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Los Reyes Magos y los reyes majos

Es más preocupante el último discurso navideño del jefe del Estado que el caso Nóos
Carlos Ortiz de Zárate
jueves, 9 de enero de 2014, 09:18 h (CET)
Me preocupa más el último discurso navideño del jefe del Estado que el caso Nóos. En efecto, el último es un síntoma más de las graves patologías que nos aquejan, el rey evocó éstas con párrafos indicadores del advenimiento de un rey ciudadano:

“Es indiscutible que […] los casos de falta de ejemplaridad en la vida pública, han afectado al prestigio de la política y de las instituciones”.

“Sé que la sociedad española reclama hoy un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos de la vida política, económica y social que satisfaga las exigencias imprescindibles en una democracia”.

“Es verdad que hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia”.

El monarca parecía retener estos síntomas en la exposición de sus recetas:

“Realismo para reconocer que la salud moral de una sociedad se define por el nivel del comportamiento ético de cada uno de sus ciudadanos, empezando por sus dirigentes”.

“Funcionamiento del Estado de Derecho para que la ejemplaridad presida las instituciones”.

Pero, después todo quedó en proclamaciones:

“La Corona promueve y alienta ese modelo de nación. Cree en un país libre, justo y unido dentro de su diversidad. Cree en esa España abierta en la que cabemos todos. Y cree que esa España es la que entre todos debemos seguir construyendo”.

No hay alternativa para los graves síntomas descritos, pese a que estos implican a la propia jefatura del Estado, a los partidos del poder, a sindicatos…

Un rey ciudadano habría utilizado las competencias que le atribuye el capítulo II de la Constitución, tan evocada en este discurso, y especialmente el artículo 56 que proclama en su apartado 1 que “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones” y habría renunciado a privilegios que se le otorgan, especialmente al apartado 3 del artículo mencionado: “La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.

Juan Carlos I no lo hace, pese a que proclama, al final de mensaje, su compromiso “en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional” y “la seguridad de que asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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