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​La orilla blanca

La orilla negra
César Valdeolmillos
martes, 31 de marzo de 2020, 13:23 h (CET)

“Cualquier noche termina siempre con un precioso amanecer”

Anónimo

Y de repente despertamos un día y todo había cambiado. Miramos por la ventana, y contemplamos las calles desiertas; ya, ningún camino parecía conducir a ninguna parte; la ciudad estaba sumida en un profundo letargo; un silencio atronador la envolvía; por las arterias de España, ya no circulaba la sangre tonificante de sus gentes, las que le daban color y calor; había desaparecido la vida; todo se revelaba gris porque ante la amenaza evidente, solo nos habían vendido humo; el horizonte estaba tan ausente como desiertas de verdad estaban y están las grandilocuentes, cínicas, mentirosas y sectarias peroratas de la mayoría de los miembros y “miembras” del Gobierno que nos desgobierna.

Vivimos con la esperanza de que cada amanecer, sea un día menos para alcanzar el ansiado final, y un día más para tomarnos las cosas con mucha sensatez, reflexión y prudencia. No hay prisa en llegar a ninguna parte. De momento, nada nos espera con urgencia. Si miramos hacia el exterior, parece que el mundo se ha parado. El tren de nuestra existencia se ha detenido en una vía muerta, la máquina ha dejado de expulsar vapor, cada viajero está recluido en su vagón, esperando resignadamente a que en un momento dado, el maquinista haga sonar el silbato, y el convoy, lenta, pero firmemente, pueda reanudar su marcha.

Retrocediendo en el tiempo, a principios de los 70, la cantante italiana Iva Zanicchi grabó una canción cuyo título fue, “La orilla blanca, la orilla negra”. La historia describe los dramáticos resultados que conllevan los enfrentamientos entre los seres humanos. La fábula de la canción relata el encuentro de dos adversarios heridos de muerte en una guerra que ninguno de ellos comprende, y en la que al final, los dos pierden lo mejor de sí mismos: la vida.

España, sin duda alguna, es un país de contrastes. Históricamente, la divide un río, que como todos, sus aguas, a tramos turbulentas, están limitadas por dos orillas: una orilla blanca y otra negra.

La orilla negra: la que permite que la desborde la corriente engañosa de la hipocresía de aquellos que proclaman una cosa y hace la contraria, la de los perjuros que ocultan y mienten hasta con el pensamiento, la que cuando la corriente arrasadora vuelve a su cauce, siempre deja el país yermo como un desierto.

La orilla negra en la que —como en estos días hemos podido comprobar— habitan aquellos que defienden con fingido ardor la sanidad o la escuela públicas, pero que cuando precisan de sus servicios, sin el menor rubor, buscan la solución a sus necesidades o apetencias en las instituciones privadas más elitistas a su alcance. A veces, incluso en las de otros países a los que combaten ideológicamente.

La orilla negra, dominada por fanáticos sectarios, que advertidos de las graves consecuencias que ello habría de acarrear, no les importó incitar y exponer a cientos de miles de mujeres —incluidas madres y esposas—, al contagio de un virus que se ha coronado como dueño y señor del mundo entero, tan peligroso, que sin distinción de raza, color, sexo o ideología, nos ha desnudado a todos, dejando al descubierto nuestra inmensa fragilidad y absoluta indefensión.

Me pregunto ¿Qué moral alienta a quienes incitan y permiten hechos como estos? ¿Qué se puede se puede esperar de quienes anteponen su ideología al bien de la población, repito, incluidos los que se suponen ser sus seres más queridos?

La orilla negra, sede del resentimiento que desprecia el fruto del esfuerzo de la sociedad civil —a la que por cierto dicen proteger— porque pone en evidencia las carencias y excesos nefastos que está cometiendo el Gobierno actual en su gestión contra la pandemia. Cierto es que este trance puede superar las perspectivas de cualquier gobierno. De unos más que de otros. Pero ¿alguien me puede explicar por qué España —según las cifras oficiales— ha sufrido hasta el momento la quinta parte de los muertos causados por el virus en todo el mundo? ¿Es que el coronavirus sí discrimina y nos tiene una especial inquina a los españoles?

