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Gracias, Atleti

Los de Simeone han devuelto la emoción y la identidad a muchos futboleros
Carlos Salas González
martes, 1 de octubre de 2013, 07:28 h (CET)
Creo que no soy el único que se ha borrado del Barça en los últimos años. La deriva ultranacionalista que vive Cataluña no es que haya arrastrado al que se dice "més que un club", sino que lo tiene como uno de sus más lustrosos estandartes. El continuo desprecio que sufren los culés del resto de España por parte de las últimas directivas, de algunos técnicos hiperlaureados, de ciertos jugadores campeones del mundo con la selección española -lo de La Roja se lo dejo a los cretinos- y de buena parte de esa hinchada que cada domingo llena las gradas del Camp Nou, ha hecho que no pueda identificarme lo más mínimo con ese equipo. Algunos amigos que siguen confesándose barcelonistas me dicen que no hay que mezclar el fútbol con la política. Totalmente de acuerdo. El problema es que son ellos, el Barça y su afición local, los que lo mezclan constantemente.

Pero ha venido el Atleti al rescate. Siempre simpaticé con los colchoneros por aquello de su proverbial rivalidad con el Madrid. Eso sí, verlos palmar una vez tras otra ante su vecino acaudalado desmoralizaba a cualquiera. Catorce largos años de dolorosas derrotas e insulsos empates, tanto en la ribera del Manzanares como en Chamartín, eran demasiados. Pero la historia ha cambiado desde aquella noche mágica del mes de mayo. Gloriosa final de Copa donde la suerte del campeón estuvo con Diego Costa y compañía. Los merengues terminaron desquiciados. Fue el colofón perfecto a la etapa madridista de Mourinho: asalto al Bernabéu, título para el Atleti y temporada en blanco para el Madrid.

Este pasado sábado ha llegado la confirmación de tan necesario y justo cambio de tendencia. Los rojiblancos han vuelto a sacar los colores a sus vecinos en su propia casa. El Madrid de Ancelotti naufragó sin remedio. Ya está a cinco puntos del Atleti, y eso que hace apenas una semana le regalaron dos en el atraco de Muñiz al pobre Elche. Dicen que a la Dama ilicitana, después de veinticinco siglos de hierática pose, le cambió el rictus de la noche a la mañana.

Así que me toca dar las gracias al Atleti por devolvernos a muchos ese placer de emocionarnos cada fin de semana con un partido de fútbol. Placer que sólo se puede experimentar si te identificas con un club, con un equipo. Y es eso exactamente lo que necesitábamos los alérgicos al merengue que ya no podemos ni queremos empatizar con ese Barça de la barretina incrustada hasta las cejas.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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