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A ti

Hay quienes miran, y no ven; quienes oyen, y no escuchan; quienes hablan, y no dicen nada
Ángel Ruiz Cediel
martes, 10 de diciembre de 2013, 08:30 h (CET)
Si toda la humanidad y los demonios se unieran para pecar y alejarse de Dios, Él no perdería ni lo que vale un átomo de su reino; y si se unieran todos los hombres y los demonios en oración y adoración a Dios, Él no ganaría ni lo que vale un átomo de su reino.

Hay quienes miran, y no ven; quienes oyen, y no escuchan; quienes hablan, y no dicen nada; quienes son inteligentes, y no comprenden; quienes piden tiempo de vida, y el que tienen lo desperdician; y quienes caminan, y están muertos. Ambas ideas genéricas, la precedente y la del subtítulo, tienen ya miles de años, pero nunca fueron más vigentes.

Me dirijo a ti, lector que estás leyendo esto, porque tú eres el eje de tu propia vida y nada de cuanto sucede en ella es porque sí. Si llegaste a esta lectura, es porque tenías que leer esto. Nada es casual, todo es causal. Cuando el aprendiz está preparado, siempre aparece el maestro; pero el maestro no se aprende la lección por su alumno, sino que le muestra el camino y el modo para que pueda aprenderla. Lo sé por experiencia, porque también yo soy un aprendiz que apenas si sabe garabatear sus primeros palotes. No obstante, es bueno que sepas que aún más importante que la lección, es la disposición que se tiene, la sed de saber y el esfuerzo dispuesto a realizar lo que verdaderamente importa. Más vale sabiduría que ciencia, y la primera sabiduría es la actitud. Decía Malcom X que si no estás dispuesto a morir por tus ideas, deséchalas porque no valen nada.

A ti, que eres como yo, me dirijo, porque ambos, seguramente, estamos llenos de dudas. Y pregunto: ¿por qué ir al fin del mundo para aprender, si lo más valioso para nosotros ya está en nosotros?... ¿Entiendes el mundo, pero te ignoras?... A tu alrededor, arriba y abajo, a uno y otro lado, en la naturaleza y en el hombre, no hay mil verdades, sino solamente una Verdad. Miras, pero no ves. Lo que le sucede a un caracol y a una galaxia es lo mismo, las mismas leyes obedecen una planta y un universo, y al mismo Señor reverencian y se someten todas las cosas… menos tú. Deja, pues, de quejarte de las cosas malas que existen, y pon tú en práctica las buenas: si todas las personas hicieran lo mismo, el mundo sería mejor de lo que es. Ten en cuenta que a ti se te juzgará por tus actos y no por los de los demás.

A ti te digo, sí: eres inteligente, pero no comprendes. Dices, «Ea, eso está mal», pero tu casa, donde tienes tu alma, no está en orden. Repruebas en otros actos que tú mismo practicas. Miras a lo lejos, pero ni siquiera te ves los pies. Comprendes cómo funciona la sociedad y la política, pero ni siquiera has comenzado a entender tus propias emociones o qué le hace daño a tu naturaleza. Conoces cuánto vale el oro o cuál es el precio de una casa, pero ignoras el valor de tu vida y de tu alma. Incluso pides alargar los días de tu existencia si te sientes morir, cuando desperdiciaste el tiempo que te fue concedido en mil absurdos entetenimientos que no te aprovecharon en nada. ¿Quién y dónde dijo que vinimos al mundo a entretenernos?... Nada en la naturaleza es entretenimiento o vacuidad: todo tiene una razón de ser, y nosotros vinimos a poner a prueba nuestra alma. Vinimos a elegir. Tirar la vida por el retrete de los entrenimientos, que es una especie de coma o de animación suspendida, es nada más una forma de sucidarse y decirle a Dios: «Ea, te la devuelvo porque no me sirve de nada.»

