- Pero… ¿y si me preguntan?
- Deberá contestar.
- ¿Cómo?
- Que deberá contestar.
- ¡Dios mío, qué será lo próximo!
- Las entrevistas previas y pactadas, los formularios cerrados, el saber que este no me preguntará aquello, leer y releer lo mismo ante los suyos mientras agitan banderitas, y los plasmas –ufff, los plasmas-. Estos son los fetiches de nuestros políticos y, entendiendo esta filia, quizás sea más fácil entender por qué han utilizado así twitter en esta última campaña electoral.
- Los que nos dedicamos a esto, no hubiéramos titubeado al decir hace dos meses que el escenario de la comunicación política ha cambiado. Que han quedado muy lejos ya las campañas que consistían en dos entrevistas, algunos mítines de barrio y en hacer la foto del candidato en el ceremonioso acto de pega de carteles entre octogenarios militantes. Sin embargo, viendo esta campaña, yo dudaría en hacer esta afirmación tan alegremente. Viendo como los candidatos se han comportado en las redes, podríamos asegurar que estamos como hace 20 años, pero con candidatos que tienen perfiles abiertos en twitter.
- No les gusta conversar, nos les gusta el dialogo. O eso, o es que no han pillado cómo va esta red, donde se han abierto un perfil para informar y no comunicar. Mítines o cuñas de 140 caracteres, en las que se decía los buenos que son y los malos que son los otros. Han escrito un discurso, y como querían ser digitales, en lugar de leerlo, lo han ido partiendo en tuits, uno tras otro, sin esperar la respuesta ni debate; obviando que sí, que twitter es una herramienta perfecta para construir un discurso, pero solo cuando tú escribes la primera línea y el resto lo escriben los otros.
- Suena paradójico que se pida nuestro voto para decidir el destino de nuestro continente político y que apenas encontremos preguntas en los perfiles de los distintos candidatos. Es cierto que algunos, como el incontinente Sebastiá (Compromís) o Pablo Iglesias (Podemos), se han aparatado de esta tendencia del “yo” y “yo soy menos peor que el otro” y han ido proporcionando un contenido más relevante e interactivo en la relación con sus seguidores, entendiendo – algo mejor que sus rivales- que no es lo mismo votante que usuario, y que en esta red importa más la voz que el voto. Y eso que, aún siendo mejores, se han quedado muy cortos.
- Y todo esto, con dos datos: conforme los últimos estudios, apenas ha influido twitter en el voto de estas europeas frente al poder que han alcanzado otros medios como la televisión y la radio, y el otro: según el propio Twitter, las elecciones están muy lejos en actividad e interés de otros eventos como Eurovisión.
- Y yo me pregunto: ¿cómo iba a influir twitter si no se ha utilizado?, ¿y cómo iba interesar algo que es más de lo mismo, sí, lo mismo, pero en distinto escenario? Quizás, sencillamente, es que no les guste saber qué opinamos. Quizás tengan miedo de preguntar y descubrir qué es lo que realmente queremos, que por fin se lo espetemos a la cara y no les quede más remedio que dejar el chollo. Sea como sea, yo voté a Conchita.
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