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Un torneo bello, pero mal ubicado

La Copa Davis es el campeonato con más “sabor” del tenis mundial, pero los mejores cada vez la rehúyen más por la saturación que para ellos supone
Victor Diaz
lunes, 3 de febrero de 2014, 13:09 h (CET)
El equipo español de Copa Davis perdió este fin de semana por 4-1 ante Alemania en la primera ronda del Grupo Mundial. Es el segundo año consecutivo que se tendrá que luchar por la permanencia, después de no poder contar –como el pasado año en Canadá- ni con Rafa Nadal ni con David Ferrer, los dos mejores jugadores del país. 

Las críticas a ambos jugadores, sin ser demasiado cruentas, se han sucedido desde ciertos sectores tanto del público como de la prensa en general, incluyendo algún que otro peso pesado del periodismo deportivo nacional que dice que el tenis español debería volver avergonzado por no haber podido contar con unos jugadores que, por lo que se ve, juegan cuando les da la gana. 

Sintiéndolo mucho, y con todo el respeto del mundo, he de decirle tanto a este compañero –veterano y sumamente reconocido en el mundillo- como a los que piensan como él que, aunque les doy parte de razón, se nota sobremanera que si les sacan del fútbol -y, a lo sumo, también un poco del baloncesto-, se pierden. 

Las ausencias, nada nuevo

Porque ni mucho menos han descubierto la pólvora vertiendo tales afirmaciones. Nos guste o no, el tenis es un deporte eminentemente individual, e individualizado. Siempre lo ha sido, y siempre lo será, cada vez más diría yo. De hecho, hace ya muchísimos años que la norma general es que las principales raquetas del ranking ATP “pasen” de jugar las primeras rondas de la Copa Davis, e incluso a veces las posteriores, por mucho que se vaya llegando lejos. 

Cierto es que eso no se da siempre, pero son excepciones producidas por una serie de circunstancias puntuales. Este fin de semana ha habido dos: Andy Murray, fresco como una lechuga tras casi medio año parado; y Roger Federer quien, además de no disputar ya tantos partidos como antaño -la edad no perdona y rara vez llega ya al final de los torneos-, ha visto cómo ahora dispone de un “socio” de plenas garantías como el súper mejorado Wawrinka, para intentar llevar a Suiza a ganar una competición de la que él no puede presumir. 

Al resto –ya hasta el muy patriótico serbio Djokovic se ha ausentado-, me temo que cada vez les veremos menos por las diferentes rondas de la “ensaladera”. Las lesiones acechan –que se lo digan a Rafa, por ejemplo-, y los “tops”, sin ser viejos en su mayoría, ya no son unos niños. 

Hacerla cada dos años

¿Cuál es el problema? Para mí, ni mucho menos es el del formato. Me considero un enamorado del sistema de juego de la Davis, que nos suele deparar muchos partidos casi a la antigua usanza –también en dobles, ante el magnicidio casi absoluto que se le ha dado ya en el circuito ATP a esta bella modalidad-; además de conferirle un sabor especial y muy diferente al hecho de jugar oficialmente como local o visitante, y no en pistas aparentemente neutrales. 

El problema reside en sus fechas. Tal y como está concebido el tenis en el siglo XXI, añadir año tras año cuatro fines de semana más a la temporada –con partidos a cinco sets y con la presión que supone representar a un país- supone toda una barbaridad a modo de saturación excesiva para aquellos que suelen llegar a las rondas finales de los grandes torneos. 

Más aún cuando cada una de las tres primeras rondas suele ir ubicada al final de Grand Slams como Australia, Wimbledon –a excepción de los años olímpicos, en los que los cuartos de final se adelantan un par de meses- o el US Open. Mucha tela, y mucha tralla. 

Y como encontrar otro hueco parece poco menos que imposible, para mantener el espíritu del torneo quizás la solución sea hacer caso parcialmente a los tenistas y, como ha pedido recientemente Carlos Moyà, hacerla bienal. El mismo número de rondas, pero en dos años. Personalmente no me gusta mucho, pero creo que es bastante mejor que concentrar la Davis en dos semanas, en una sede fija, con partidos a tres sets… y convertirla en un torneo insípido en todos los sentidos.

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