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Bárcenas, Belén Esteban, Chabelita… marca España

¿Pero cuando la corrupción domina a quienes tendrían que tomar medidas contra ella que podemos esperar?.
Pedro de Hoyos
sábado, 23 de noviembre de 2013, 20:38 h (CET)
La decadencia de España se refleja no sólo en la economía y en la interminable lista de parados, sino también en la cultura de España –la cultura reglada, y que el informe Pisa y otros nos cuentan, y la cultura popular dominada por la miseria que esparcen los programas de mayor éxito de audiencia- y por la generalización de la corrupción, una corrupción sin bandos, sin ideología, de derechas y de izquierdas.

Existe la clara impresión entre la ciudadanía de que nadie quiere enfrentarse seriamente a este problema del que disfrutan -digo bien, he escogido la palabra no por casualidad- unos y otros y que traspasando la barrera del tiempo permanece entre nosotros desde… ¿desde siempre? Quizá la razón sea ésa, todos se benefician de ella, en un tiempo u otro, en una capa social u otra, en un estamento u otro, y bien por miedo, por defensa de intereses comunes o por otras razones, nadie se decide a enfrentarse a la realidad y acabar con esta lacra social que señala lo más bajo y despreciable de la clase política.

Pero al común de los mortales le parece bastante fácil acabar con esta situación, bastaría el acuerdo político nacido de la voluntad de combatir la corrupción. Ya, claro, ahí está la dificultad, evidentemente. Y sin embargo teniendo tres cuartos del Parlamento en manos de los dos principales partidos, éstos que se suceden sempiternamente en el poder sin conseguir acabar con España a pesar de su empeño, no debería ser tan difícil promulgar un par de leyes que facilitaran el desarrollo de los juicios, acelerándolos sin pérdida de las garantías, e inhabilitando de por vida a todos cuantos estuvieran mezclados en tamaña ignominia social.

Y sin embargo, acordar algo tan sencillo como expulsar de la política, incluso de la vida interna de los partidos, no sólo de la vida pública, a los corruptos, a sus protegidos y a los que los protegen, ocultan y defienden es demasiado esperar de una clase política que se beneficia del sistema inmundo. Y ya de paso impedir que empresas en las que participen contraten con la Administración en cualquiera de sus cuatro niveles no sería un mal añadido. Quizá de esta manera se podrían erradicar los sobres, las mariscadas, las comisiones y los EREs fraudulentos.

¿Pero cuando la corrupción domina a quienes tendrían que tomar medidas contra ella que podemos esperar?.

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