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El fin de la Transición

Felipe VI, si no quiere que España despierte republicana, tendrá que pastorear una verdadera regeneración política
Almudena Negro
lunes, 9 de junio de 2014, 07:26 h (CET)
Apenas hace unas semanas en que los medios de comunicación cantaban, coincidiendo con el óbito de quien fuera su primer presidente del gobierno, las excelencias del consenso socialdemócrata instaurado en España en los años 70 del siglo XX, la llamada Transición, que lo fue por vía de reforma y no de ruptura. La Transición de la Constitución de 1978, en puridad carta otorgada puesto que no hubo cortes constituyentes. La Transición de las nacionalidades, la función social de la propiedad privada, el Estado Social y la “democracia avanzada”.

Algo más de siete lustros después el sistema oligárquico, que jamás fue bipartidista puesto que se basó en el acuerdo con las minorías nacionalistas y separatistas, así como con la izquierda comunista, hace aguas por todas partes. Los dos grandes partidos del juancarlismo, comúnmente conocidos como PPOE, están de capa caída. Las bases del Partido Popular, partido que, en lo que constituye ya su error histórico, ha venido a sustituir en el espectro ideológico al PSOE de los años del felipismo, la beautiful y Prado y Colón de Carvajal, están en franca retirada. El PSOE, por su parte, es un partido roto, que se encuentra al borde del precipicio, por el que se irá si los vacuos acaban finalmente tomando el poder, lo que parece casi imposible de evitar. Incluso a Izquierda Unida le ha salido competencia que se dice antisistema, aunque barrunto que es más sistema que nadie, con coleta. Estamos asistiendo a una fragmentación de la izquierda, cada día más radical, asamblearia y populista. El gobierno no se entera. Están encantados con el tertuliano eurodiputado, por cuanto divide a quienes los podrían alejar del poder, que es lo único que preocupa a los tecnócratas gubernamentales.

La mezcla de todo ello es lo que ha provocado, junto a motivos personales que dejarían al pueblo que aún se cree el “Hola” boquiabierto debido a la frivolidad del personaje, la sorprendente, improvisada y chapucera abdicación real que culminará en una proclamación laica celebrada casi a escondidas.

Es el último cartucho que puede disparar el sistema. Felipe VI, si no quiere que España despierte republicana, tendrá que pastorear una verdadera regeneración política. Su primer envite, este mismo año de la mano de los golpistas catalanes, envalentonados a causa de la casi inexistencia de un Ejército español y el complejo de la clase política. La solución, apaño o remedio de una España federal, confederal o vaya usted a saber qué si pregunta a UPyD no es tal y dejaría a la Monarquía irremisiblemente a los pies de los caballos del pueblo. Veremos.

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