A nadie le gusta admitir haberse equivocado en una cuestión fundamental.
Para un presidente estadounidense, pocas cosas son más difíciles.
Cuando se es investido de un poder y una imagen tremendas fruto de
haber convencido a decenas de millones de ciudadanos de elevarle al
cargo público más elevado del país, reconocer públicamente que te has
equivocado de forma garrafal no sale de manera natural. Aún menos
cuando el error garrafal ocupa la posición angular de tu estrategia en el
mundo.
La política exterior Obama está en las últimas. Transcurridos casi
seis años de una presidencia cuyo enfoque sobre el mundo se ha
fundamentado en la contracción de la presencia norteamericana,
el "liderar a la zaga", la delegación de responsabilidades en
organizaciones multinacionales y el rechazo tajante a las soluciones
militares, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más peligroso.
La prueba principal de la acusación, por supuesto, es Irak, donde
Obama no sólo se mostró inflexible en que todos los efectivos regulares
estadounidenses fueran retirados, sino que presumió — una y otra vez sin
parar — de haber cumplido su promesa.
Está claro ya que la desconexión americana de Irak, acompañada de la
disposición reacia de Obama a ayudar a los moderados en la guerra civil
siria, generó un vacío que los yihadistas virulentos del ISIS se prestaron
puntualmente a ocupar. Su autoproclamado califato rige ya en alrededor
de 90.000 kilómetros cuadrados de Irak y la Siria septentrional. Este
mes, Obama ordenaba a regañadientes los ataques aéreos selectivos
de las inmediaciones de Irbil, y el Pentágono está sopesando objetivos
potenciales de ataque dentro de Siria. Pero el presidente sigue sin
mostrarse dispuesto a reconocer lo que cada vez más estadounidenses
están captando: La retirada norteamericana del escalafón global fue
profundamente imprudente.
Pero reconocer públicamente el error sería una señal de carácter. Otros
presidentes lo han hecho.
George W. Bush apoyó inicialmente la opinión, auspiciada por el
Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, de que la presencia militar
norteamericana en Irak sería un acicate de la insurgencia violenta post-
Saddam, y que la única estrategia para paliar el derramamiento de sangre
sería contraer la presencia militar norteamericana. Pero en 2006, Bush
cambió radicalmente de opinión. "Está claro que hemos de cambiar
nuestra estrategia en Irak", informó a la nación en una intervención
televisada, anunciando el despliegue de 20.000 efectivo regulares
adicionales. El incremento de efectivos era profundamente impopular -
Bush lo llama "la decisión más dura" de su presidencia. Pero derrotó a la
insurgencia y ganó la guerra.
Cuando Yugoslavia saltó por los aires en los años 90 y los bosnios
estaban siendo brutalmente atacados por los serbios, Bill Clinton no
ofreció a las víctimas más que discursos de consuelo. No solamente
era reacio a intervenir directamente para detener los ataques genocidas
de los serbios, ni siquiera pondría fin al embargo de armamento que
dejaba indefensos a los bosnios. Una mayor intervención militar, decía la
administración, no acercaría la paz "ni un milímetro".
Pero la postura cambió radicalmente tras la masacre serbia de más de
7.000 bosnios menores de edad en el presunto "refugio" de Srebrenica,
y, más tarde, con el mortal ataque del mercado de Sarajevo. Tras
oponerse durante mucho tiempo a la intervención militar, Clinton
cambió radicalmente de rumbo. Estados Unidos lideró una campaña de
bombardeos de la OTAN que no solamente acercó la paz un milímetro,
puso punto final a la Guerra de Bosnia. Hoy, con todos sus defectos,
Clinton es ampliamente considerado un héroe entre los bosnios.
Quizá ningún presidente moderno haya sido tan franco como Jimmy
Carter al admitir que su orientación en política exterior estaba seriamente
desencarrilada.
"... una admisión personal de que usted tenía razón y yo no" —
Escrito remitido por el Presidente Lincoln al General Grant tras la
Victoria de Vicksburg.
Carter había llegado a la administración dispuesto a pensar lo mejor
de la Unión Soviética y advirtiendo a los estadounidenses que debían
superar "su miedo infundado al comunismo". La invasión soviética de
Afganistán en 1979 le hizo despertar. La agresión de Moscú "ha formulado
un cambio en mi opinión de los objetivos finales de los soviéticos
más dramático", confesaba Carter, más que nada de lo observado
anteriormente. Al poco tiempo dio a conocer la Doctrina Carter, que
anunciaba que Estados Unidos haría uso de la fuerza militar si era
necesaria para defender sus intereses nacionales en el Golfo Pérsico.
También ordenó una ampliación del ejército, que despejó el terreno a las
ampliaciones de Ronald Reagan.
Durante la Guerra Civil, Abraham Lincoln no había puesto ninguna fe
en la estrategia del General Ulysses Grant para recuperar el fortín de
Vicksburg, Missouri. Cuando cayó Vicksburg, Lincoln remitió a Grant una
misiva reconociendo abiertamente su error: "Desearía ahora realizar una
admisión personal", finaliza, "de que usted estaba en lo cierto y yo no".
Al presidente 44, que dice tener como referencia al decimosexto, le
vendría bien parte de esa franqueza. La política exterior Obama no
llevó a donde él esperaba, y admitirlo públicamente no reviste ninguna
vergüenza.
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