La orilla negra, en la que se han instalado los insaciables estómagos agradecidos del cine y la información televisiva —millonarios remamahuevos comunistas, palmeros del gobierno— que además de no dar un paso para donar ni una migaja de sus engordadas fortunas a los más necesitados, aún tienen la desvergüenza de pedir a los poderes públicos, subvenciones y rescates por lo que están dejando de ganar a causa del estado de alarma, sin importarles el sacrificio de la orilla sacrificada y trabajadora. ¡Y estos son los pregoneros que denuncian la injusticia y la desigualdad!

La orilla negra, sede de prevaricadores, que por interés político e ideológico, con negligencia culposa —cuando superemos esta plaga, ya veremos hasta qué extremo—, adoptan resoluciones temerarias, que como en el caso de la pandemia ocasionada por el Coronavirus, tienen como consecuencia su expansión y el contagio de la enfermedad a cerca de 80.00 personas y 7.000 muertos.

La orilla negra, en la que se asienta la mentira, la hipocresía y la falsedad de quienes afirman que los test del coronavirus eran fiables y homologados; en la que en la semana posterior al 8 de marzo, es decir cuando la epidemia ya tenía cientos de contagiados en España, y en Madrid se había decretado el cierre de los centros escolares, se pidió a la comunidad de Castilla-La Mancha —según manifestaciones publicadas de su presidente García-Page, que no cerraran los colegios para no generar alarma.

La orilla negra, en la que los que ocupan el poder, los fines de semana ponen en marcha el botafumeiro de TVE, y a estas alturas, se ufanan de estar encargando tanto y cuanto material sanitario —a buenas horas mangas verdes—; intervenciones vacías de soluciones y repletas de acusaciones, prohibiciones y amenazas, a la Unión Europea, a terceros países que gestionan sus programas de gobierno con sentido común, y que con legítima razón, se niegan a soportar los desmadres de los gobiernos que ponen en peligro la economía de sus propios países, y se convierten en un lastre para el conjunto de Europa; a la iniciativa privada que es la que en España, crea riqueza, progreso y puestos de trabajo. Y todo ello, para obtener beneficios políticos culpando a la oposición, en vez de dedicarse a salvar vidas.

La orilla negra, en la que aprovechando el estado de alarma, paso a paso, el desgobierno instalado en La Moncloa, comienza a aplicar de facto el “Exprópiese” del comunista Chávez. Recuérdese que Pedro Sánchez comenzó el estado de alarma anunciando que había requisado 150.000 mascarillas que ocultaba una empresa en Andalucía. La verdad es que fue el propio Gobierno quien intervino el material sanitario que la empresa de Pedro Montañés, instalada en Alcalá la Real, había fabricado para la Junta de Andalucía, que quedó así desabastecida para atender a los enfermos andaluces. Un paso más en este sentido es la publicación de Pablo Iglesias en Twitter afirmando que toda la riqueza del país debe estar al servicio del Gobierno. ¡Al servicio del Gobierno, no del Estado! Finalmente las mascarillas hubieron de devolvérselas a la Junta de Andalucía.

El mundo no entiende que cerca de un siglo después de finalizada la guerra civil, España sea casi el único país de Europa, que continúe ideológicamente en pie de guerra, y en donde los enfrentamientos políticos sigan siendo alimentados de forma insensata por la izquierda, que con el mayor encono, pretenden liquidar el espíritu de la transición y la Constitución del 78, y restaurar la segunda república.

Por eso cuando un español se ufana de ser de “izquierdas o rojo”, y dice que nunca votará a la derecha, o por el contrario afirma ser de derechas, y que jamás votará a la izquierda, demuestra su fanatismo irracional; indigencia intelectual; haberse dejado impregnar por las consignas propagandísticas de los políticos, y que en vez de con inteligencia, vota con las vísceras. En lugar de esas necedades sería mucho más sensato decir “nunca votaré a un ignorante, a un falso, o a un sectario” o “jamás votaré a un inmoral o un corrompido”.

