Despacio, con la eficiencia que se espera de una secretaria de su rango, abrió la misiva de remitente extranjero que la Canciller teutona había recibido aquella fría mañana de invierno. En realidad, su jefa recibe cientos de cartas diarias, que ella solícitamente clasifica. Las peticiones que llegan son de todo tipo: ciudadanos cargados de razón que exigen algo que justamente les corresponde –hay que enviarlo al secretario de Estado del ministerio correspondiente para que se ocupen de arreglar el entuerto-, pasando por simples saludos, quejas sin más o peticiones de autógrafos que siempre son respondidos. También reciben peticiones curiosas de todo tipo. Al jefe de gobierno de los Estados Unidos le sucedió hace bien poco que un grupo de fanáticos se puso en contacto con él exigiéndole confesar en nombre de la administración norteamericana supuestas relaciones de su ejército con seres de otras galaxias. Ya saben, lo del rollo del Área 51 y los marcianitos verdes que nos visitan o incluso reptilianos que habitan entre nosotros. Obama, que para eso la administración useña tiene claro que se debe a los ciudadanos y por eso responde a todo, contestó negando la mayor, lo cual los fanáticos se tomaron entre mal y peor.
Precisamente, mientras leía el contenido de la misiva llegada desde España, vino a su mente el recuerdo de este incidente, dado a conocer por los medios de comunicación. Un tal Artur Mas, presidente de un “Land” español, que es como en Alemania se denomina a las Comunidades Autónomas, pedía ayuda para saltarse los acuerdos de la UE y cargarse la integridad territorial de la nación española para imponer su personal republiqueta nacionalista. Algo impensable por aquellos lares, en donde las terribles consecuencias del nacionalismo, que prendió con fuerza en los años 30 bajo la colectivista forma del nacionalsocialismo, son bien conocidas, despreciadas y temidas. Un país en donde los políticos, pese al bajón de nivel generalizado en toda la Europa del consenso socialdemócrata, son en general gente seria, preparada y respetuosa con la ley.
Evidentemente, lo mejor era no decirle nada a la Canciller, persona seria que vivió bajo las botas del socialismo real su infancia, quien podría no verle la gracia a la cosa.
“Menos mal que en Europa, a diferencia de USA, no es obligatorio contestar a cualquier ocurrencia”, pensó mientras archivaba la carta bajo la “F” de “frikis”, junto a la petición de una ciudadana, amiga de la homeopatía, que exige la legalización de la venta en farmacias de objetos para la práctica del vudú.
En España, sin embargo, la frikada ocupó las portadas de los diarios.
|