Tal día como hoy, en 1931, Alfonso XIII se marchaba apresuradamente de España, saliendo desde el puerto de Cartagena con rumbo a Marsella. Iniciaba un viaje al exilio sin retorno, que probablemente se había ganado a pulso. En su muy manchada hoja de servicios, entre otras importantes máculas, como la persistencia de las desigualdades y el atraso del país, presentaba la vergonzante decisión de haber entregado el poder en 1923 al dictador Miguel Primo de Rivera.
83 años después de la huida de aquel Borbón, un 14 de abril de 2014, el vigente rey, Juan Carlos I, tampoco se encuentra en territorio nacional. Los medios de comunicación dan cuenta de su llegada a Abu Dabi, en lo que supone el inicio de una gira por los Emiratos Árabes, que tiene por objeto la consecución de suculentos contratos para empresas españolas. Parece ser que las amistades reales en la zona son decisivas a la hora de incrementar las posibilidades de negocio de los principales empresarios de nuestro país.
Nos cuentan que la marca Juan Carlos I todavía tiene tirón en el mundo árabe y nos lo creemos, aunque también pensamos que este tipo de viajes se conciben para relanzar la maltrecha imagen de un monarca que pasa por sus horas más bajas de popularidad.
Y es que el rey, nieto de Alfonso XIII, ha hecho lo peor que se puede esperar de alguien de su rango: decepcionar a su pueblo. Si durante décadas se dijo que España, más que monárquica era juancarlista, ahora resulta que la realidad muestra un importante rechazo por la figura del Jefe del Estado. El frustrado y empobrecido pueblo no entiende de costosas jaranas, con escopetas o sin ellas, cuando miles de compatriotas no tienen ni siquiera para comer. Tampoco comprende los negocios del yerno ni la sobreprotección hacia su hija. Y aunque los españoles son muy respetuosos con la vida privada de las personas, no deja de ser cierto que en determinados ambientes afectos a la monarquía, provoca rechazo el escarnio público al que ha sido sometida la reina Sofía.
Hace dos años, con cara y tono de niño al que acababan de reprender, nos dijo aquello de “lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Creo que desde entonces, su imagen apenas ha mejorado. Seguramente porque el movimiento se demuestra andando (es una metáfora) y el curso de los acontecimientos nos ha llevado a reflexionar sobre qué había de cierto en aquello de que “todos somos iguales ante la ley”. Y claro, puestos a interrogar, no son pocos los que se preguntan que para qué sirve una institución nada barata, desfasada, hereditaria, y por lo tanto, de origen no democrático, como la monarquía. Y la respuesta es demoledora.
|