Si alguien tendría que advertir la fuerza de la inmigración a la hora de estimular el empleo son los dinámicos activistas anti-inmigración de América, cuyos puestos de trabajo no existirían si no fuera por el flujo de inmigrantes al que ellos dedican jornadas a tratar de combatir.
Una vez más, agradecer algo relacionado con la inmigración — la menor de todas las ironías de nuestro incesante debate en la materia — va contra el percal de los partidarios de su limitación. Echar pestes de los inmigrantes es uno de los deportes nacionales de América, y no deja mucho espacio al humor irónico. Ni a la consistencia lógica. Lo que ayuda a explicar que los inmigrantes puedan ser tachados de parásitos vagos que acuden en masa a Estados Unidos a vivir del cuento los lunes, miércoles y viernes — y condenarlos los martes, jueves y sábados por robar unos puestos de trabajo que de otra forma estarían ocupados por estadounidenses.
La pasada semana, el Centro de Estudios de la Inmigración, partidario de llevar a cabo reducciones drásticas de la inmigración, dio a conocer un informe que pretende demostrar que todo el empleo neto creado en los Estados Unidos durante los 14 últimos ejercicios ha ido a los inmigrantes, tanto legales como irregulares. Utilizando datos recabados por la Oficina del Censo, los autores del informe, Steven Camarota y Karen Ziegler, destacan que entre el año 2000 y el 2014, la cifra de estadounidenses naturales en edad laboral con un puesto de trabajo descendió alrededor de 127.000 personas, al tiempo que la cifra de inmigrantes con trabajo escaló a 5,7 millones.
“Esto es verdaderamente notable”, escriben Camarota y Ziegler, "porque la población natural representa las dos terceras partes del crecimiento demográfico total entre la población nacional en edad laboral”. Como resultado, la cifra de estadounidenses naturales sin empleo — tanto los que están en paro como los que han abandonado de golpe la población activa — se ha contraído desde el año 2000 diecisiete millones de personas. ¿La conclusión a tener presente? Que muchos más estadounidenses naturales tendrían trabajo si los inmigrantes no hubieran absorbido todo el crecimiento del empleo desde que entramos en el siglo XXI.
Pero la volátil conclusión del estudio — que "el crecimiento del empleo registrado ha ido a los inmigrantes en su totalidad” — no se sostiene por ninguna parte.
Para empezar, la cifra de estadounidenses naturales que trabajan en 2014 no ha descendido desde el año 2000. Ha crecido 2,6 millones de personas. Los autores del estudio reconocen lo propio -- en una nota al pie de la página 17. Solamente excluyendo la horquilla demográfica récord de trabajadores mayores de 65 años, uno de los colectivos de mayor crecimiento dentro del mercado laboral, Camarota y Ziegler pueden decir que los inmigrantes se llevan todos los puestos de trabajo nuevos vacantes. Pero achacar el estancamiento largoplacista del empleo de los estadounidenses naturales "en edad laboral" a los trabajadores de más edad es igual de plausible que achacarlo a los oriundos de otros países. ¿Hay que obligar a jubilarse a los 65 años de edad a los veteranos que quieran trabajar?
En el cuadriculado mundo de los activistas contra la inmigración, los trabajadores nacidos en el extranjero sólo pueden prosperar a costa de los nacionales. Pero en el mundo real, la inmigración en general amplía la actividad económica, dispara la productividad y suma puestos de trabajo. Los inmigrantes representan menos del 13 por ciento de la población estadounidense. Pero el 28 por ciento de todas las empresas norteamericanas nuevas que abrieron en 2011, como escribía en un ensayo el mes pasado Rupert Murdoch en el Wall Street Journal, fueron fundadas por inmigrantes.
Hablando en general, el trabajador inmigrante y el trabajador nacional no son mutuamente excluyentes sino complementarios; al tender a tener conocimientos diferentes, no compiten en general por los mismos puestos de trabajo. Los inmigrantes tienen más números para tener empleo en los extremos del mercado laboral, explica Alex Nowrasteh, del Cato Institute, al tiempo que la mayoría de los estadounidenses tienen conocimientos intermedios. Proporcionar a los inmigrantes los conocimientos necesarios en la economía amplía simultáneamente la demanda de mano de obra nacional con formación.
Los partidarios de la limitación de la inmigración señalan una especie de correlación inversamente proporcional entre los avances en el empleo de los estadounidenses naturales y los de los trabajadores extranjeros, pero no pueden demostrar que se esté dando. Preste atención más allá de la tendenciosa presentación de los datos por su parte, como escribe Nowrasteh a tenor del anterior estudio del Centro de Estudios de la Inmigración, y advertirá que en su mayor parte, "las mejoras netas del empleo de inmigrantes y nacionales se mueven correlativamente”. Los nacionales prosperan cuando los inmigrantes prosperan, y viceversa. Todos trabajamos dentro del mismo mercado laboral.
Lo que no significa que todos los trabajadores estén al mismo nivel. Los inmigrantes no sólo son desproporcionadamente más emprendedores, también tienden más a acudir a donde haya empleo. Casi por definición, los recién llegados a Estados Unidos son candidatos idóneos a la movilidad y la flexibilidad laborales. Menos lastrados por vínculos locales, son más despiertos a la hora de aprovechar las oportunidades laborales. Su rapidez es admirable, no motivo de indignación.
Los inmigrantes no están robando puestos de trabajo que "pertenecen" a los estadounidenses. Están alimentando el motor económico que genera más oportunidades para todo hijo de vecino, y sin ellos seríamos más pobres con diferencia.
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