Sabes que los poderosos son perversos y que sirven al mal, pero tú no te entregas al bien. Sabes que no puedes enfrentarte a ellos porque tienen milenios de prácticas malignas y conocen la magia de las cosas, pero no te alías con quien sí que puede combatirlos y te rebelas contra el general que no sigue tus consejos. No comprendes que tú no naciste para salvar al mundo, que el mundo no es sino como tiene que ser y que todos los contrastes que te rodean son necesarios. Que nada, absolutamente, en la obra divina es superfluo. Es preciso el dolor y la injusticia, la matanza y el dolor, la sangre y la muerte, como imprescindibles son la risa y el gozo, el júbilo y la paz, la bondad y la plenitud. Son los fuegos y los fríos que modelan todas las almas y tu alma, que obligan a reflexionar para que elijas.

Ves algo terrible, escuchas que quien sufre dice «¿Dónde está Dios ahora que permite esto?», y enseguida te unes a él y reniegas, ignorando que habla su dolor y su incapacidad de comprender en ese momento. No todos comprendemos en el mismo instante, deberías saberlo. No a todos nos afectan igual los fuegos y los fríos de la vida, como no todos corremos a la misma velocidad ni saltamos igual de lejos; a cada uno le corresponde su medida, de la misma forma que cada uno tiene sus medios y sus tiempos.

Comprendes que hay injusticias y por eso a veces justificas la venganza; pero eres incapaz de asimilar que también eso forma parte del juego, que eso va a trasformar a otros o a ti mismo, pero que ese fuego tienes que asimilarlo primero y enfriarlo después para que te alimente. Vivimos entre eternidades, y la vida no es sino el vaporoso resplandor de un relámpago. Ante la eternidad, la vida no es nada, nada, y todo siempre es compensado. No te regocijes frente al dolor ni muestres júbilo ante el gozo, pero apresúrate a reflexionar y a aprender de ambos porque todo en la existencia es limitado y se terminará enseguida, y los sucesos de tus días son la voz de la vida que te está comunicando algo.

Admiras a quien compuso una hermosa canción, a quien escribió un hermoso libro, a quien levantó un primoroso edificio o a quien realizó un valioso descubrimiento; pero te olvidas de rendir tributo a quien lo hizo todo de la nada: la belleza que te rodea y la inmensidad en que estás sumergido. Tienes inteligencia para ver el mal en otros, pero eres obtuso para ver el tuyo, admitirlo e intentar curarlo. Sánate antes de decir que otros están enfermos, pero recuerda que solamente puede curar Aquel que sabe hacerlo.

Tienes inteligencia para saber que existe el mal, el dolor y la injusticia. ¿Y a ti qué?... ¿Puedes tú cambiar el mundo?... ¿No has comprendido que no tienes fuerzas ni para ser lo que en verdad eres?... Tú no has traído la libertad, ni la democracia, ni las leyes, ni la justicia ni la injusticia. Todo te ha sido dado, para que obres como elijas frente a ellas. Nada puedes decidir en el mundo, salvo elegir cómo y por dónde conduces tus pasos. Pero elige bien y obra adecuadamente, buscándote en el reflejo de ti que te ofrecen los demás, y sabiendo que ese proceder de los otros que tanto te desagrada es justamente lo que debes enmendar en ti.

¿Qué fue de aquel niño puro que fuiste y que, a medida que se adentró en los días, se fue desgarrando la carne y los vestidos y manchándose con toda clase de inmundicias?... Vivir mancha, duele, enseña. Enseña, por ejemplo, que vivir duele, que vivir mancha por la debilidad de estar lejos de lo ciertamente imperecedero, y que duele la ignorancia. Más que comprar ciencia con tu tiempo, adquiere sabiduría y empleala en las cosas sabias, que son las que no tienen un reloj que las mida, un tacto que las defina o un sol o una luna que las alumbre. ¿Quién hizo esto tan hermoso que nos rodea y para qué?... Pregúntate y osa por lo verdaderamente importante, porque las respuestas están en ti y estás en el mundo solamente de paso, no sea que llegue la hora de partir y no estés preparado. Y si preguntándote no hallas la respuesta, habla con quien te creó y pídele una pista, porque aunque nada gana con que le ames ni nada pierde con que dejes de hacerlo, te ama por ser quien eres: parte de su creación. Busca, porque solamente quien lo hace, encuentra, y puede ser que halles un tesoro que no consuma el tiempo.