Sin embargo, a pesar de que España se ha quedado sin pulso, de que su corazón late muy débilmente, todo un ejército de héroes, sin general que dirija la batalla, lucha denodadamente —la mayoría de las veces sin los recursos necesarios— para frenar el proceso y reanimarla.

Es la orilla blanca, la orilla generosa capaz de dar la vida como ya lo han demostrado los más de 10.000 sanitarios y 9.000 policías y guardias civiles infectados por falta del material de protección adecuado, entre otras cosas, porque en palabras del propio presidente del Gobierno, constituyen un “gasto superfluo”, y por lo que los hechos de cada día nos revelan, parece que siguen sin ser considerados “personal de alto riesgo”.

Es la orilla auténticamente solidaria, la que todos los días a las 8 de la tarde se asoma a los balcones de España para mostrar su cariño y reconocimiento a nuestros servidores públicos, son seres humanos que necesitan que les llegue el aliento y calor que precisan para seguir adelante cada día velando por nuestra salud y seguridad; es la orilla tan encarnizadamente reprobada por la orilla negra; la orilla que construye y le da vida al país, frente a la que con ignominia, demuele, destruye y la deja hecha un erial; la que respeta y lucha por la vida, frente a la que bajo las premisas de una ilusoria libertad y una inexistente dignidad, reparte miseria, indignidad, mentira y muerte.

La orilla blanca que labora, la que en vez de soflamas sectarias, trabaja en silencio y se sacrifica, la que quiere la unión y la unidad, la que respeta las leyes, la auténticamente solidaria, la que desea la paz, la que procura el progreso no progresista, la que sirve pero no se sirve.

Es la orilla noble que da y se da sin límite ante el infortunio, sin preguntar el género, la raza, o el color de la piel; la que solo ve al ser humano que sufre y está en peligro; la que crece y se crece ante la adversidad, sin pedir nada a cambio.

Es la orilla que cada día pone en riesgo sus propias vidas; la de nuestros sanitarios y farmacéuticos, nuestros policías y guardias civiles, la de nuestros bomberos, nuestros recogedores de basuras, la del repartidor que nos trae a casa los alimentos para poder subsistir, la de los transportistas, la de aquellos que diariamente hacen posible que cuando abrimos el grifo salga el agua; que cuando pulsemos el interruptor se encienda la luz; la de aquellos que hacen posible que podamos comunicarnos; la de los miles de profesionales anónimos que voluntariamente están ayudando con su trabajo personal en las distintas áreas de la actividad. Es la orilla de los Rafa Nadal, los Pau Gasol, los Sergio Ramos, los Amancio Ortega, los Abelló,

Es el denostado capitalismo representado por las empresas que constituyen el nervio económico como Inditex, El Corte Inglés, Ikea, Mango, H&M, L’Oreal, Roche-Posay, Garnier, Mayoral, Flamingo, Huawei, Xiaomi, Oppo, Hyundai, Iberdrola, Naturgy, Novartis, Decathlon, Iberia, Banco de Santander, BBVA, MásMóvil, Telefónica, el Real Madrid y el Atlético de Madrid, el que espontáneamente está ayudando a remar en medio de esta galerna, porque el capitán de la nave se enfrenta a una tripulación dividida y es incapaz de empuñar el timón con mano firme para salvarnos del naufragio.

Es con la grandeza y generosidad de la orilla blanca con la que al final saldremos de esta, como salimos de otras peores, pero será muy a pesar de la orilla negra que trata de taponar las vías de agua poniendo parches con esparadrapo.

Ha llegado el momento de cambiar el rumbo. De continuar con esta derrota, nos puede pasar lo mismo que al Titanic, que se estaba hundiendo y la orquesta seguía tocando

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