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El torrente de inmigrantes ilegales menores de edad: ¿a qué viene el secretismo?

¿A qué viene, también, la aparente alevosía con la que la administración está trasladando a centenares de estos menores hasta diversos estados distantes?
Mark W. Hendrickson
miércoles, 23 de julio de 2014, 07:43 h (CET)
La inmigración ilegal es una cuestión que en general evito abordar. La polémica despierta más pasiones y suscita mayor polarización que ninguna.

Sin tocar la fibra sensible usual, me pregunto si al menos estaremos de acuerdo en que el secretismo y la alevosía de la administración en medio de la actual crisis de menores inmigrantes irregulares que llegan en tromba a Estados Unidos tiene algo — busco el adjetivo idóneo — de sospechoso, irregular, incómodo o no del todo normal.

Obama ha impuesto como poco un apagón mediático parcial. A los periodistas que solicitaban entrevistar a los jóvenes custodiados en Fort Sill, Oklahoma (a mucha distancia de la frontera que cruzaron) se les dieron largas durante días, y aun entonces fueron informados de que su visita de 40 minutos prevista sólo prosperaría bajo el supuesto de que el periodista no hiciera preguntas, no hiciera fotografías, no hiciera grabaciones ni por lo demás la clase de periodismo de investigación que desempeñan normalmente los informadores. Una visita de estilo tan Potemkin, con desproporcionada censura, viola el derecho de la población a estar informada.

A un congresista por lo menos (Jim Bridenstine, legislador Republicano por Oklahoma) le ha sido negado el acceso a los menores bajo custodia en Fort Sill — algo bastante sorprendente, si tenemos en cuenta que Bridenstine forma parte del Comité de las Fuerzas Armadas responsable de las instalaciones militares federales, y que las de Fort Sill están ubicadas en el estado representado por el congresista. ¿A qué viene la intriga? ¿Cuál es el gran secreto? En su mayoría se trata de menores de edad procedentes del campo, no de espías peligrosos ni de líderes terroristas.

¿A qué viene, también, la aparente alevosía con la que la administración está trasladando a centenares de estos menores hasta diversos estados distantes? El Gobernador de Nebraska Dave Heineman declaraba: "He averiguado durante las últimas 48 horas que unos 200 ilegales han sido trasladados hasta Nebraska. El Estado es cómplice en una operación encubierta para trasladar ilegales hasta mi estado sin informarnos de su identidad”. Negar esa clase de información al gobernador de un estado es irrespetuoso y arbitrario. Desde luego se vulnera el principio del federalismo.


En conjunto, el comportamiento de la administración huele a tapadera. ¿Por qué? ¿Qué hay que ocultar? A lo mejor nada de nada, pero ¿por qué no abrir la cortina del hermetismo y que la verdad vea la luz? Al impedir el acceso de los estadounidenses a la verdad, la administración invita a las especulaciones, las elucubraciones y las distorsiones que no pueden sino opacar la cuestión y dificultar aclarar las acciones idóneas.

Ya han circulado noticias, incluyendo las acusaciones vertidas por el congresista Republicano por Georgia Phil Gingrey, que es médico, de que parte de los inmigrantes en situación irregular llegados hace poco tienen tuberculosis, dengue, fiebre vírica u otras enfermedades contagiosas. Esto suena a falsa alarma y sensacionalismo exagerado, pero ¿cómo podemos estar seguros sin una mayor transparencia?

Hay muchas preguntas que siguen sin respuesta, pero a las que hay que responder si hemos de tomar decisiones inteligentes y formadas a tenor de lo que pensamos que hace nuestro gobierno: ¿Quiénes son estos menores? ¿Cuántos tomaron por su cuenta la decisión de ir al Norte, y cuántos fueron inducidos (¿coaccionados?) a hacer el viaje por adultos? ¿Cómo alcanzaron la frontera? ¿Cumplen los criterios de refugiados? ¿Qué les ha sido prometido, tanto antes de comenzar sus viajes como desde su llegada? ¿Cuáles son los cuadros médicos que traen, están recibiendo la atención médica adecuada, y existe algún peligro de contagio de enfermedades? ¿Quién supervisa a los menores a cargo de parientes o tutores, para garantizar que comparecen en sus vistas orales previstas? ¿Se pide a los parientes que abonen los gastos de trasladar al menor hasta su domicilio, o se trata de un servicio "gratuito" que financia el contribuyente estadounidense?

La pregunta más relevante es: ¿Cuál será nuestra política en adelante? ¿Qué vamos a hacer con los menores centroamericanos y mexicanos que entre otros entran ilegalmente a nuestro país, pero cuyos parientes o tutores en sus países de origen no les aceptarán en caso de ser repatriados? Para los estadounidenses es difícil comprender la mentalidad que empuja a los padres a enviar a sus hijos en un viaje peligroso, potencialmente letal (y, esperan ellos, sólo de ida) a Estados Unidos. En tiempos residí en un país latinoamericano en el que los padres pobres amputaban a sus hijos (cortar un pie era la forma predilecta de amputación) y se deshacían de ellos en la calle, donde dependían de la compasión de los extraños. Para esos padres, era lo mejor que podían hacer por la supervivencia de sus hijos. De igual manera hoy, ciertos padres están convencidos de que no tienen nada que perder — si el chaval pierde la vida intentando llegar a Estados Unidos, bueno, su suerte en casa no iba a ser mensurablemente mejor, pero si lo logra, entonces tiene oportunidad de acceder a una vida mucho mejor. Es jugársela: la postura fatalista del “Qué será será” es un ingrediente crucial de la mentalidad latinoamericana.

Es mal momento y mala cuestión para que la administración sostenga un muro de hermetismo — la cuestión que el Presidente Obama prometió iba a ser la más transparente de la historia. Sr. Obama, derribe usted este muro. Que el pueblo americano vea lo que está pasando.

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