélica Gorodischer; la revista española “Nueva Dimensión” y más acá “Péndulo”, “Parsec”…
Como no faltaba más, apareció Gabriel García Márquez con su realismo mágico. Como verás, he vivido de la fantaciencia y las ficciones desde siempre. He escrito cuentos realistas pero mi corazón va por el lado de la realidad filtrada por la fantasía.
En artes plásticas soy una especie de turista que dice me gusta o no me gusta y pasa a la obra siguiente.
En arquitectura, El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, de Antoni Gaudí. Seguramente hay muchísimas ante las cuales quedaría extasiada pero no las conozco. He viajado más en libros que en tren o en avión.
En música adhiero con fervor a la sexta y novena sinfonía de Beethoven y toda la obra musical de Juan Sebastian Bach. Pero disfruto de cualquier ritmo al alcance de mi oído. La música es maravillosa.
¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
LA: Supongo que te referís a situaciones irrisorias para el espectador, no para el protagonista, en este caso, yo. Si es lo primero ¡bingo! Soy una papelonera mundial. Lo más leve es confundir una persona con otra o cambiar un nombre por otro.
¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
LA: No la pienso. Pero si alguien me lo preguntara podría repetirle las palabras tomadas —y compartidas— de un autor de ciencia ficción “dentro de 400.000 años…”
“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
LA: Toda actividad rutinaria termina secándome las ideas, los sentimientos y como corolario, las acciones. Por mencionar uno bastante común e inevitable: los quehaceres domésticos. Siempre el mismo piso; la misma ropa a lavar; la misma compra y los mismos horarios.
He hecho muchísimo para compensarlo. Desde una Feria de Artes y Artesanías en la calle donde vivíamos; comentarista radial; directora de revista literaria; talleres de creación para niños en un local de la avenida Fuerza Aérea que llamé “Casa de Liliana”; talleres ad honorem en escuelas primarias y secundarias de mi barrio y sus alrededores; charlas pedagógicas; stand propio en la I y II Feria del Libro de Córdoba; cursos de actualización en psicoanálisis y otros de teatro, cine, y en el presente, talleres de creación literaria.
¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
LA: Se dice que nada ni nadie es perfecto. Entonces, siguiendo esa lógica, si alguien escribiera el texto “perfecto”, esa cualidad podría ser un defecto. De hecho, hoy leemos centenares de textos perfectos, a mi juicio, plagados de perfección.
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
LA: El ruido ambiente descontrolado, los altavoces; los gritos desaforados de los conductores de televisión y el nivel infernal de la música en fiestas y boliches. No sólo me indignan. Como soy hiperacúsica, me lastiman los oídos además de invadir mi privacidad sin posibilidad alguna de neutralizarlo.
Me super-indigna la explotación infantil en cualquiera de sus formas y niveles.
En cuanto a tu tercera pregunta, hasta acá, he tenido un alto umbral de paciencia para soportar cuestiones básicamente insoportables: el menoscabo que se hace de la tarea doméstica y de otros oficios en general, como si hubiéramos nacido sólo para estar sentados del otro lado de un escritorio.
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
LA: Un viaje con mis abuelos a San Rafael, Mendoza, en su flamante Ford ‘A’. Atendiendo a mis cuatro años de auténtica y forzada soledad —mi casa era la única casa re-construida en varias manzanas a la redonda—, mis padres consintieron en dejarme viajar con ellos.
Después de varias horas llegamos a un parque con canteros llenos de margaritas en flor y niños. Decenas de niños. Los mayores se sentaron a tomar café negro en la cocina mientras cuchicheaban cuestiones de adultos, supongo, mientras yo miraba por la ventana a los chicos jugando a esconderse y encontrarse. Supuse que mi ausencia pasaría inadvertida y me escurrí por la puerta de salida con la intención de unirme al grupo. No tengo palabras para decir mi alegría entonces. Sentí que por fin mi pequeño mundo tenía sentido. ¿Diez? ¿Treinta minutos? A mí me pareció sólo un instante. El abuelo llamaba para el regreso.
Ese lugar fue uno de los tantos hogares-escuela levantados por la Fundación Eva Perón de aquella época. El ordenanza de la institución, era un español del mismo pueblo de mi abuelo, aunque no sé si ya eran amigos o la visita funcionaba de correo para enviar noticias suyas a otros familiares.
¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
LA: Te lo digo por orden de lecturas: Macedonio Fernández, Ray Bradbury y Gabriel García Márquez. Como no era fácil que me hubieran conocido siquiera, los pedí prestado para mis propios textos. A Macedonio en “Las aventuras urbanas del Sr. Guestos” de 1978 y a García Márquez y Bradbury en varios fragmentos de poemas de “Poesía Crónica” de 2008.
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
LA: Me gusta el silencio y lo considero imprescindible para estar conmigo. Cuando siento que llega ese momento, me tomo dos o tres días en algún lugar alejado para conseguirlo.
La oscuridad me remite a la infancia, a esas noches en las que, junto a mi abuelo, escuchábamos el rumor del agua corriendo por las acequias. A veces era sólo mirar el cielo y nombrar estrellas. La paz.
Adoro las sorpresas, una lástima que hoy por hoy sean escasas y las más de las veces, de contenido lamentable.
Me invade la desolación cuando observo el énfasis de algunos adultos en desanimar a las jóvenes generaciones. Por tiempos se dijo que hay que vivir el hoy; que el pasado pasó y el futuro todavía no llega (ahora mismo, incluso, se les repite cada diez minutos en una propaganda televisiva). ¿Podés pensar en una perspectiva más desesperanzadora que esa? Para un joven es demoledor. No tiene dónde pararse ni hacia dónde proyectar su actividad, sus estudios, su vida. Fijate. ¡En un país en donde está todo por hacerse!
En cuanto al fervor, fue mi aliado siempre. Con fervor abracé la medicina, luego la psiquiatría y el psicoanálisis mientras, al mismo tiempo, con enorme pasión me dedicaba a escribir, al barrio, a mis vecinos, a mi familia, a mi hogar. Por momentos sentí que los días tenían 25 horas y aun así, siempre me faltaba (y me falta) algo de tiempo para finalizar lo empezado.
¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
LA: Hay muchos y quizás desconozca a la mayoría, pero recuerdo, de los clásicos, los poemas que cruzaban Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, Jonathan Swift y más acá, Ambrose Bierce. De los nuestros, Oliverio Girondo y Dalmiro Sáenz. Pero insisto en los muchos —y seguramente buenos-—escritores pasados y presentes que desconozco.
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...
LA: Los criterios cerrados a cualquier otra mirada. Los acepto como parte de la convivencia en sociedad pero no los comparto.
Me gusta la diversidad; la libertad de ser, hacer, sentir y pensar. Adoro las estaciones climáticas porque me permiten cambiar de sentimientos, de ropa, de vivencias: sufro el invierno; renazco en primavera, me sumo en la tristeza del otoño y celebro el verano con la perfección de su madurez.
En cuanto al arte, prefiero la improvisación creativa a la perfección estudiada. Digo “improvisación” sin olvidar que para escapar de las reglas, hay que conocerlas previamente.
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
LA: Valoro a todas las personas en tanto mis iguales y a cada quién con sus propios talentos. Detestaba a mi profesora de didáctica de la secundaria, pero valoraba (y aún hoy sigo pensando que fue mi mejor ejemplo de vida) sus conocimientos, su entrega, su dinámica en la clase, su asistencia perfecta, su justipreciación de lo que el alumno podía devolver… y podría seguir una larga lista.
En cuanto a querer a quien no se valora… creo que nunca estuve en esa situación porque una persona puede no tener idea de quién fue Arthur Rimbaud o desentrañar fórmulas de alta ingeniería, pero sí cocinar un guiso a la española para el Nobel o fabricar bellísimas figuras con un pedazo de papel y ser absolutamente queribles por eso.
¿Si me perturba? Para nada. Tales situaciones me dicen que la vida es un prodigio de variables y yo participo de ellas.
¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
LA: Me encanta la letra de ese tango. De mi parte, creo que hay mucho malo en todas partes, pero también aquello que nos redime.
Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
LA: Podría mencionarte a Buda, Jesucristo; Nelson Mandela, Mahatma Gandhi; Madame Curie, George Sand; John F. Kennedy; Arturo Humberto Illia, nuestro expresidente, y otros muchos que tienen mi admiración. Pero si hay algo que de verdad me emociona es la condición maternal. No digo la capacidad de dar a luz de la mujer, no. Digo esa cualidad de entrega y cuidado hacia el ser más pequeño o más desvalido.
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
LA: Las películas de Charles Chaplin y las preguntas y dichos de los niños pequeños. José María Firpo en su “Qué porquería es el glóbulo”, libro genial, recopila pensamientos y ocurrencias de sus alumnos de primaria y algunos de ellos, aún hoy, me hacen reír a carcajadas.
