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Nueva caverna

Necesitamos que vuelvan las sombras de la tranquilidad aunque no sepamos exactamente lo que hay detrás, lo que hay afuera
Nieves Fernández
miércoles, 1 de abril de 2020, 13:31 h (CET)

Necesitamos que vuelvan las sombras de la tranquilidad aunque no sepamos exactamente lo que hay detrás, lo que hay afuera.

No sé si les ha sucedido, en esta realidad o ficción macabra que nos toca vivir, que hayan sentido que no es real la experiencia que estamos viviendo, no es cierto este cruel confinamiento, no es verdadera la muerte de tantas personas que antes nos rodeaban en nuestra misma ciudad, provincia, país, continente o tierra.

Si dudas un poco, o te alarmas una pizca, enseguida, quienes pudieran estar atrapados en el mito de la caverna se lanzan a ti, sin creer lo que un posible conocimiento haya descubierto al salir a la calle, o al mirar al sol de frente.

El segundo día de salir a aplaudir a los trabajadores valientes que se dejan la piel y la vida por la ciencia y los demás, me ocurrió que un joven me increpó desde la calle. Él entendía que lo que nos rodeaba era mentira, ni el tabaco mata, decía, ni tú debes aplaudir en el balcón, ni nadie debe recluirse… eso explica el número de gente multada y detenida por estar a la intemperie, incrédulos al daño que la nueva realidad nos trae. Ni más ni menos que una nueva caverna socrática.

Seguí aplaudiendo sin hacerle demasiado caso, él me insultó y yo lo vi enseguida en una hipotética caverna iluminada de discrepancias, aunque en realidad pensaba que era el joven el que no quería salir de ella, de una caverna muy diferente a la de Platón.

Recuerdo a mi profesor de filosofía de bachillerato explicándome ese mito, y yo joven estudiante, sin entenderlo del todo. Ahora se me representó con claridad en la calle el profesor tan querido, y junto a él, un maestro, un político, un miedoso, un violento, un solidario, una víctima, la que se deja llevar por lo que aprecian solo sus sentidos, o quien descubre, no una realidad escondida, sino varias. Serían nuevas realidades unidas al pasado o al presente de ayer que apenas es pasado, pero que nos golpea la memoria.

¿Quién nos dice que lo que teníamos antes no era falso? ¿Quién nos asegura que volveremos a esa realidad, a nuestra realidad de la caverna antigua o nueva de hace unos pocos días, en la que muchos estábamos aparentemente tranquilos con lo que el mundo y la sociedad nos ofrecía?

Necesitamos nuestro mundo de sombras, de sombras chinas o de cualquier nacionalidad, revividas por el fuego de distintas hogueras que nos impidan ver otras realidades. Necesitamos que vuelvan las sombras de la tranquilidad aunque no sepamos exactamente lo que hay detrás, lo que hay afuera. No importa demasiado si los jabalíes, los corzos, las palomas, los árboles y los jilgueros se han hecho de repente los dueños del mundo y crecen, corren y vuelan a sus anchas. Es como si el mundo se lo hubiéramos donado a ellos que lo pueden disfrutar sin la supervisión a veces maligna o malograda del hombre. Nosotros ya tuvimos nuestra propia caverna, nuestra oportunidad, ahora la tienen ellos. Quizá podamos ver una nueva realidad, una nueva caverna. Seguiremos mirando por el balcón, por una nueva cueva.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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