Los republicanos eligen Cleveland sede de su convención nacional de 2016, y el municipio, escribe en el Plain Dealer Stephen Koff, "está embelesado con su victoria".
No es broma. "Importantísima cita para nuestra ciudad. ¿Alguna vez ha pasado algo más importante?" tuiteaba Aaron Goldhammer, co-presentador del matinal deportivo de la ESPN Cleveland. Ed FitzGerald, gestor electo del Condado de Cuyahoga y candidato Demócrata a gobernador de Ohio en 2014, celebraba la confirmación Republicana "de que Cleveland se encuentra hoy en mitad de un renacimiento histórico". El héroe de la mitología local Charles Ramsey, que el pasado año salvó a tres damas de Cleveland que llevaban 10 años secuestradas, dijo a un periodista de la televisión que la noticia de la próxima convención Republicana le producía "vértigo… feliz como una perdiz".
"Momento de gloria de nuestro municipio", anunciaba exultante la portada del Plain Dealer el miércoles, al tiempo que la junta editorial hacía saber que "el Partido Republicano ha avalado el peso del municipio".
Aunque llevo afincado en Boston más de la mitad de mi vida, soy oriundo de Cleveland de los de toda la vida, así que este delirio no me sorprende en absoluto. Crecer en el Cleveland de los años 60 y 70 era vivir en la Rodney Dangerfield de las ciudades — el municipio del río inflamable y el flequillo al soplete, la diana de bromas sin fin a cuenta del programa de refritos "Laugh-In", el hogar de un equipo tan desesperado por tener hinchada que ofrecía cañas a 10 centavos y a duras penas tenía un final etílico. ¿Es de extrañar que Cleveland desarrollara un tenaz complejo de inferioridad? Un municipio no puede escuchar mucho que se rían del "error del lago" antes de tomarlo a pecho.
Pero no te lances, Boston. La euforia de Cleveland por llevarse una convención electoral presidencial puede parecer excesiva, y resultaría tentador sonreír de manera afectada ante un municipio tan hambriento por ver "avalada" su relevancia que considera un premio de valor incalculable ser sede de una congregación de políticos profesionales y gente de la prensa. Pero la reacción de Cleveland no difiere de la de Boston cuando fue elegida sede de la Convención Nacional Demócrata de 2004. "Es el relanzamiento de Boston", exclamó en aquel momento Jack Connors, director de una de las principales agencias de publicidad de la ciudad. Un legislador natural de Boston elogiaba la elección por histórica: "Afrontémoslo, esto es un antes y un después para la ciudad".
La verdad, por supuesto, era que a Boston un relanzamiento le hacía tanta falta como un aval a Cleveland. Las ciudades ansían ser sedes políticas de grandes formaciones porque consideran que se llevan el prestigio de una candidatura presidencial y el jabón político para la ciudad y el municipio. Teniendo en cuenta la nefasta opinión que tienen los estadounidenses de políticos y legisladores nacionales, ese prestigio es prácticamente teórico, pero la quimera sigue ahí.
Dios sabrá porqué. ¿Alguna reputación municipal ha mejorado sustancialmente a nivel nacional por servir de sede de alguna convención nacional electoral? Las formaciones destinan sumas importantes a montar estos acontecimientos, y los medios convencionales despachan ejércitos de periodistas a cubrirlos. Pero aun así, los votantes evitan la cobertura de gran parte de los preparativos, que en cualquier caso no tienen casi ningún impacto sobre el resultado de los comicios.
Además de la presunta gloria que acarreará ser sede del cónclave Republicano dentro de dos años, la población de Cleveland es instada a anticipar un empujón económico de 200 millones de dólares fruto de toda la riqueza que los delegados electorales irán repartiendo.
Pero Cleveland está abocada a descubrir lo que otras ciudades sede han aprendido en relación a la bonanza que invariablemente se predice que generan esas convenciones: También es prácticamente teórica. Las autoridades de Boston afirmaron de forma reiterada que la economía local cosecharía un beneficio de 150 millones de dólares fruto de acoger la convención de 2004. A la hora de hacer cuentas, solamente salió la décima parte de esa cantidad. La mayoría de los compromisarios gastaron menos de 500 dólares durante su estancia en la ciudad; la mayoría nunca se aventuró lejos del lugar de la convención o sus establecimientos. "Como acontecimiento económico puntual, la Convención Nacional Demócrata fue claramente un fiasco", concluía de forma melancólica el Boston Business Journal.
Boston no fue la excepción. El National Journal recogió hace dos años los estudios de unos economistas de la Academia Holy Cross que "examinaron todas las convenciones políticas nacionales celebradas entre 1972 y 2004, comparando 14 sedes municipales con 36 regiones parecidas". Resultado: Ninguna de las 18 convenciones celebradas durante esos años "tuvo algún impacto sobre los ingresos particulares o el empleo local en la ciudad anfitriona".
No envidio en absoluto a Cleveland por el orgullo ciudadano de haberse alzado con la convención de 2016. Pero también sé que a Cleveland no le hace falta una manada de activistas de convención — ni siquiera, diría yo, LeBron James— para alegrarse por ser así. Lo de "Laugh-In" es historia antigua, y Cleveland ha dejado de ser la hebilla de la vieja región industrial abandonada de los Grandes Lagos. Los Republicanos han elegido una ciudad que ha prosperado mucho. Ojalá se pudiera decir lo mismo de los Republicanos. O de los Demócratas.
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