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
LA: Me resulta difícil contestar en la medida en que nunca pensé que hubiera un “ideal” al que llegar o no. Entiendo que cada quién hace lo que mejor puede según sus enteras posibilidades.
El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
LA: Soy libriana y según lo proclama ese signo astrológico, me gustan las artes, abogo por la belleza, la estética, el orden dentro del desorden de la creatividad. La poesía, el teatro, la danza. Por sobre todo, la balanza de la justicia. Así también podría contestar sobre el amor. Sería maravilloso manifestarme como esas personas super demostrativas que abrazan y besan y en todo momento exhiben su amor por esto, lo otro y lo de más allá: a mí me cuesta un montón, aunque por dentro me derrita como manteca cuando estoy en estado amoroso.
La contemplación es mi fuerte, hasta que debo neutralizarla con actividad muchas veces exagerada.
El dinero es necesario, pero hasta ahí. Lo justo, digamos.
Soy católica, bautizada. En algún momento descreí de la religión hasta que, como pasa con muchas personas, atravesé una dura enfermedad y empecé a rezar de vuelta. Pero ya no en la iglesia. Cuando quise retomar la fe en compañía, se había adoptado la modalidad cantada de la ceremonia religiosa. Bueno, terrible para mi propósito de estar con Dios. Me descuidaba un instante y mi imaginación partía por los confines musicales con sus variantes de ritmos y letras.
Prefiero estar con Él en mis momentos de mayor introspección.
Y en materia de política. Ay. Ni lo uno ni lo otro. O lo de acá y lo de allá. La famosa balanza. Pero también algunas escenas de la niñez.
Mi padre y su único hermano habían heredado una finca con parras y cuando había buena cosecha, se hacía reserva para otros momentos en donde —ya fuera por la pedrea, el viento Zonda, la falta de riego o el exceso de producción— daba más pérdida que ganancia. El problema ocurría cuando mi tío, peronista de la primera hora, le pedía a mi padre —de filiación radical— el dinero de esa reserva para la campaña electoral.
Demás está decir que mi tío fue finalmente vicegobernador de San Juan en tanto mi padre terminó siendo relevado de su cargo como director del Hospital Rawson por no liderar en la misma causa.
Viví demasiadas discusiones de tono elevado entre ellos. No, la política no me va.
¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
LA: Puede parecer extraterrestre pero no tengo una gran cultura artística como para dar opinión valedera al respecto. Pero me gustan aquellas obras teatrales que suceden arriba del escenario —quizás haya personas que toleran bien el teatro interactivo pero en mi caso no sucede. En música, no soporto los sonidos agudos, ya te comenté mi problema auditivo, pero más allá de cualquier dificultad física, cuando escucho al o la cantante irse de tonos, me saca.
Hasta los dieciséis años me nutrí de las películas del Hollywood Dorado. Era lo que llegaba a San Juan.
A los diecisiete me radiqué en Mendoza para estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Cuyo y allí, por primera vez en mi vida, vi televisión y por supuesto, otro tipo de material fílmico. También colaboró el hecho de asistir regularmente a proyecciones del cine-club universitario.
Mi formación en materia de cine es, creo, rara.
Según pasaron años y sucesos, mis elecciones han sido variopintas y depende del estado de ánimo más que de las cualidades intrínsecas del film.
Definitivamente no soporto nada tendiente a nivelar hacia abajo al ser humano.
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?...
LA: La Avenida Central en ciudad de San Juan, en el sector que va desde la plaza 25 de Mayo hacia Tribunales. Me daba una gran sensación de libertad dentro de los límites urbanos.
En mi juventud, la calle Felipe Boero de barrio Los Naranjos, en la ciudad de Córdoba. A raíz de mi iniciativa para realizar una feria de artes y artesanías callejera, los vecinos entablamos una relación de amistad increíble. Veinte familias al unísono compartiendo cumpleaños, fiestas de fin de año, salidas de fin semana y vacaciones anuales. Sentíamos esa calle como el patio delantero de nuestra propia casa. Eran otras épocas, claro.
Después de aquella primera gran feria en la calle, años más tarde se sucedieron dos más pequeñas, a pedido expreso de los jóvenes que de niños habían podido disfrutar de las pintadas sobre el asfalto, orquesta sinfónica, teatro en la calle, artesanos en los jardines de nuestras casas. Durante mucho tiempo a la calle Felipe Boero se la conoció como “la calle pintada”.
¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
LA: En principio el orden más común, creo: Lado A: las valoraciones negativas o dolorosas: sacrificio, sufrimiento, muerte, desajuste. Lado B: las valoraciones positivas: autenticidad, pensamiento, lengua, danza, ciudad, visión. Lado C: las neutras: azar, miniaturas, ceremonia, bosque.
El micro: “Azar”
“Todo lo que sale por la punta de mi lengua son pensamientos en miniatura. Sería la razón por la que aparento un desajuste de la visión del mundo circundante: donde existen rascacielos de ciudad, veo montañas agujereadas como si fueran cuevas. Donde bosques, el sufrimiento del árbol que declina, anticipándose a la muerte.
No se crea que estos pensamientos en chiquito precisan de una ceremonia de alto sacrificio o loca autenticidad para manifestarse. No.
Cada vez que el azar pasa por la puerta de mi casa, lo tomo por sus alas y con él, vuelo.” “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...
LA: En el lenguaje corporal, que es el lenguaje concreto por excelencia. Si no se puede verbalizar —o abstraer— determinados sentimientos, se actúan. Es lo que nos sucede actualmente como sociedad. Te doy un ejemplo: en alguna época, cuando nos referíamos a “cortar el rostro” a otra persona, sabíamos que se trataba de anular todo trato con ella. Ignoro en qué momento esas palabras tomadas como la abstracción de una conducta se transformó en la conducta en sí y asistimos sorprendidos y alarmados a una seguidilla de jóvenes que por celos o lo que fuera, marcaban con navaja el rostro de algún compañero o compañera.
Considero que el auge de ciertos postulados de lingüística ha influido en la pauperización del lenguaje actual, donde el objeto es lo que es, sin más significación que eso.
No sé si se comprende la raíz del problema. O quizás sí, pero es difícil revertirlo.
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
LA: Llegué a Córdoba en 1966 y viví en pensión con otras siete jóvenes de distintas provincias, costumbres, ideas, comportamientos y eso me pareció increíblemente maravilloso. Luego fue en la Sociedad Argentina de Escritores, filial Córdoba —mi primera época de SADE—, donde compartí ilusiones con personas de distintos órdenes, saberes y procedencias.
Los domingos nos juntábamos en mi casa jóvenes escritores y poetas para leer nuestras producciones. De allí surgió la revista “El Taller”: Cuadernos Literarios que dirigí desde 1972 a 1974. Comunistas, socialistas, peronistas, radical- intransigentes, radicales del pueblo y demócrata-cristianos. Viejos, adultos, jóvenes. Universitarios y no. Siempre los recuerdo como un ejemplo de convivencia en democracia.
Hoy es difícil. No por tener ideas distintas sino porque se ha producido una fractura en la comunicación desde su elemento más sensible: el código. Si alguien habla desde las palabras y otros desde la corporalidad…
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
LA: Pésimo. Me caería muy mal. Pero bueno…, es una de las bondades de las caminatas, la jardinería y la literatura.
No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
LA: A las personas que tienen una gran voluntad y constancia para lograr su cometido.
¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
LA: En otras épocas pudo haber sido, pero los años me han vuelto más moderada y cauta.
¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
LA: La propaganda hoy se encarga de venderte espejos de colores que comprás con entusiasmo pero siempre me llamó la atención las contratapas de los libros: todo es genial; el libro el autor la crítica todo, son geniales. Todos, todos son geniales. Lo más. El premio de aquí y de allá. Suena falso, por lo menos a mí. O quizás uno entre muchos pero en medio de la hojarasca no lo descubrís.
También —oh, la balanza libriana— en más de una ocasión me he preguntado si ese texto que yo desmerezco, no será la salvación de otro lector.
¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
LA: Me voy urgente a leer ese poema.
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
LA: La madrugada. Ver salir el sol y mantener la expectativa de lo que podés vivir ese día es maravilloso.
¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
LA: Francamente me decepcionan las llamadas reuniones cumbres. Cumbres de qué y con qué resultados. Como si creyéramos que un nuevo Frankenstein compuesto de cerebros y creadores universales nos proporcionarían un mejor nivel de vida o por lo menos con menos miseria en todo sentido.
No sé. Sigo creyendo en las valías individuales, en lo que cada quién hace todos los días para ser mejor en lo que sabe y puede.
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
LA: La de vivir.
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