Olvídate de la injusticia, porque suele ser la prueba de aquellos a quienes les toca sufrirla. No trates de entender el dolor de otros ni la necesidad de otros, sino que solamente muéstrate con ellos justo y compasivo. De nada te vale que otros tengan la sabiduría si no te alcanza: la verdad del gurú no es tu verdad. Tu verdad ha de ser solamente tuya porque tú eres quien elige, y en elegir está el secreto de la existencia: elegir lo correcto es hacerlo con la eternidad. La vida no es un juego fácil, y el laberinto en que te encuentras no es sencillo de resolver. Requiere mucho esfuerzo y mucho dolor encontrar el camino, porque nada es gratis, ni el pecado, y la gloria tiene un precio muy costoso. No desmayes. Cuando te sientas abrumado por los hechos o tu corazón afligido por la tribulación, alégrate y trata de comprender: la vida te está hablando como sabe, y si emplea mucho dolor para hacerlo es porque te está regalando una lección importante.

¿No has entendido todavía que no sucede sino lo que tiene que suceder?... No se trata de que comprendas el objeto final de la obra divina, porque tú no tienes el libreto ni conoces el pensamiento de Dios, sino solamente de que interpretes bien el papel que te fue asignado. Hay mucho poder en eso, y mucho poder en quienes tratarán de que fracases. Te intentarán distraer de tu camino con diversiones, de equivocar con entretenimientos y de arrastrar a profundas simas con dulces trucos porque eres muy valioso. Pero sobre todo eres valioso para ti: concéntrate y piensa en lo importante. No te sientes a comer bajo la mesa y te conformes con las migajas que caen de ella, sino que es mejor que tomes lugar en tu silla y que llenes tu plato con una buena porción del manjar.

Puede ser que muchos no te comprendan. No importa. Los hay que tienen ojos y están ciegos, e inteligentes que son tontos. Déjalos, porque a ellos, tal vez, no les llegó su hora de comprender. Responde solamente a quien te pregunta, y más que eso, cuestiónale a tu vez por qué cree en lo que cree, pues que incluso de las palabras del neófito, si su actitud es sabia, puede surgir mucha sabiduría. Quien piensa que no tiene necesidad de saber, lo mismo que quien cree que ya lo sabe todo, suele mostrar una postura arrogante: sus sentidos han embotado su inteligencia. Solamente hay luz para quien abre los ojos y ve.

Deja que el injusto siga siendo injusto, que el necio persista en su necedad o que el ciego se obstine en sus tinieblas. Si les tendiste la mano y la rechazaron, que eso no detenga tu camino, porque pudiera ser que te la tomen y te arrastren a su oscuridad. Compadécete de quienes no tienen la actitud de aprender, porque igual tendrán que rendir cuentas y no podrán exusarse por ignorancia.

Si ha de llegar el fin del mundo como si está por amanecer otro día igual que tantos otros, es porque exactamente así ha de ser. Nada sucede en la creación que el Creador no haya previsto de antemano, ni ninguna inteligencia, por inalcanzable que sea para ti, es comparable con la de Dios. Busca tu verdad, la Verdad, cree en lo que quieras, pero procura que te lleve a una luz verdadera. No es fácil en este camino de tantas fantasmagorías encontrar el rumbo correcto; pero la recompensa merece la pena. Eres un ratón en un laberinto complicadísimo, en el que además hay muchos diablos que tuercen las cosas para que parezcan ser otras, y que usan trucos para dañarte la vista y confundir tu inteligencia. No te asustes porque así funciona la vida, pero que sepas que puedes hacerlo: a nadie le da Dios más carga de la que puede soportar su esqueleto.

Haz lo que debas hacer, pero hazlo pronto. Recuerda que apenas si somos un nombre escrito sobre la arena de una playa, y que no sabemos cuándo nos alcanzará la ola que nos borre de la existencia.

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