El insurgente del movimiento de protesta fiscal Tea Party Chris McDaniel quedó peligrosamente cerca de tumbar al senador Thad Cochran en la vuelta de las primarias Republicanas celebradas la pasada semana en Mississippi, pero un incremento sustancial de la participación del votante de color salvó el escaño del titular durante seis legislaturas. La elección de Cochran para formar parte de una séptima legislatura en noviembre parece hoy un inevitable, y vaya si cabrea a muchos conservadores.
"Unas primarias Republicanas decididas por Demócratas de izquierdas revisten algo de inusual", echaba pestes McDaniel la noche electoral, criticando con saña a Cochran y al escalafón Republicano por "salir una vez más en busca del votante de la oposición [y] prescindir del movimiento conservador".
Pero con independencia de las demás cosas que signifique la victoria de Cochran, "salir una vez más en busca del votante de la oposición" por su parte convierte su victoria en un ejemplo notable de algo que supuestamente no puede suceder y no sucede en el Mississippi actual: Que un político Republicano blanco se ponga a buscar apoyos entre los votantes Demócratas, y particularmente los Demócratas de color. Y lejos de carecer de peso político, ellos escoraron el resultado.
Según el reglamento electoral de Mississippi, que no obliga al elector a demostrar afiliación a una formación, cualquiera que no haya participado en las primarias Demócratas puede participar en la vuelta de las Republicanas. El bando de Cochran apeló abiertamente al apoyo de los no afiliados, como escribe John Hayward en Human Events, "a través de un maridaje entre ataques de tintes raciales a McDaniel y pregones de su capacidad para ampliar el Estado e influenciar favorablemente para éste las decisiones de Washington". El National Review lo llama "Victoria bifaz": En la mayoría de los barrios de color, los anuncios y folletos personalizados trataban de convencer de su apoyo a los centros universitarios históricamente negros y las ayudas sociales para comer. En los distritos mayoritariamente blancos, otros impresos destacaban su apoyo a la Asociación Nacional del Rifle y su oposición al aborto y a la reforma sanitaria Obamacare.
Lo que escandalizó especialmente a muchos conservadores fue un volante diseminado por los distritos municipales mayoritariamente negros que exhibía el amenazante título de "El Tea Party pretende impedir que el martes voten los negros". Se insta a los electores a volver a elegir a Cochran para impedir "la vuelta a los tiempos pasados de intimidación a los habitantes negros de Mississippi que pretendían votar". Nadie se sorprende de que los Demócratas utilicen de esa forma la baza racial, decía el locutor conservador Rush Limbaugh a sus oyentes, pero que el escalafón Republicano lo haga era "verdaderamente censurable".
Censurable era. Pero en serio: ¿Quién mayor de 11 años va a sorprenderse de que los políticos en el poder recurran a tácticas censurables para combatir a un rival? ¿O de que bloques electorales y políticos que normalmente no se miran dos veces elijan hacer de compañeros de cama con el fin de conservar el poder, las dietas y los complementos que tanto valoran? Las "notas" que elabora por el votante la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color en materia de derechos fundamentales dan a Cochran un (NM) Necesita Mejorar, pero eso no impidió que los votantes de color acudieran en su apoyo a las urnas en gran número. "Sabemos lo que tenemos con Cochran, y lo que tenemos nos gusta", anunciaba el secretario de la delegación de la Asociación Nacional en Jackson.
Por alguna razón, toda la intimidación electoral de la que se acusaba de planear al movimiento de protesta fiscal Tea Party no se vio por ningún lado. La víspera de los comicios, el New York Times alteraba la normalidad de la jornada avisando de que la campaña de McDaniel se estaba dedicando a "Disuadir mediante el miedo a participar al votante negro de Mississippi". Pero los votantes negros no se asustaron. No había ninguna razón para que lo estuvieran. No estamos en junio de 1964, cuando los voluntarios James Chaney, Michael Schwerner y Andrew Goodman fueron asesinados por el Ku Kux Klan por tratar de censar ciudadanos negros para que votaran. Estamos en junio de 2014, cuando ante la traza más remota de discriminación electoral, un batallón de fiscales de los derechos civiles invade en tropel una sala federal de justicia.
Cuando el año pasado el Tribunal Supremo tumbó el Párrafo 4 de la Ley de Protección del Derecho de Sufragio de las Minorías, los críticos advirtieron de forma febril que el derecho de sufragio de las minorías corría peligro de extinción. El congresista John Lewis, legislador Demócrata por Georgia, dijo que la instancia había "hundido un puñal en el corazón" de lo que había logrado el movimiento de los derechos fundamentales. El fallo era "igual de lamentable que la sentencia Plessy que regularizó la segregación en el transporte ferroviario o la condena al esclavo Dred Scott como no ciudadano regular por ser negro", se lamentaba el Atlantic. A causa del revuelo público, se podría haber llegado a pensar que la instancia había declarado constitucionales finalmente las pruebas culturales de la era de la segregación o los impuestos para votar, y aconsejado a los electores negros irse olvidando de volver a hacer sentir su peso electoral de nuevo.
Bien, que se lo digan a McDaniel, que estaba seguro de que su apuesta por tumbar a Cochran en las elecciones de noviembre había pasado de "improbable a imparable". Más bien es McDaniel el que acaba en la lona. El llamamiento al votante negro realizado por Cochran pudo no haber sido pulcro. Desde luego conservador no fue. Pero indudablemente eficaz sí: En los 24 condados de mayoría negra de Mississippi, la participación se disparó una media de 40 puntos porcentuales entre las primarias y la vuelta. Uno de los legisladores más veteranos del escalafón Republicano del estado acaba de alzarse con la victoria en la lucha por su carrera. Lo que cambió las tornas fue el ejercicio de su derecho a votar por parte de la ciudadanía negra — derecho que ya no corre peligro de extinción en ninguna parte de América, ni siquiera en Mississippi.
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