Al consenso socialdemócrata –rige en toda Europa y comienza a hacer notable mella en EE.UU. de la mano de Barack Obama ahora, pero de Bush Jr., y Clinton anteriormente-, algunos intuitivamente lo llaman Sistema, otros lo llaman Régimen. En realidad es una oligocracia. La misma oligocracia que se instaló en España a partir de 1978, mediante la llamada Transición, cuyo resultado fue el secuestro de la libertad política y el reparto del pastel entre las diferentes oligarquías existentes. Y en ello seguimos, aunque cada vez el pastel es más pequeño y las oligarquías parecen estar más desesperadas, como con prisa por llevarse lo más rápidamente posible lo poco que han dejado.
En España las elecciones no tienen otra finalidad más que decidir a quién le corresponde dirigir el consenso, cuya voluntad, que pretende ser la del pueblo pero no lo es, se manifiesta y decide en las Cortes, dominadas por el poder ejecutivo, que ya, sin cortarse ni un pelo, designa directamente al presidente del Congreso. Como designa directamente el órgano de gobierno de los jueces. La corrupción no es más que la consecuencia del propio sistema, intrínsecamente corrupto. El Estado de Partidos, que algunos confunden con el bipartidismo, que no tiene por qué ser en absoluto malo per se, es un totalitarismo disimulado, una situación política en el que la libertad política es poco menos que una broma, necesita el miedo para subsistir.
Que la socialdemocracia no es más que una confabulación de las oligarquías políticas con las oligarquías financieras, mediáticas y comerciales y que restringe a unos pocos la participación en el mando político, en la utilización del poder, empieza a estar intuitivamente inserto en el subconsciente de los españoles. De ahí la clara desafección entre súbditos –en España no hay ciudadanos, pues la ciudadanía presupone la libertad política- y oligarcas.
La misma desafección que se produjera tiempo atrás en Venezuela, país en el que hoy, debido al hambre y a la escasez consecuencia del socialismo y su economía planificada, la población parece dispuesta a recuperar su libertad. La batalla venezolana es decisiva para el devenir de toda Hispanoamérica. Quizá también para el nuestro.
Aquí son muchos los que piensan que lo de Venezuela es cosa de Hispanoamérica y que aquí, en la ilustrada Europa no podría suceder algo similar. Más el camino hacia su ruina social, económica, política y moral que siguieron los venezolanos, en donde los corruptos partidos mayoritarios, que giraron durante lustros hacia posiciones intervencionistas, barriendo cualquier atisbo liberal, hundieron al país en una corrupción e inseguridad ciudadana galopantes, fue lo que permitió la llegada al poder del chavismo. Los dos grandes partidos, a cada cual más estatista, se hundieron. Y llegó el populismo.
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