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Etiquetas | Economía | Análisis internacional

Cartografía de la crisis económica mundial

En 2018 la hambruna puede afectar a 2.000 millones de personas
Germán Gorráiz López
lunes, 23 de septiembre de 2013, 10:33 h (CET)
El fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí, debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos, por lo que la irrupción de la crisis económica en la aldea global ha provocado la aparición de nuevos retos para gobiernos e instituciones, sumidas en el desconcierto y en la incredulidad, retornando lenta pero inexorablemente a escenarios económicos desconocidos desde la II Guerra Mundial.

Para llegar a esta crisis global y vinculante, cuyos primeros bocetos ya están perfilados y que terminará de dibujarse en el próximo quinquenio, han contribuido varios aspectos:

1) La sustitución de la doctrina económica de equilibrio presupuestario de los Estados, por la del déficit endémico; práctica que, por mimetismo, adoptarán las economías domésticas y las empresas y organismos públicos y privados; Este descontrol en las cuentas ha contribuido a la desaparición de la cultura del ahorro, el endeudamiento crónico y la excesiva dependencia de la Financiación Exterior.

Asimismo, la política suicida en la concesión de créditos e hipotecas de alto riesgo de las principales entidades bancarias mundiales que, inmersas en la vorágine expansiva de la economía mundial del último decenio y en aras de optimizar su cuenta de resultados, habrían actuado obviando las más elementales normas de prudencia crediticia, convirtiéndose en meros brokers especulativos y descuidando las dotaciones a los Fondos de Provisión e Insolvencia. Este hecho unido a la falta de supervisión, por parte de las autoridades monetarias, de los índices de solvencia de los bancos originó la crisis de las subprime de Estados Unidos, así como un goteo incesante de insolvencias bancarias, una severa contracción de los préstamos bancarios y una alarmante falta de liquidez monetaria y de confianza en las instituciones financieras.

2) La instauración del consumismo compulsivo en los países desarrollados, favorecido por el bombardeo incesante de la publicidad, el uso irracional de las tarjetas de plástico, la concesión de créditos instantáneos con sangrantes intereses y la invasión de una marea de productos manufacturados de calidad dudosa y precios sin competencia, provenientes de los países emergentes, han sido otros factores decisivos.

En este sentido la obsesión paranoica de las multinacionales apátridas por maximizar los beneficios debido al apetito insaciable de sus accionistas, al exigir incrementos constantes en los dividendos, les habría inducido a endeudarse peligrosamente en busca del gigantismo mediante OPAS hostiles y una política de de deslocalización de empresas a países emergentes con el objetivo de reducir los costes de producción, (dado el enorme diferencial en salarios y la ausencia de derechos laborales de los trabajadores).

3) Finalmente el brutal incremento del consumo de materias primas y productos elaborados por parte de los países emergentes, por los espectaculares crecimientos de los PIB anuales en el último decenio, coadyuvado por la intervención de los brokers speculativos ha conllevado una espiral de aumentos de precios imposibles de asumir por las economías del Primer Mundo, (al no poder revertirlas en el precio final del producto dados sus altos costes de producción) y como consecuencia, se ha producido una sensible pérdida de su competitividad, estancamiento de sus exportaciones y aumento de los déficits por cuenta corriente y deuda externa, dibujándose un escenario a cinco años en el que asistiremos a la implementación del proteccionismo económico, con la consiguiente contracción del comercio mundial, subsiguiente finiquito a la globalización económica y retorno a escenarios económicos de compartimentos estancos.

El nuevo mapa de la economía mundial
En los países desarrollados el finiquito del consumismo compulsivo, imperante en la pasada década, provocado por las tasas de paro galopantes y la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores unido al deterioro progresivo de las condiciones laborales, provocará frecuentes estallidos de conflictividad laboral y agudización de la fractura social de los países desarrollados, quedando diluidos los efectos benéficos de sus anunciadas medidas sociales al dar por finiquitado el estado asistencial, lo que obligará a amplias capas de la población a depender de los subsidios sociales.

Además, el esperado anuncio de la Fed del final de la implementación de medidas cuantitativas (Quantitative Easing) para incrementar la base monetaria, podría provocar un nuevo crash bursátil mundial, puesto que el nivel suelo de las bolsas mundiales, (nivel en el que confluyen beneficios y multiplicadores mínimos), se movería en la horquilla de los 8000 y 9000 puntos en mercados bursátiles como el Dow Jones, (a años luz de los estratosféricos techos actuales, rememorando valores de octubre del 2008), estallido que provocará la consiguiente inanición financiera de las empresas y subsiguiente devaluación de sus monedas para incrementar sus exportaciones.

Este estallido obligará a las compañías a redefinir estrategias, ajustar estructuras, restaurar sus finanzas y restablecer su crédito ante el mercado (como ocurrió en la crisis bursátil del 2000-2002), pero tendrá como daños colaterales la ruina de millones de pequeños inversores, todavía deslumbrados por las luces de la estratosfera, la inanición financiera de las empresas y el consecuente efecto dominó en la declaración de quiebras, además de frecuentes estallidos de conflictividad laboral e incrementos de la tasa de paro hasta niveles desconocidos desde la II Guerra mundial, así como incrementos espectaculares del déficit público y de la deuda externa y un estancamiento de la crisis económica global.

En cuanto a los países emergentes (BRICS, México, Corea de Sur y Tigres asiáticos), sufrirán un severo estancamiento de sus economías con crecimientos anuales del PIB cercanos al 5% (después de un decenio espectacular con tasas de crecimiento superiores a los dos dígitos), debido a la brutal constricción de las exportaciones por la contracción del consumo mundial y a la elevación de los parámetros de calidad exigidos por los países desarrollados, implantación por los países emergentes de leyes laborales y medioambientales más estrictas, lo que conllevará una drástica reducción de sus superávit.

También se darán tasas de inflación desbocadas, debido al rally alcista de los precios del crudo y a la necesidad imperiosa de importar cantidades ingentes de alimentos para abastecer a sus habitantes ante la alarmante carestía de productos agrícolas básicos para su alimentación, lo que acelerará la agudización de la fractura social, el incremento de la inestabilidad social y un severo retroceso de sus incipientes libertades democráticas.

Respecto a los países del Tercer mundo, el estrangulamiento de sus exportaciones y la depreciación generalizada de sus monedas a causa de la severa crisis económica global, plasmada en la contracción de la demanda mundial de materias, obligará a una gran parte de su población a vivir por debajo del umbral de la pobreza al sufrir tasas de inflación cercanas a los dos dígitos e incrementos espectaculares de la deuda exterior.

El cambio de patrones de consumo de los países emergentes, el alza del petróleo (rondando los 120 dólares) unido con inusuales sequías e inundaciones, así como la aplicación de restricciones a la exportación de los principales productores mundiales para asegurar su autoabastecimiento, conseguirá desabastecer los mercados mundiales de productos agrícolas básicos para la alimentación (trigo, maíz, mijo, sorgo y arroz), elevar sus precios hasta niveles estratosféricos y provocar una nueva crisis alimentaria mundial.

Esta crisis irá ‘in crescendo’ hasta alcanzar su cenit en el horizonte de 2018 y afectará especialmente a las Antillas, América Central, México, Colombia, Venezuela, Egipto, Corea de Norte, India, China, Bangladesh y Sudeste Asiático, ensañándose con especial virulencia con el África Subsahariana, y pudiende pasar la población atrapada en la hambruna de los 1.000 millones actuales a los 2.000 estimados por los analistas.

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