El 25 de abril, a un mes de las elecciones europeas, tuvo lugar en Molina de Segura (Murcia) una mesa redonda en la que representantes del Partido Popular, del PSOE, IU y Ciudadanos expusieron la importancia de la Unión Europea y algunas de las principales medidas que sus respectivos partidos llevaban al Parlamento europeo.
La iniciativa, excelentemente organizada por una asociación de vecinos del Llano de Molina, resultó ser, además, una magnífica oportunidad para comprobar hasta qué punto nuestros políticos saben lo que hacen y de qué manera abordan el tema europeo.
En aquella mesa se vivieron, no obstante y para desgracia de muchos, momentos de total desconcierto para quienes conocen la historia de Europa y de España, para quienes desean ver tanto en este país como en la Unión una política sólida y bien orientada al crecimiento, para quienes no se dejan embaucar por el discurso bondadoso y justiciero de los representantes de una izquierda política que ha decidido basar su discurso en la confusión al ciudadano y la transformación de la realidad.
Hablo de la representante del PSOE, quien tuvo a bien regalarnos falsedades como que el origen de la Unión Europea era claramente social y que el Partido Popular se alejaba de aquellos orígenes en pos de una Unión meramente económica. Que nosotros recordemos, al menos quienes sí nos sentimos tan ciudadanos europeos como para aprender sobre la Unión, el Benelux, al que después se sumarían Francia, Italia y la RFA para formar la CECA en 1950, fue una unión económica. La propia CECA (Comunidad Económica del Carbón y del Acero) no abandonó dicho carácter cuando asumió la explotación y gestión de los recursos minerales de Centroeuropa.
Poco después de la CECA, nació la CEE (Comunidad Económica Europea) para llevar a cabo, entre otras muchas medidas, una política de integración aduanera entre los países miembros. En 1965, el Tratado de Bruselas aseguró la unión entre los Ejecutivos de la CEE, el EURATOM y la CECA, dando lugar a una organización muy parecida a nuestra actual Unión Europea, que se hizo efectiva con la firma del Tratado de Maastricht y que no ha dejado de crecer desde entonces. En 1993 se crea el Espacio Económico Europeo, en el que participan países europeos que no forman parte de la Unión Europea.
Algunas de las medidas que la Unión ha llevado a cabo para asegurar su crecimiento, su desarrollo y muchas veces su supervivencia han sido el establecimiento de la PAC (Política Agraria Común), del espacio Schengen para la libre circulación de personas, la creación del IME (Instituto Monetario Europeo) que dio origen al BCE (Banco Central Europeo), la adopción del Euro como moneda única de la Eurozona, la transformación de la OCEE (Organización para la Cooperación Económica Europea) en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), y la firma de acuerdos de libre comercio con países del entorno de la Unión; es decir, todas ellas medidas e instituciones de carácter claramente económico.
Cierto es que Europa no es sólo dinero. En marzo de 1953 Spaak presentó un proyecto para la creación de una comunidad europea para la salvaguardia de los derechos humanos y la defensa militar de los Estados que la componían. Cierto es que Europa cuenta también con su FSE (Fondo Social Europeo) y con el Eurocuerpo. Cierto es que la Unión Europea no sólo legisla desde el punto de vista económico, y todos sabemos los enormes avances vividos en pos de la defensa del medio ambiente, de los derechos humanos, en la lucha contra la pobreza y el analfabetismo. Cierto es, en definitiva, que la Unión Europea es hoy mucho más que una alianza económica; pero ni sus orígenes ni su futuro inmediato, y mucho menos después de la profunda crisis que atraviesan los países miembros, pasan por la construcción de un espacio puramente social. Y la idea no queda sino en una gran mentira de quienes llevan la palabra “social” o “socialista” en su nombre político, como una brillante estrategia de mercadotecnia que sólo puede funcionar, empero, con quienes desconocen la vida y obra de la Unión Europea.
Y hay más que decir al respecto, señores conciudadanos europeos. No olviden que los derechos sociales alcanzados en Europa son fruto de la política liberal y capitalista de los Estados de la Unión: no olvidemos que la libertad de circulación es uno de los pilares fundamentales del capitalismo, e incluye los bienes, servicios y personas, ya sea en calidad de mano de obra o de turistas. Asimismo, las leyes que han unificado la justicia y las decisiones de los tribunales allende las respectivas fronteras nacionales, están estrechamente ligadas al concepto de la libre circulación, pues no puede darse de manera efectiva si los Estados no aseguran la tutela judicial efectiva de los ciudadanos que se desplazan por el continente. La unidad en la representación política es también una seña de la integración económica, pues se lanza al mundo el mensaje de que Europa es un único bloque económico, que los intereses de uno de sus miembros son los de todos ellos y viceversa. Y es precisamente esa unión económica la que asegura además la paz en Europa; ya dijo Frédéric Bastiat que cuando los bienes no cruzan las fronteras, las cruzan los soldados.
Tampoco las leyes que protegen a los trabajadores son sociales, sino puramente económicas; en primer lugar, porque hablamos del mercado laboral; y en segundo lugar, porque si no se aseguran ciertos derechos a los trabajadores, se acaba con la mano de obra en la Unión. No obstante, que se regulen y, en muchas ocasiones, se amplíen los derechos de los trabajadores no ha impedido a la Unión Europea seguir trabajando por una mayor integración económica, por una creciente liberalización del mercado, por la ampliación política y por la defensa de sus intereses económicos y la mejora social en el mundo.
Indiscutiblemente, la Unión Europea aumentará sus competencias y terminará por convertirse en un superestado que hará plenipotenciariamente políticas sociales, medioambientales, fiscales, económicas, militares, políticas y correspondientes, en definitiva, a cualquier ámbito que hoy corresponde en mayor o menor medida a los Estados que la forman; y los europeísta deseamos que así sea y cuanto antes, pero rechazamos abiertamente como un escándalo que se modifique la verdad a costa del ciudadano y a conveniencia de un partido que, además, no ha sabido nunca hacer crecer ni a Europa ni a ninguno de sus respectivos miembros. No sigan por ahí, por favor. Los ciudadanos se lo agradecerán un día.
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