Gustavo estudiaba cada día de 15:00 a 22:00 horas. Cada día durante todo el curso, e incluso en épocas de exámenes, él mismo ampliaba el horario dedicado a estudiar. Así fueron los días de Gustavo durante los dos años de bachillerato. Sus profesores transmitían a su madre que no era justo que una persona que dedicaba tanto esfuerzo no sacara mejores resultados. A pesar de todo, y después de mucha dedicación, Gustavo se sacó el bachillerato y la selectividad en dos años.
No obstante, Gustavo hubiera tenido un enorme problema, ya que su nota de acceso a la Universidad era de un 6’4, y por lo tanto, no hubiera cumplido el requisito fundamental de tener un 6’5 de nota para obtener esa beca. ¿Es cierto, que teóricamente Gustavo podría haber accedido a la Universidad, pero de qué sirve eso si a la práctica no hubiera sido posible? Ni Gustavo ni sus padres tenían suficiente capacidad económica sin la ayuda de esa beca, y por lo tanto, a pesar de la multitud de horas invertidas en estudiar y a pesar del enorme esfuerzo realizado, Gustavo se hubiera quedado sin el sueño de su vida: estudiar en la Universidad.
Hay que rechazar que los estudiantes con insuficientes recursos económicos y que inician sus estudios universitarios, deban sacar un mínimo de 6’5 de nota de corte para obtener una beca. Esta premisa está justificada por cuatro razones: porque un 6’5 no es sinónimo de esfuerzo, porque es falso que se incentive la cultura del esfuerzo, porque fomenta mantener o incrementar las desigualdades sociales, y porque apostar en políticas educativas es inversión.
Teóricamente, esta medida se percibe como una vía para valorar el esfuerzo. Sin embargo, en el ejemplo de Gustavo se puede apreciar que sacar una determinada nota no está necesariamente relacionado con el esfuerzo. Y es que, Gustavo demostró ser un claro ejemplo de esfuerzo, ganas y dedicación, pero sin lugar a dudas, esta medida hubiera sido una gran injusticia para él. Además, hay que tener en cuenta que el esfuerzo nunca puede ser cuantificable mediante una nota, y por lo tanto, no es un indicador que pueda medir la dedicación. En definitiva, esta medida no es sinónimo de esfuerzo, y sino recuerden a Gustavo.
Siguiendo en esta línea, ésta no es una medida proesfuerzo. Y es que, desde ésta se permite que una persona que saque un 6’4 de nota de corte y sin capacidad económica, se quede fuera de la universidad; y a la vez, una persona que saque un 5 de nota de corte y con capacidad económica, entre en la universidad. De este modo, se está demostrando que es una medida que teóricamente con más esfuerzo no se entra en la universidad; y a la vez, que teóricamente con menos esfuerzo sí que se entra. Por lo tanto, es evidente que una medida de este tipo no se puede vender como incentivación de la cultura del esfuerzo.
Por otro lado, esta política educativa fomenta el mantenimiento o incremento de las desigualdades sociales. Y es que, teóricamente todo estudiante debe sacar un 5 para poder acceder a la universidad. No obstante, las personas con insuficiente capacidad económica no podrán acceder a la universidad a no ser que saquen un 6’5. Es decir, teóricamente la nota de acceso a la universidad se sitúa en un 5, pero a la práctica habrán dos notas de acceso: el 5 para las personas con suficientes recursos económicos, y el 6’5 para las personas con insuficientes recursos económicos. Por lo tanto, es una política que se pretende vender como fomento del esfuerzo para tapar el incremento de las desigualdades sociales.
Finalmente, hay que ser conscientes de la importancia que tienen las políticas educativas, ya que invertir en educación no puede considerarse un gasto, sino una inversión. Y es que, una sociedad con un nivel de formación elevado tendrá, como mínimo, dos consecuencias positivas: en general, se está más predispuesto a tener una actitud crítica, y por lo tanto, es probable que aumente la capacidad de rigor; y porque si las personas están sumamente preparadas para ejercer como profesionales se fomentará la creación de una sociedad más competitiva, siendo un aspecto que se revierte positivamente sobre el conjunto del país. En definitiva, apostar en políticas educativas es creer en la inversión.
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