En estos últimos días me ha llamado la atención la «moda» de felicitar las fiestas eliminando toda referencia a la Navidad. Así se ha hecho desde Moncloa, pero gracias a Dios, y a la tradición y al rigor, no desde la Casa de Su Majestad el Rey.
Nos encontramos inmersos en una de las celebraciones religiosas más importantes, tanto que hasta el Catecismo de la Iglesia Católica recoge el carácter anual de la natividad y afirma que «la venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos», (522).
En referencia a su duración, el tiempo litúrgico de la Navidad comienza el 24 de diciembre y finaliza con la fiesta del Bautismo del Señor, es decir, el domingo posterior al 6 de enero, día que se celebra la Epifanía del Señor.
Por esta razón, el intento de eliminar cualquier referencia a la Navidad en las manifestaciones escritas y orales de felicitación es un reflejo de la falta de coherencia con el motivo de la celebración. Al igual que es una necedad querer transfigurar esta fiesta religiosa en una social.
Según los expertos e historiadores, el testimonio más antiguo que se dispone sobre la celebración de la Navidad es una homilía del obispo san Basilio pronunciada entre el año 370 y el 378. En consecuencia, estamos hablando de una celebración de, al menos, 17 siglos de tradición.
En resumen, al final de cada año los españoles disfrutamos de unos días de descanso gracias a la solemnidad religiosa de la Navidad, una fiesta de gran tradición y arraigo en nuestro país. Una celebración que disfrutamos todos, al margen de las creencias de cada uno. Sin embargo, lo que no se puede obviar es el carácter religioso de esta festividad y, ni mucho menos, intentar borrar 17 siglos de identidad por imberbe imparcialidad.
|