Se suele aseverar que cuanto más alta es la cuna más grave es la ofensa, pero eso no siempre parece ser así… Fraudes llevados a cabo por malhechores de tres al cuarto los ha habido siempre. Los de guante blanco, aquellos que son cometidos por tipos que además de mirarnos por encima del hombro nos chasquean, también, pero es ahora, cuando la información otrora sibilinamente restringida circula con libertad más y mejor que nunca, que nos enteramos de una vez por todas que el vil ejercicio de la rapiña y el escamoteo puede afectar a todas las clases sociales, sin excepción. Prueba fehaciente de ello es que nuestras prisiones albergan hoy, más que en cualquier época de la historia de nuestro país, a sujetos que en su día fueron honorables pero que han sucumbido al embrujo del lado oscuro de su profesión.
Se suele aseverar que cuanto más alta es la cuna más grave es la ofensa, pero eso no siempre parece ser así. Por las razones que sean -me cuidaré muy mucho de reflejarlas en esta, mi humilde columna- algunos tienen la suerte o la desgracia de que sus actos, por reprochables que a priori nos puedan resultar a la mayoría, no son susceptibles, no ya de sancionarse sino tan siquiera de enjuiciarse. Lo que a mi parecer es un lamentable error, pues al obviar supuestamente el problema no se consigue otra cosa que alimentar más dudas de las imprescindibles sobre la ecuación, para poder despejar cuanto antes la incógnita.
A pesar de lo que piensen quienes se abstienen, investigar un presunto delito no implica ni por asomo la imputación. Para eso se modificó la acepción con la cual se estigmatizaba gratuitamente a todo aquel sobre el que se realizaban pesquisas previas. Eso, en todo caso, vendría después, siempre y cuando claro está se demostrase que efectivamente procedía llevarla a cabo. Hay que ser cauto con estas cosas, y por encima de todo sumamente objetivo. Conviene no adelantar acontecimientos, ni condenar a nadie sin un juicio imparcial previo, así como tampoco demonizarlo por una simple sospecha alimentada por la intuición. Lo más sensato es dejar trabajar a quienes están preparados para dilucidar esa suerte de dudas que, aunque razonables, no han podido ser previamente contrastadas.
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