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Henry Moore en CaixaForum

Jesús-Pau Vázquez Vilardell
Redacción
lunes, 25 de septiembre de 2006, 16:51 h (CET)
En los valles de Yorkshire, noreste de Inglaterra, hace un siglo se engendraron las primeras ideas precursoras de los más de 160 trabajos expuestos actualmente en CaixaForum, tras 25 años de ausencia en tierras españolas.

Sin duda, poco caramelo para el país al que Henry Moore (1898-1986) intentó ayudar tras empuñar la pluma que garabateó su firma sobre el Manifiesto Surrealista de la Asociación Internacional de Artista, a fin de que el pequeño imperio de Stanley Baldwin prestase cooperación en la Guerra Civil española. Nadie sabía por aquel entonces que aquella firma pertenecería al escultor británico más importante del siglo XX.

Henry Moore nos ha demostrado a través de su obra más primeriza una ardua lucha entre su cincel y un sin fin de materiales (piedra de Corsehill, de Hapton, madera de olmo, alabastro de Cumberland, serpentina, etc.) y, además, con esa lucha el escultor se comprometió con la manifestación eterna e infinita del hombre a partir de los principios de formas y ritmos que descubrió en el entorno natural de Yorkshire. A pesar del orden cronológico de la exposición, en la cual es fácilmente apreciable el transcurso del trabajo figurativo hacia la abstracción más absoluta, se pueden contemplar etapas de reiterada experimentación del artista con su entorno. Prueba de ello es el muestrario que presenta la exposición de sus más sotisficadas fuentes de inspiración. Huesos, conchas, caracolas, troncos, piedras... componen esta colección de insulso material pero que para el instintivo Moore suponían obras de arte irresolutas que, al fin y al cabo, siempre han acabado moldeando a un escultor con tendencias primitivistas y elementaristas en la investigación del hombre con su entorno.

Pero a medida que avancemos en la exposición nos toparemos con épocas más nubladas del escultor. Muerte, desolación y desamparo es el sentido del término “guerra” para el artista y los dibujos de los refugiados en los túneles del metro londinense durante la 2ª Guerra Mundial constituye el punto inflexivo de toda la exposición. Estos dibujos son la mirada alternativa del artista que se desvincula de cualquier corriente estética en el arte y con la que se basta para representar de memoria el fondo de una realidad sin esperanzas, amagada tras amasijos de hierros y tras la oscuridad infinita de los túneles del metro londinense. Junto a esta mirada oculta del artista están situados otros de sus dibujos hechos con aguada, tintas o ceras que nos muestra el trabajo impetuoso de un artista casi tan duro como algunas de sus monumentales esculturas de bronce.

He aquí cuando nace el congénito del dramatismo bélico de Moore, la figura del guerrero amputado, tema representante de la escultura eterna de la postguerra (Guerrero con escudo, 1953). Sin embargo, la verdadera obsesión del escultor siempre residió en la figura reclinada o yacente, tema por el cual logra ablandar el corazón del mármol a través de la sutileza de su talla. Como no, al igual que muchos de sus congéneros encuentra la inspiración en el arte no occidental (arte egipcio, etrusco, precolombino, africano...) Se puede decir que Henry Moore ha bebido de muchas fuentes sagradas durante la década de los años 20 y con ello se expurga del arte europeo. Chec Mool, escultura indígena del dios maya de la lluvia supuso para el escultor la gran inspiración divina que iluminó a Ion por lo que Henry Moore entonces ya podía podía caminar en esto del arte moderno junto a algunos de sus contemporáneos como Laurens, Lipchitz, Ernst o Hepworth. La obsesión del escultor la vemos representadas una y otra vez a lo largo de toda la exposición junto a otro de sus temas emblemáticos, la madre con su hijo (Madre e hijo, 1978),

En las últimas obras de la exposición, que trasciende en los años finales de su vida, su escultura ya es más suave y dulce gracias a la autocracia de la figura reclinada.. Es fiel a la sensualidad del mármol y el bronce, de carente sentido sexual para el artista, pero que suscita irremediablemente un chasquido erótico en el espectador a través de las curvas desvergonzadas y orificios imposibles de su escultura. Jacques Lipchitz nos dejó un original con guitarra anterior a las versiones reclinadas de Moore en el Tate Modern que nos permite comparar la distancia que separa a Moore de sus congéneros. Moore entonces ya no era tan fiel a aquellos elementos surrealistas que se despertaron en él a través del teórico André Breton, o de artistas de la talla de Giacometti, Dalí y Picasso, ni tampoco hay en su obra elementos excesivamente expresionistas, sólo figuración y abstracción. Tampoco ahora nadie se atreve a ponerle etiqueta, posiblemente su etiqueta se perdió en los rodillos del arte abstracto y realmente su arte no corresponda a ningún movimiento en concreto, pero también es posible que su trabajo se componga de todos ellos. Henry Moore nos da una lección de que es posible huir de toda especulación intelectual para dedicar nuestro tiempo a la investigación de nosotros mismos, de nuestras pasiones, y de nuestro entorno natural.

"Todo arte es abstracto en cierta medida. Rechazar la abstracción o la realidad es no comprender la naturaleza del arte”

Del 19/7/2006 al 29/10/2006 en CaixaForum de Barcelona
Entrada libre
 
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